La Cantata Santa María tiene nuevas voces: El debate sobre quién cuenta la memoria obrera se reabre con un elenco femenino

La Cantata Santa María tiene nuevas voces: El debate sobre quién cuenta la memoria obrera se reabre con un elenco femenino
2025-08-03
  • Una obra canónica de la música chilena, tradicionalmente masculina, es reinterpretada por un elenco de mujeres.
  • La decisión de Quilapayún genera un debate sobre la memoria histórica, el rol de la mujer en las luchas sociales y la actualización de los símbolos culturales.
  • Más allá del homenaje, la nueva puesta en escena desafía la narrativa establecida y visibiliza ausencias históricas en el relato de la pampa.

La Memoria Intervenida

Hace unos meses, un anuncio sacudió el panorama musical chileno con la fuerza de un eco histórico largamente esperado. Quilapayún, en el marco de la conmemoración de sus 60 años, comunicó que presentaría una nueva versión de su obra cumbre, la “Cantata Santa María de Iquique”, con una modificación que es, en sí misma, una declaración de principios: las partes vocales serían interpretadas por un elenco estelar y diverso de mujeres, entre ellas Amaya Forch, María José Quintanilla, Elizabeth Morris y Colombina Parra. El relato, tradicionalmente una voz masculina solemne, estaría a cargo del actor Francisco Melo.

La noticia, que podría haberse quedado en la anécdota de un aniversario, ha madurado en estos meses hasta convertirse en un punto de inflexión para el debate público. Ya no se trata solo de un concierto, sino de una intervención deliberada sobre uno de los monumentos culturales más significativos del siglo XX chileno. La pregunta que flota en el aire es profunda y necesaria: ¿Quién tiene derecho a narrar la memoria y cómo se actualizan los relatos que creíamos inamovibles?

El Peso del Canon y la Voz Ausente

La Cantata, compuesta por Luis Advis en 1970, no es una simple obra musical. Es un artefacto político y social nacido al calor de la Unidad Popular, que dio voz a los 3.600 obreros del salitre masacrados en 1907. Su estructura, que mezcla relatos, canciones y pasajes instrumentales, se consolidó como un pilar de la Nueva Canciòn Chilena, y la interpretación de Quilapayún la transformó en un símbolo de lucha y resistencia, especialmente durante la dictadura.

Su narrativa, sin embargo, ha sido históricamente masculina. Las voces que claman, que denuncian y que mueren en la obra son, por antonomasia, las de los “hombres de la pampa”. Esta nueva versión, al introducir deliberadamente voces femeninas, no busca reemplazar ese relato, sino fracturarlo constructivamente. Como señaló el propio conjunto, la elección busca “visibilizar y relevar el rol de las mujeres en la cultura y las artes”, reconociendo una brecha de género histórica.

Esta decisión genera una disonancia cognitiva fundamental: obliga al auditor a confrontar la ausencia. Las mujeres y sus hijos también fueron parte de la vida en las salitreras y víctimas de la matanza. ¿Por qué su voz no fue parte central del canon artístico que la recordó? La nueva puesta en escena no responde la pregunta, pero la formula con una contundencia que décadas de interpretaciones no habían logrado.

Un Diálogo con el Presente Cultural

La reinterpretación de la Cantata no es un hecho aislado. Resuena con otras discusiones culturales que atraviesan a la sociedad chilena. Se asemeja, en cierto modo, a la labor de la banda Congreso, que en su disco Terra Incognita (1975) debió metaforizar el dolor del golpe de Estado para sortear la censura. Hoy, la Cantata utiliza el cambio de género en sus intérpretes como una metáfora para hablar de otras ausencias, de otras formas de silenciamiento.

También dialoga con la tensión sobre el legado que expone Miguel Tapia al hablar de Los Prisioneros. ¿A quién pertenece una obra una vez que se vuelve parte del imaginario colectivo? ¿Puede ser modificada, adaptada, resignificada? Quilapayún responde con una acción directa: la obra pertenece al presente, y el presente exige nuevas lecturas. La inclusión de cantantes de géneros tan variados como el pop y el folclor refuerza esta idea, abriendo la Cantata a públicos que quizás la sentían como una pieza de museo.

Esta versión femenina se convierte así en un acto de curatoría de la memoria. No niega la obra original, sino que la expande, la cuestiona y la enriquece. Revela que la historia de la matanza de Iquique, como tantas otras, es un relato en disputa, una terra incognita que aún puede ser explorada.

Un Debate Abierto

Con los conciertos programados para octubre en Santiago y Viña del Mar, la discusión está lejos de cerrarse. La recepción del público será el termómetro definitivo para medir el impacto de esta audaz propuesta. ¿Será acogida como una evolución necesaria o criticada por sectores que consideran el canon intocable?

Independientemente del resultado, el gesto ya ha cumplido un propósito: demostrar que las obras más emblemáticas no son estatuas de sal, sino organismos vivos que respiran y se transforman con los tiempos. La Cantata de 2025 ya no solo hablará de los muertos de 1907, sino también de las voces que, en el siglo XXI, se niegan a permanecer en silencio.

La historia presenta la evolución de un hito cultural, desde su concepción original hasta su reinterpretación contemporánea, revelando tensiones sociales, políticas y de género. Permite analizar cómo una obra de arte canónica es resignificada por nuevas generaciones, generando un debate público sobre la memoria histórica, la tradición y la inclusión. El paso del tiempo ha permitido observar la recepción de la nueva versión y sus implicancias en el diálogo cultural, más allá del evento puntual.