Han pasado más de dos meses desde que la victoria de Jeannette Jara (Partido Comunista) en las primarias del oficialismo reconfiguró el mapa presidencial. Lo que en junio fue un terremoto electoral, hoy se ha decantado en una crónica sobre la supervivencia y la identidad del centro político chileno. Lejos de unirse, sus principales actores, la Democracia Cristiana (DC) y Amarillos por Chile, han tomado rutas diametralmente opuestas, exponiendo una fractura que va más allá de la estrategia electoral y que cuestiona la propia existencia de un espacio moderado en un país polarizado.
La pregunta que resuena no es solo a quién apoyarán, sino qué son y para qué sirven hoy.
Para la Democracia Cristiana, la victoria de Jara sobre Carolina Tohá (PPD) fue el catalizador de una crisis latente. La disyuntiva era clara y existencial. Por un lado, figuras históricas como el expresidente del partido, Juan Carlos Latorre, calificaban de "indigno y vergonzoso" cualquier acercamiento a la candidata comunista, apelando a la historia y los principios fundacionales del partido. Por otro, voces pragmáticas como la del senador Francisco Huenchumilla advertían de un peligro más inmediato: la extinción. Con un magro 4,2% en la última elección parlamentaria, Huenchumilla argumentó que la única vía para la supervivencia institucional era "llegar a un acuerdo con la centroizquierda", lo que implicaba un pacto parlamentario y un apoyo a Jara.
Finalmente, la Junta Nacional de la DC optó por el pragmatismo. Con un 62% de los votos, se acordó respaldar a Jara. La decisión, sin embargo, ha tenido un costo altísimo. Internamente, las heridas siguen abiertas, con acusaciones de que el acuerdo se basó en una promesa inflada de cupos parlamentarios que, según una carta publicada en La Tercera, lo haría "insanablemente nulo". A nivel internacional, la Internacional Demócrata de Centro (IDC) y su rama americana (ODCA) emitieron durísimas declaraciones, calificando el pacto como una "trágica traición a su historia" y un abandono de la lucha contra el totalitarismo que inspiró a Frei Montalva.
La percepción ciudadana, según la encuesta Descifra, es lapidaria: un 60% cree que el apoyo de la DC a Jara se debe a que "necesita esta alianza para poder elegir parlamentarios", y no a una convicción programática. El análisis del académico Claudio Lagos en CIPER lo resume como un acto de "supervivencia al desnudo": un partido de poder que se arrastra hacia la relevancia, aunque eso signifique desdibujar sus fronteras ideológicas.
En la vereda contraria, Amarillos por Chile, otro partido que se autodefine de centro, tomó una decisión igualmente radical. A principios de junio, anunciaron su apoyo presidencial a Evelyn Matthei (Chile Vamos), pero con una salvedad clave: competirán en las elecciones parlamentarias con una lista propia, sin pacto.
El timonel del partido, Andrés Jouannet, lo planteó como un imperativo moral, afirmando que si fracasan, "tendremos que refundar nuevamente el centro político una y mil veces". Esta estrategia de "identidad antes que poder" es una apuesta de todo o nada. Al no ir en un pacto, corren el riesgo real de no alcanzar el umbral de votos necesario para obtener representación parlamentaria y, por tanto, enfrentar su disolución legal.
Su camino evidencia la otra cara del dilema del centro: mientras la DC sacrifica coherencia ideológica por supervivencia institucional, Amarillos arriesga su existencia por mantener una pureza doctrinal que, por ahora, no tiene un correlato electoral garantizado.
La derrota de Carolina Tohá, vista por muchos como la representante de la "generación perdida" de la Concertación, abrió una pregunta que la columnista Paula Escobar planteó con agudeza: ¿el rol de la socialdemocracia es ser "socio o bastón" de otros proyectos políticos? Los movimientos posteriores parecen confirmar su rol secundario. La DC se ha convertido en un aliado incómodo pero necesario para el oficialismo, mientras que Amarillos actúa como un soporte externo para la derecha.
El escenario está abierto. Las negociaciones parlamentarias entre el oficialismo y la DC avanzan con dificultad, y el resultado definirá si la apuesta pragmática de la falange rinde frutos o si solo sirvió para profundizar su crisis. La apuesta solitaria de Amarillos, por su parte, será un experimento sobre la viabilidad de un centro puro en un ecosistema político que parece no tener espacio para él.
Las elecciones de noviembre no solo decidirán al próximo presidente de Chile. También entregarán un veredicto sobre estas dos estrategias de supervivencia. Se sabrá si el centro político puede renacer de sus cenizas, ya sea a través del pragmatismo o de la reafirmación de su identidad, o si su destino es convertirse en un actor testimonial, un recuerdo de una época de acuerdos que ya no existe.