La reforma constitucional que permite la reelección indefinida en El Salvador no fue una sorpresa. Fue la culminación lógica de una estrategia ejecutada con precisión desde 2019. Lo que se formalizó en agosto de 2025 no es solo la permanencia de Nayib Bukele en el poder, sino la consolidación de un nuevo tipo de régimen en América Latina. Un modelo que combina resultados drásticos en seguridad, una comunicación directa y disruptiva, y un culto a la personalidad que vuelve irrelevantes a las instituciones democráticas tradicionales.
El Salvador se ha convertido en un laboratorio político. Su futuro ya no se debate en términos de alternancia, sino de la sostenibilidad de un sistema diseñado para un solo hombre. A continuación, se exploran los escenarios que se abren a mediano y largo plazo.
Para entender el futuro, es necesario observar el camino recorrido. Bukele no llegó al poder para reformar el sistema, sino para desmantelarlo. Primero, obtuvo el control de la Asamblea Legislativa. Luego, la usó para destituir a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia y al fiscal general que lo investigaba. Colocó a leales en su lugar.
El régimen de excepción, vigente desde marzo de 2022, fue la herramienta clave. Le otorgó una popularidad superior al 80% al desarticular a las pandillas, pero también le permitió gobernar sin los límites del Estado de derecho. Mientras la seguridad mejoraba, la oposición política era neutralizada, la prensa crítica asediada y las ONGs, como Cristosal, forzadas al exilio. Esta fase preparó el terreno para el movimiento final.
La reforma constitucional es el pilar legal del nuevo régimen. Pero la estrategia es más profunda. El objetivo actual es silenciar por completo cualquier voz disidente. El éxodo de decenas de periodistas y activistas en julio de 2025 es una señal clara: el sistema ya no tolera la crítica, la expulsa.
Adelantar las elecciones generales a 2027 es una jugada estratégica. Capitaliza el peak de popularidad de Bukele y toma por sorpresa a una oposición inexistente y sin financiamiento. El resultado electoral parece predecible. Bukele no solo busca ganar, busca una legitimidad abrumadora en las urnas para gobernar sin contrapesos durante un nuevo mandato de seis años.
Una vez consolidado el poder absoluto, dos caminos principales se abren para El Salvador y su influencia en la región.
Escenario A: El Modelo de Exportación
El Salvador se estabiliza como una autocracia funcional. La seguridad se mantiene en niveles aceptables, la economía sobrevive gracias a las remesas y a inversiones puntuales, y la popularidad del líder se mantiene alta. El "Método Bukele" se convierte en un producto de exportación.
Líderes de países como Ecuador, Honduras, o incluso facciones políticas en Perú y Chile, enfrentados a crisis de seguridad y una profunda desconfianza ciudadana, comienzan a replicar la fórmula: mano dura, comunicación directa por redes sociales y un discurso anti-élite. El Salvador se posiciona como el faro de un autoritarismo 2.0, uno que se legitima en el apoyo popular y el control digital, más que en la fuerza militar tradicional. La democracia liberal deja de ser el único modelo aspiracional en la región.
Escenario B: La Implosión Silenciosa
El pacto social, basado casi exclusivamente en la seguridad, se fractura. La ausencia de violencia no es suficiente para compensar la falta de empleo, el estancamiento económico y el fracaso de apuestas arriesgadas como el Bitcoin. La dependencia de préstamos internacionales se vuelve crítica, pero el aislamiento diplomático dificulta el acceso a financiamiento.
La corrupción, sin una prensa libre ni una justicia independiente que la fiscalice, se expande en el círculo íntimo del poder. Esto genera luchas internas y debilita al régimen desde adentro. La popularidad de Bukele comienza a erosionarse, pero al no existir canales democráticos para expresar el descontento, la tensión social se acumula. Este escenario podría derivar en una crisis económica severa, un estallido social o una transición caótica cuando el poder del líder se desvanezca.
El rumbo que tome El Salvador dependerá de factores clave:
El futuro más plausible es un híbrido. A corto plazo, El Salvador se mantendrá como un régimen unipersonal, estable en apariencia. Su influencia como modelo autoritario será una tentación real para otros países de la región. Sin embargo, el sistema lleva las semillas de su propia fragilidad: una economía precaria, la ausencia total de contrapesos y la dependencia de una sola figura.
La pregunta a largo plazo ya no es si Bukele se quedará en el poder, sino qué quedará de las instituciones de El Salvador cuando su ciclo, inevitablemente, llegue a su fin.