La tregua es frágil. La decisión de Evelyn Matthei de suspender la ofensiva judicial contra el Partido Republicano, tras acusarlos de orquestar una “campaña asquerosa” y de actuar como “matones”, no cierra la herida. Apenas la cubre. El enfrentamiento entre la candidata de Chile Vamos y José Antonio Kast ha dejado de ser una simple disputa por el liderazgo electoral para convertirse en la manifestación pública de una fractura profunda. Dos proyectos, dos estilos y dos visiones del poder chocan, y su colisión está redibujando el futuro del conservadurismo chileno.
Lo que vemos no es la antesala de una negociación, sino la crónica de una alianza imposible. El conflicto ha escalado de críticas programáticas a descalificaciones personales y amenazas de judicialización, una señal inequívoca de que las diferencias son estructurales. Analizar este quiebre permite proyectar la evolución del sector en tres fases: la colisión inevitable de aquí a la primera vuelta, la alianza forzada que se gestaría en un eventual balotaje y la redefinición de poder a largo plazo.
El escenario actual es una carrera por la supervivencia. La derecha compite contra sí misma para definir quién enfrentará a la izquierda en segunda vuelta. Cada candidato opera con una lógica distinta.
Evelyn Matthei y su comando apuestan por la experiencia y la moderación. Critican la falta de “sustancia” de Kast y se presentan como la única opción capaz de garantizar gobernabilidad y atraer al votante de centro. Su principal riesgo es que este discurso de responsabilidad suene desconectado de la urgencia ciudadana por orden y soluciones drásticas. La vacilación interna de Chile Vamos, donde algunas voces ya dudan de su liderazgo si las encuestas no mejoran, evidencia la fragilidad de su posición.
José Antonio Kast, por su parte, capitaliza el descontento y la demanda de mano dura. Su campaña, centrada en la seguridad y la “recuperación de Chile”, resuena con un electorado frustrado. La incorporación de figuras como Rodolfo Carter demuestra su capacidad para atraer a descolgados de la derecha tradicional, consolidando un polo de poder alternativo. Su riesgo es que su discurso, calificado de extremo por sus adversarios, le impida crecer más allá de su base y le cierre las puertas del centro político, indispensable para ganar la presidencia.
El punto de inflexión de esta fase será el resultado de la primera vuelta. No solo definirá al finalista, sino la correlación de fuerzas para la siguiente década.
Independientemente de quién pase al balotaje, el perdedor se verá obligado a negociar un apoyo. Sin embargo, no será un respaldo orgánico, sino una alianza transaccional y precaria, marcada por la desconfianza.
En ambos escenarios, la unidad sería una fachada. La tensión acumulada se manifestaría en cada debate legislativo, nombramiento o crisis política, debilitando la capacidad de acción del gobierno.
El desenlace de esta contienda definirá la estructura de la derecha chilena para los próximos años, abriendo tres futuros posibles.
La disputa entre Matthei y Kast, por tanto, trasciende sus nombres. Es el síntoma de un realineamiento ideológico que está partiendo en dos al poder conservador. La paz declarada es solo un armisticio táctico en una guerra cuyo resultado final determinará no solo quién gobierna, sino qué significará ser de derecha en el Chile del futuro.