Hace poco más de noventa días, la noticia de que un gigante global como Moody"s adquiría una influyente clasificadora de riesgo local pudo parecer una transacción más en las páginas de economía. Sin embargo, con la perspectiva que da el tiempo, ese movimiento se revela no como un hecho aislado, sino como el síntoma más visible de una reconfiguración estructural del poder económico en Chile. La pregunta que emerge ya no es sobre el valor de la compra, sino sobre algo más profundo: ¿quién define ahora el valor y el riesgo en nuestra economía? La respuesta se encuentra en una serie de fusiones, movimientos de capital y consolidaciones que han ocurrido desde entonces, dibujando un nuevo mapa financiero con menos jugadores, pero significativamente más poderosos.
La tendencia a la concentración es innegable. A fines de julio, la Comisión para el Mercado Financiero (CMF) aprobó la fusión de Ohio National Seguros de Vida y AuguStar Seguros de Vida, esta última la ex-Zurich Chile. La nueva entidad, controlada por el grupo estadounidense Constellation Insurance, gestionará una cartera de US$ 3.200 millones y pagará más de 56 mil pensiones. Este no es un simple cambio de nombre, sino la consolidación de un actor de escala internacional que absorbe operaciones locales.
En paralelo, los controladores de Consorcio Financiero —los grupos Hurtado Vicuña, Fernández León y Garcés Silva— completaron la compra del 4,12% que aún poseía el International Finance Corporation (IFC), brazo de inversiones del Banco Mundial, por casi US$ 100 millones. Si bien en este caso el capital se reconcentra en manos chilenas, el movimiento sella la salida de un actor multilateral y refuerza el poder de un conglomerado local que ya es dominante en la industria. Ambos casos, aunque distintos en su origen, apuntan a la misma dirección: un mercado con menos competidores y barreras de entrada más altas.
La concentración no solo ocurre a nivel de empresas, sino también en los canales de inversión. El negocio de la distribución de fondos de terceros, crucial para que el capital internacional llegue a Chile, está dominado por un puñado de firmas. Actores como Vinci Compass, Picton y LarrainVial Activos actúan como "gatekeepers" o intermediarios para gigantes globales como Blackstone, KKR y Ares. Según cifras de la Asociación Chilena de Administradoras de Fondos de Inversión, estos actores concentran más de la mitad de un mercado que supera los US$ 12.500 millones solo en fondos feeders.
Esta estructura crea una nueva capa de poder. La decisión sobre qué gestores de fondos extranjeros y qué tipo de estrategias de inversión se presentan a los inversionistas institucionales chilenos —como las AFP y compañías de seguros— pasa por el filtro de estos distribuidores. Su rol es fundamental y legítimo, pero la alta concentración plantea una pregunta incómoda: ¿qué tan diversificado y competitivo es realmente el acceso al capital global si las llaves del reino están en tan pocas manos?
Aquí volvemos al punto de partida: la adquisición de una clasificadora local por un actor como Moody"s. La adopción de estándares de calificación globales es presentada como un avance hacia la eficiencia, la transparencia y la integración con los mercados internacionales. Un lenguaje común de riesgo, se argumenta, facilita la llegada de inversiones y reduce la incertidumbre para los capitales extranjeros.
Sin embargo, este enfoque estandarizado genera una disonancia constructiva. ¿Puede una metodología diseñada en Nueva York o Londres capturar adecuadamente las particularidades del ecosistema chileno? Por ejemplo, ¿cómo valora un modelo global un fondo de US$ 17 millones como el que levantaron Ingevec y Credicorp para construir viviendas sociales en el sur de Chile? ¿O cómo interpreta la resiliencia de una empresa como Energy Fitness, que logró esquivar la quiebra a través de una reorganización judicial apoyada por el 95% de sus acreedores locales?
El riesgo de la estandarización es la pérdida de contexto. Un modelo global puede ser excelente para evaluar a una multinacional, pero podría ser ciego a las dinámicas de recuperación, a la innovación social o a la resiliencia de empresas medianas que son vitales para la economía nacional. La tensión reside en que, al adoptar una métrica universal, podríamos estar importando también sus puntos ciegos.
La consolidación del mercado financiero chileno no es un capítulo cerrado. Es un proceso en marcha cuyas consecuencias a largo plazo sobre la competencia, la distribución de la riqueza y la autonomía económica del país están por verse. La creciente influencia de actores y normativas globales plantea un desafío estructural para Chile: cómo mantener las ventajas de una economía abierta y atractiva para la inversión, sin ceder por completo la capacidad de definir sus propias prioridades y medir sus propios riesgos.
La conversación ya no es si esta transformación está ocurriendo, sino cómo el país se adaptará a ella. La reconfiguración del poder económico es silenciosa pero profunda, y exige una mirada crítica para comprender que detrás de cada fusión y adquisición, lo que realmente está en juego es el modelo de desarrollo futuro de Chile.