Hace unos meses, el nombramiento de Ignacio Fernández, un ejecutivo con una sólida trayectoria en gigantes como BICE y Redbanc, como country manager de la fintech Fintoc, podría haber sido una nota a pie de página en la prensa de negocios. Hoy, sin embargo, es el síntoma más visible de una transformación profunda y silenciosa que está ocurriendo en el corazón del poder financiero chileno. La "guerra por el talento" entre la banca tradicional y el emergente ecosistema fintech ha dejado de ser una escaramuza para convertirse en una disputa estratégica que está redefiniendo carreras, culturas corporativas y, en última instancia, el futuro del sector.
Este fenómeno no se trata de un simple cambio de oficina, sino de un éxodo de capital humano calificado que busca algo más que la estabilidad y la renta predecible que por décadas ofreció la banca. La pugna actual revela un choque de dos mundos con lógicas, velocidades y propuestas de valor radicalmente distintas.
La banca tradicional chilena ha sido durante mucho tiempo el destino natural para los mejores egresados de Ingeniería Comercial y Derecho. Ofrece una carrera estructurada, prestigio y la oportunidad de gestionar carteras de miles de millones de dólares. Perfiles como el de Paula Benavides, con una extensa y respetada carrera en el sector público financiero, o Pilar Quintas, quien recientemente pasó de Sura a Toesca para liderar inversiones inmobiliarias, ejemplifican la ruta clásica del éxito: una acumulación de experiencia y conocimiento técnico dentro de estructuras consolidadas y altamente reguladas.
En este modelo, el talento es valorado por su capacidad para gestionar el riesgo, navegar la burocracia interna y externa, y operar a gran escala. La cultura es formal, las decisiones son jerárquicas y la innovación, aunque presente, a menudo avanza a un ritmo cauteloso, contenida en laboratorios o divisiones específicas para no perturbar el negocio principal. El principal activo de la banca es la confianza, construida a lo largo de décadas.
En la vereda de enfrente, las fintech proponen un pacto diferente. Empresas como la uruguaya Prex, que en solo un año captó 170.000 usuarios en Chile, demuestran que es posible crecer a un ritmo exponencial enfocándose en nichos desatendidos y una experiencia de usuario superior. Este dinamismo es el principal imán para el talento.
Lo que ofrecen no es solo un sueldo competitivo, sino la posibilidad de ser "dueño" del proyecto, a menudo a través de stock options, y de tener un impacto directo y medible en el producto. La cultura es informal —el polerón reemplaza a la corbata—, las estructuras son planas y se valora la capacidad de "aprender haciendo", la adaptabilidad y la resolución de problemas en equipo. Como señaló un columnista en La Tercera, las fintech, al igual que Airbnb en sus inicios, enfrentan el desafío de construir confianza, pero lo hacen desde la innovación y la agilidad, no desde la tradición.
Un análisis de los perfiles que buscan ambos sectores, como reportó Diario Financiero, muestra que la base académica suele ser la misma. Sin embargo, las habilidades blandas y la mentalidad requerida son divergentes. Mientras la banca busca gestores y administradores de la complejidad, las fintech buscan constructores y pioneros.
La transferencia de talento, como la de Fernández a Fintoc, es estratégica para ambos lados. Las fintech necesitan la experiencia de ejecutivos bancarios para escalar, entender la regulación y construir puentes con el sistema tradicional. Por su parte, los ejecutivos que migran buscan salir de roles donde la ejecución está separada de la estrategia y donde su capacidad de innovar se ve limitada por la aversión al riesgo de la organización.
Este movimiento también plantea preguntas sobre las brechas existentes en el sector. Un informe sobre la participación laboral femenina evidenció una marcada desigualdad en carreras del área tecnológica. Queda por ver si el ecosistema fintech, con su supuesta meritocracia y cultura horizontal, logrará cerrar esta brecha o si replicará los sesgos del mundo corporativo tradicional.
La situación actual no es una batalla a muerte, sino una fuerza que empuja a ambos mundos a una hibridación. La banca está siendo forzada a repensar su cultura, acelerar su digitalización y encontrar formas de retener a sus talentos más inquietos. Las fintech, a su vez, están madurando y comprendiendo que para crecer de manera sostenible necesitan incorporar la disciplina, la gestión de riesgos y el conocimiento regulatorio del mundo tradicional.
El tema, por tanto, está lejos de estar cerrado. La competencia por el talento es el campo de pruebas donde se está definiendo el futuro del poder financiero en Chile. La pregunta clave ya no es si la tecnología cambiará las finanzas, sino qué modelo cultural —el estable y jerárquico o el ágil y descentralizado— demostrará ser más eficaz para atraer y retener a las personas que liderarán esa transformación.