A casi un mes del fallo de la Corte de Delhi que fue celebrado como un triunfo histórico, el panorama para el pisco chileno se ha decantado. La euforia inicial ha dado paso a una reflexión estratégica sobre lo que realmente significa la decisión del 11 de julio de 2025. Más que una victoria definitiva sobre Perú, el veredicto que permite el registro de la Indicación Geográfica “Chilean Pisco” en India ha inaugurado una nueva fase en la prolongada disputa por el origen del destilado: la de la coexistencia obligada y la competencia por diferenciación.
La batalla legal, que se extendió por más de una década, no concluyó con un país vencedor y otro vencido. La corte india no falló sobre quién es el dueño original del término "Pisco". En cambio, acogió una tesis jurídica que Chile ha defendido en múltiples foros internacionales: la de las indicaciones geográficas homónimas. En simple, reconoció que tanto Chile como Perú tienen derecho legítimo a usar el nombre, siempre que se especifique su origen nacional. El registro peruano fue modificado a “Peruvian Pisco”, abriendo la puerta para el registro chileno.
Según los análisis legales que circularon tras el fallo, esta resolución es un precedente clave que desarma la estrategia peruana de buscar la exclusividad absoluta. Para Chile, valida una política de Estado y de la industria, representada por la asociación gremial Pisco Chile, que busca el reconocimiento internacional de su propia Denominación de Origen (D.O.), la más antigua de América, establecida en 1931.
Este enfoque ya había dado frutos en mercados como Suiza, Nicaragua y Paraguay, pero la victoria en un mercado de la envergadura de India otorga un peso simbólico y estratégico mucho mayor, con repercusiones esperadas en otros litigios activos, como el de Tailandia.
La disputa por el pisco trasciende lo comercial. Es una batalla por el relato, el patrimonio y la identidad. Mientras los abogados litigaban en Delhi, en Chile se avanzaba en otro frente: la postulación del Paisaje Cultural Vitivinícola del Pisco Chileno como Patrimonio de la Humanidad ante la UNESCO. Esta iniciativa, apoyada por los ministerios de Cultura, Agricultura y Relaciones Exteriores, junto a los gobiernos regionales de Atacama y Coquimbo, busca anclar el pisco no solo a un producto, sino a un territorio, una historia y una comunidad.
Esta estrategia eleva la discusión. Ya no se trata solo de quién tiene derecho a poner una palabra en una botella, sino de qué país logra que el mundo reconozca su ecosistema productivo como un legado cultural universal. La victoria en India, en este contexto, es una pieza más en un rompecabezas mucho más grande y complejo que define la "marca país".
La disonancia más aguda, sin embargo, no está en la comparación con Perú, sino en la que se produce al interior de Chile. Mientras se celebraba el triunfo legal, los más de 2.000 productores de uva pisquera y los 40.000 trabajadores que dependen de la industria en los valles de Elqui, Limarí, Choapa, Copiapó y Huasco, enfrentan una amenaza existencial: la crisis hídrica.
Como han señalado voces de la industria, como Francisco Munizaga, presidente de Pisco Chile A.G., el fallo en India libera recursos y atención para enfocarse en los desafíos internos. De poco sirve ganar el derecho a exportar “Chilean Pisco” si la sequía estructural y la sobreexplotación de acuíferos ponen en jaque la capacidad misma de producirlo. La sostenibilidad se ha convertido en el eje central para el futuro de la D.O.
Así, un mes después, el triunfo en India se lee con mayor profundidad. No fue el final de la guerra del pisco, sino una reconfiguración del campo de batalla. La disputa por la exclusividad ha dado paso a la competencia por la calidad, la narrativa y, fundamentalmente, la sostenibilidad. El futuro del pisco chileno ya no se juega solo en cortes internacionales, sino en la gestión de sus valles y su agua. El debate no está cerrado; ha evolucionado hacia una etapa más compleja y decisiva.