En los últimos tres meses, mientras el debate público se ha centrado en las proyecciones económicas y las tensiones políticas preelectorales, una transformación más profunda y silenciosa ha estado reconfigurando el poder real en Chile. Lejos de los titulares inmediatos, una serie de sucesiones, quiebras y audaces movimientos de inversión que parecían inconexos, hoy revelan una narrativa cohesiva: el cambio de guardia en las grandes dinastías económicas del país. No se trata de un simple relevo, sino de la implantación de un nuevo paradigma de gestión de la riqueza y la influencia, uno que opera con creciente distancia de los ciclos políticos contingentes.
Dos eventos ocurridos entre julio y agosto de 2025 marcaron el fin simbólico de una era. Primero, la quiebra de Multitiendas Corona, un ícono del retail fundado en 1955 por Leonard Schupper. Tras la solicitud de liquidación voluntaria, sus herederos —Malú, Paula y Herman Schupper— activaron un sofisticado comité de crisis con asesores de primer nivel como el estudio Carey y la banca de inversión Asset Chile para gestionar la venta de 22 locales comerciales. Este no es el colapso desordenado de un imperio, sino una retirada estratégica y profesionalizada, un reconocimiento de que el modelo que funcionó durante décadas ya no era viable.
Casi en paralelo, el fallecimiento de Manuel Fernández Godoy, el histórico presidente de PF Alimentos, gatilló la etapa final de una sucesión cuidadosamente planificada. Durante 30 años, Fernández Godoy transformó una fábrica de cecinas familiar de Talca en un holding con ingresos millonarios. Su partida no dejó un vacío, sino que activó un andamiaje ya construido: su nieto, Claudio Fernández Urcelay, asumió la presidencia de un directorio donde la tercera y cuarta generación ya tienen roles definidos. El traspaso patrimonial, que incluye sociedades con activos por más de $280.000 millones, se venía gestionando por años, evidenciando una transición del poder personal del patriarca a una estructura de gobierno corporativo familiar.
Si los casos de Corona y PF representan el fin y la continuidad planificada, otros grupos muestran el rostro de la nueva ofensiva. La familia Swett, controladora de Forus (representante de marcas como Hush Puppies y Columbia), se prepara para su desembarco en Europa. El plan, liderado por la directora Macarena Swett Opazo, es abrir tiendas de su marca propia, BSoul, en España. Este movimiento refleja un cambio de mentalidad: de ser representantes de marcas extranjeras en Chile a competir en el mercado global con creaciones propias, una apuesta de mayor riesgo y ambición.
Por su parte, la nueva generación de la familia Cuneo —Giorgiana Cuneo y su sobrino Tomás Uauy Cuneo— ha realizado compras por más de $3.100 millones en acciones de Aguas Andinas entre mayo y junio. Lejos de diversificar hacia el extranjero como dicta la tendencia de muchos family offices, los Cuneo redoblan su apuesta en un sector estratégico y regulado en Chile, consolidando su posición en un activo clave para la infraestructura del país. Es una demostración de poder silenciosa y calculada.
Estos movimientos no son casuales. Responden a una tendencia de profesionalización documentada por un reciente estudio del ESE Business School de la Universidad de los Andes. El informe, que encuestó a casi 500 familias empresarias, concluye que los grupos más antiguos y grandes tienden a incorporar directores externos, adoptar protocolos familiares y nombrar CEOs no familiares. El 72% de las empresas familiares ya opera con directorios o consejos directivos, aunque solo un 27% cuenta con un Consejo de Familia formal. La gestión del patrimonio ya no es un asunto doméstico, sino una disciplina corporativa.
Este cambio de guardia no está exento de tensiones. La nueva generación hereda no solo la fortuna, sino también la responsabilidad de navegar un Chile y un mundo radicalmente distintos. El contexto de bajo crecimiento, como lo describe el economista Oscar Landerretche en su propuesta de un "Big Push", y la sombra de escándalos como el Caso Factop/Audios, que expuso los frágiles vínculos entre élites económicas y poder político, obligan a un replanteamiento.
La disonancia es evidente: ¿cómo mantener la unidad y el legado familiar (el "apellido") mientras se adoptan prácticas de gobierno corporativo que diluyen el control personal? ¿Cómo proyectar una imagen de modernidad y meritocracia cuando la base del poder sigue siendo hereditaria? El estudio del ESE muestra que en las empresas más jóvenes, creadas post-1990, el 81% de los CEO sigue siendo un miembro de la familia, lo que sugiere que el modelo del fundador-empresario sigue muy vigente.
La respuesta parece ser un modelo híbrido. Se adoptan las herramientas del capitalismo global —family offices, asesores internacionales, directorios profesionales— pero se mantienen los valores y el control estratégico dentro del núcleo familiar. El poder se ejerce de forma más sofisticada y menos visible, en los comités de inversión y en las decisiones de asignación de capital, más que en la influencia política directa del pasado. El trono no ha sido abandonado; simplemente se ha trasladado a una sala de directorio más discreta, globalizada y, por ahora, lejos del ruido de la contingencia.