El colapso de Haití es un negocio: Mientras las pandillas controlan el territorio, la diáspora y la ayuda internacional redefinen el conflicto

El colapso de Haití es un negocio: Mientras las pandillas controlan el territorio, la diáspora y la ayuda internacional redefinen el conflicto
2025-08-05
Fuentes
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- El control territorial de las pandillas en Haití coexiste con una nueva fase: la persecución de élites haitianas en el extranjero y planes de rescate económico que no pueden ejecutarse.

- La crisis haitiana ya no es un problema interno; sus ondas expansivas se sienten en la región, desde la política migratoria de EE.UU. hasta incidentes locales en Chile.

- La comunidad internacional se enfrenta a una paradoja: intentar reconstruir un país donde la seguridad es inexistente, mientras se debate la legitimidad de una nueva intervención extranjera.

Preguntas y Respuestas para entender un colapso televisado

Han pasado más de dos meses desde que las alertas internacionales alcanzaron su punto álgido, pero la pregunta sobre Haití sigue siendo la misma, aunque con respuestas cada vez más complejas: ¿Qué está pasando realmente? La narrativa del "Estado fallido" se ha vuelto insuficiente. Hoy, Haití no es solo un territorio en disputa interna; es el epicentro de un reordenamiento de poder con actores locales y globales cuyas acciones, a menudo contradictorias, dibujan un panorama mucho más complejo que el de una simple crisis humanitaria.

1. ¿Quién controla Haití hoy?

La respuesta corta y brutal es que el Estado no lo hace. A principios de agosto, la violencia de las pandillas alcanzó un nuevo nivel de crueldad con el ataque a un orfanato y el secuestro de nueve personas, incluyendo una misionera irlandesa y un niño de tres años. Este acto no es una anomalía, sino la norma en un país donde, según la ONU, las bandas armadas controlan más del 80% de la capital, Puerto Príncipe. Entre enero y mayo de 2025, la violencia dejó más de 2.600 muertos y forzó el desplazamiento de 1,3 millones de personas.

Sin embargo, el poder no reside únicamente en las armas de las pandillas. Se ha hecho evidente una red de complicidades que trasciende las fronteras. El 22 de julio, el empresario y antiguo aspirante presidencial Pierre Réginald Boulos fue arrestado en Miami por autoridades estadounidenses, acusado de apoyar a estas mismas pandillas para desestabilizar el país. Este hecho destapa una de las grandes paradojas: parte de la élite que vive y opera desde el extranjero es señalada como responsable directa del caos del que, en teoría, huyeron. El poder, por tanto, es un juego a dos bandas: el control físico en las calles de Haití y el control financiero y político ejercido desde fuera.

2. ¿Qué hace la comunidad internacional?

La respuesta es contradictoria y, para muchos, ineficaz. Por un lado, organismos como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) diseñan ambiciosos planes de recuperación económica. A finales de julio, se discutían proyectos millonarios para invertir en infraestructura, servicios sociales y el sector privado, enfocándose en la región del Gran Norte como un polo de desarrollo alternativo a la caótica capital. Sin embargo, como admiten sus propios funcionarios, estos planes se basan en una "eventual desescalada de la violencia" que no ocurre. Es un intento de construir el segundo piso de un edificio que no tiene cimientos.

Por otro lado, las potencias actúan con una lógica de contención. El 24 de junio, Estados Unidos instó a sus ciudadanos a abandonar Haití "lo antes posible", reconociendo la imposibilidad de garantizar su seguridad. Simultáneamente, su sistema judicial persigue a figuras como Boulos, evidenciando que la crisis haitiana ya es un asunto de seguridad interna para ellos. Esta dualidad entre el rescate económico fallido y la persecución selectiva plantea una pregunta incómoda: ¿se busca salvar a Haití o contener sus efectos para que no desborden la región?

3. ¿Cómo impacta esta crisis en Chile?

El eco de Haití en Chile resuena en dos frecuencias muy distintas. El 11 de julio, el embajador chileno en Haití se reunía con autoridades de Cap-Haitien para "estrechar nexos de hermandad" y explorar un posible hermanamiento con la ciudad de Valparaíso. Esta es la cara de la diplomacia y la cooperación histórica, un discurso de solidaridad que busca construir puentes.

Sin embargo, una semana antes, el 3 de julio, la realidad social mostró su cara más cruda. Un ciudadano haitiano, en un acto de desesperación o furia, destruyó una oficina del Registro Civil en Salamanca, siendo posteriormente formalizado y puesto en prisión preventiva. Este incidente aislado, amplificado por los medios, se convierte en un símbolo de las tensiones y frustraciones derivadas de procesos migratorios complejos, donde la precariedad y las barreras burocráticas pueden colisionar con la convivencia social.

Chile, por tanto, vive su propia disonancia: por un lado, un discurso oficial de cooperación y hermandad; por otro, las fricciones reales de la integración en comunidades locales. La crisis haitiana no es un titular lejano, sino una realidad presente en la burocracia de una oficina pública y en los debates sobre seguridad y migración.

4. ¿Hay una salida?

El tema ya no es si Haití puede resolver su crisis interna, sino si la comunidad internacional puede acordar una solución coherente. La Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad, liderada por Kenia y autorizada por la ONU, avanza con lentitud y es vista con escepticismo por una población con una larga y dolorosa memoria de intervenciones extranjeras.

El debate ha superado la dicotomía de intervención versus soberanía. Hoy, la soberanía haitiana está secuestrada por actores armados internos y manipulada por intereses externos. La narrativa ha madurado: el colapso de Haití dejó de ser una tragedia local para convertirse en un problema de seguridad regional y transnacional. La pregunta final no es cómo reconstruir Haití, sino quién se beneficiará de esa reconstrucción y bajo qué condiciones se llevará a cabo.

El tema ha alcanzado una madurez temporal que permite un análisis profundo de sus múltiples dimensiones: el colapso institucional, la crisis humanitaria, la reconfiguración del poder de las pandillas y las complejas ramificaciones geopolíticas y migratorias en la región. La evolución de los eventos en los últimos 90 días ofrece una narrativa completa con consecuencias visibles, permitiendo una comprensión contextualizada que va más allá de la crónica de la violencia diaria. La historia ha sido reinterpretada, pasando de ser una crisis interna a un problema de seguridad regional que exige una respuesta internacional coordinada, lo que genera una reflexión crítica sobre soberanía, intervención y responsabilidad global.