A más de dos meses de las primarias presidenciales del oficialismo, el eco del resultado del 29 de junio sigue reconfigurando el mapa político chileno. Lo que se anticipaba como una contienda para ratificar el liderazgo de Carolina Tohá, la carta del Socialismo Democrático, se transformó en un sismo político con el contundente e inesperado triunfo de Jeannette Jara, la abanderada del Partido Comunista. Este desenlace, ocurrido en una jornada de escasa participación ciudadana, no solo definió una candidata, sino que expuso las tensiones latentes, fracturó alianzas y obligó a todos los sectores a recalcular sus próximos movimientos.
La campaña hacia las primarias fue un microcosmos de las divisiones que atraviesan a la izquierda chilena. Carolina Tohá, respaldada por el PPD, el PS, los liberales y los radicales, partió como la favorita natural, encarnando la experiencia de la ex Concertación y una figura central del gobierno de Gabriel Boric. A su lado, Gonzalo Winter, del Frente Amplio, luchaba por representar la continuidad del proyecto presidencial, pero sin lograr despegar en las encuestas.
Fue en ese escenario que la candidatura de Jeannette Jara comenzó a crecer. Su campaña, enfocada en un electorado de izquierda más duro y en votantes jóvenes desilusionados con las facciones tradicionales, ganó tracción. Mientras Winter y Tohá se enfrascaban en disputas sobre el legado de los "30 años" y políticas tributarias, Jara mantuvo un discurso consistente que conectó con una base movilizada. Los últimos días de campaña vieron a una Tohá a la ofensiva, emplazando directamente al PC por su rol en la fallida Convención Constitucional, una estrategia que, a la luz de los resultados, no logró revertir la tendencia y pudo haber consolidado el voto de rechazo en su contra. El día de la elección, Jara no solo ganó: obtuvo más del doble de votos que Tohá, un margen que silenció cualquier duda sobre la legitimidad de su victoria dentro del pacto.
La celebración en el comando de Jara duró poco. Casi en simultáneo con el reconocimiento de la derrota por parte de sus contendores, llegó la consecuencia más previsible y, a la vez, más dañina para el oficialismo. Alberto Undurraga, presidente de la Democracia Cristiana, declaró tajantemente que su partido no podía apoyar una candidatura del Partido Comunista. Este "portazo", como fue calificado, materializó el quiebre de la anhelada unidad de la centroizquierda. Para la DC y figuras históricas del sector, como el exsenador Ricardo Hormazábal, el triunfo de Jara no solo era una derrota para el centro político, sino que "le sirve a la derecha" al extremar la opción oficialista.
A esta fractura se sumó una señal de distancia de la propia Carolina Tohá, quien, si bien cumplió con el protocolo de reconocer el triunfo y fotografiarse con la ganadora, anunció días después que no participaría activamente en la campaña de Jara, buscando "otras formas de aportar". Este gesto evidenció que la unidad del sector sería más un formalismo que una alianza programática y electoral robusta, dejando a Jara con el desafío monumental de convocar a un electorado que, desde el centro, la mira con profunda desconfianza.
El resultado de la primaria oficialista fue recibido como una oportunidad estratégica en la derecha. La elección de Jara les permite enmarcar la carrera presidencial en una dicotomía clara, polarizando el debate y posicionándose como la alternativa al "extremismo". Sin embargo, este nuevo escenario también intensificó la competencia interna entre sus dos principales figuras: José Antonio Kast (Partido Republicano) y Evelyn Matthei (UDI).
Mientras Kast consolida su base con un discurso duro y sin concesiones, la campaña de Matthei ha comenzado a moverse tácticamente para capturar al votante de centro y de centroizquierda moderada que quedó sin representación tras la derrota de Tohá. Las críticas de su equipo programático, encabezado por Juan Luis Ossa, a la campaña de Kast —calificándola de tener "buenos títulos" pero "menos contenido"— son una clara señal de esta estrategia. Matthei busca presentarse como una figura de orden, experiencia de Estado y mayor moderación, capaz de construir una mayoría más amplia que la que ofrece su rival en el sector. La pregunta clave para la derecha es si Matthei logrará atraer a ese electorado huérfano antes de que Kast logre unificar al sector bajo su alero.
Dos meses después, el panorama presidencial es uno de alta incertidumbre y fragmentación. Jeannette Jara enfrenta el doble desafío de unificar a su propio sector, más allá de los gestos formales, y de moderar su discurso para atraer a los votantes del centro sin perder el respaldo de su base. La derecha, por su parte, vive su propia primaria de facto, una pugna entre dos proyectos que, aunque comparten un objetivo común, proponen caminos y estilos muy distintos para alcanzarlo. Las primarias del 29 de junio no cerraron un capítulo; por el contrario, abrieron una nueva fase en la política chilena, una donde las viejas coaliciones se muestran insuficientes y el centro del tablero político está, más que nunca, en disputa.