Han pasado dos meses desde que Apple, en su Conferencia Mundial de Desarrolladores (WWDC), presentó un futuro de interfaces translúcidas y traducciones simultáneas, pero dejó un notorio vacío en el centro de su ecosistema: una inteligencia artificial (IA) generativa propia y robusta. Lo que en junio pareció una calculada cautela o incluso una señal de retraso, hoy, a inicios de agosto de 2025, se revela como el preludio de un cambio estratégico forzado por la urgencia. La compañía de Cupertino no solo está entrando en la guerra de la IA; está corriendo para construir su propio arsenal.
La noticia que reconfiguró el tablero llegó a través de informes de Bloomberg a principios de agosto: Apple ha conformado una nueva división interna, conocida como AKI (Answers, Knowledge and Information). Su misión es inequívoca: desarrollar un motor de respuestas basado en IA, un competidor directo de herramientas como ChatGPT, para integrarlo en el corazón de sus productos. Este movimiento no es una simple actualización; es el reconocimiento de que depender de terceros, como OpenAI, no es una estrategia sostenible para una tecnología que definirá la próxima década.
Para entender la magnitud de este giro, es necesario volver a junio. La WWDC 2025 fue una demostración del clásico manual de Apple: pulcritud en el diseño con "Liquid Glass" y mejoras funcionales incrementales. Sin embargo, la postergación de las funciones más avanzadas de Apple Intelligence y de una Siri verdaderamente renovada dejó a analistas y usuarios con una sensación de ambigüedad. Mientras sus competidores ya monetizaban la revolución de la IA, Apple parecía observarla desde la barrera, debatiéndose entre su histórica promesa de privacidad y la necesidad de participar en una carrera tecnológica que no pide permiso.
El mercado, mientras tanto, no esperó. A finales de julio, los gigantes tecnológicos mostraron sus cartas con una contundencia abrumadora. Alphabet (Google) anunció una inversión histórica de 85.000 millones de dólares en IA, demostrando que su negocio de búsquedas no solo resistía el embate de los chatbots, sino que se fortalecía. Días después, Microsoft reportó un crecimiento del 39% en su unidad de nube Azure, impulsado directamente por la comercialización de servicios de IA. El mensaje era claro: la IA no era el futuro, era un presente extremadamente rentable.
Incluso empresas como Palantir Technologies vieron sus acciones dispararse tras atribuir ventas récord al "sorprendente impacto" de la inteligencia artificial en sus negocios. En este contexto, la estrategia de Apple de integrar parcialmente la tecnología de OpenAI parecía cada vez más una solución temporal que una visión a largo plazo. La presión no era solo competitiva, sino también financiera y de percepción de mercado.
La decisión de Apple de crear el equipo AKI expone un dilema fundamental que atraviesa a toda la industria tecnológica, pero que en Cupertino adquiere un dramatismo particular.
El tema está lejos de estar cerrado; más bien, una nueva fase acaba de comenzar. Apple ha pasado de la deliberación a la acción. La compañía que popularizó el smartphone y el computador personal ahora se enfrenta al desafío de reinventar su propuesta de valor en la era de la inteligencia artificial.
Las consecuencias de esta decisión se verán en los próximos meses y años. ¿Logrará Apple desarrollar un modelo de IA que sea tan intuitivo y seguro como para justificar su tardanza? ¿O se verá obligada a realizar adquisiciones millonarias, como se rumorea con la startup Perplexity, para acelerar el proceso?
Por ahora, la narrativa ha cambiado. La pregunta ya no es si Apple se unirá a la fiesta de la IA, sino si, una vez más, logrará transformarla a su imagen y semejanza.