“Los comunistas también tenemos derecho a tener iPhone”. La frase, lanzada por la candidata presidencial del oficialismo, Jeannette Jara, durante un seminario en Clapes UC este 5 de agosto, encapsula más de dos meses de una compleja y a ratos contradictoria redefinición política. Lo que comenzó como una candidatura del Partido Comunista (PC) para las primarias de junio, ha evolucionado hacia un experimento que obliga a Chile a debatir qué significa ser comunista en el siglo XXI. Lejos de ser una anécdota, la defensa de un bien de consumo icónico se ha convertido en un manifiesto improvisado que expone la batalla de Jara por conciliar una herencia ideológica estigmatizada con las aspiraciones de un electorado moderno y la desconfianza de los poderes fácticos.
Tras su contundente victoria en las primarias del 29 de junio, la estrategia de Jara cambió drásticamente. El programa de siete páginas con el que compitió, que incluía un "salario vital" de $750.000 y un crecimiento basado en la demanda interna, fue discretamente archivado. En su lugar, emergió un discurso de moderación y apertura.
El primer gran gesto fue el nombramiento de un equipo económico liderado por figuras de la ex-Concertación. El economista Luis Eduardo Escobar, cercano al PS, se transformó en su principal vocero económico. Sus declaraciones del 3 de agosto en La Tercera marcaron un punto de inflexión: “Jeannette Jara me dijo que era socialdemócrata y que no creía en la eliminación de las clases sociales ni en la dictadura del proletariado”. Escobar, además, calificó la meta del salario de $750 mil como "bien difícil" de cumplir, un compromiso que el nuevo equipo económico "no va a asumir".
A esto se sumaron mensajes directos al empresariado. En el Salmón Summit, el 22 de julio, Jara fue enfática: “No se preocupen, en mi gobierno no les van a expropiar nada”. Este viraje fue celebrado por el Socialismo Democrático, que durante las primarias, a través de su candidata Carolina Tohá, había advertido sobre los riesgos de un gobierno del PC, recordando que “donde ha gobernado en el mundo, los países se han estancado”.
Sin embargo, el camino hacia el centro no ha estado exento de turbulencias. Cada gesto de moderación ha sido recibido con escepticismo desde distintos frentes. La derecha, liderada por el candidato republicano José Antonio Kast, acusó el 2 de julio una estrategia de “camuflaje”. “Desaparecieron los perros matapacos y los arbolitos”, afirmó, señalando que el PC tiene una “habilidad enorme y se disfrazan”.
Desde la propia centroizquierda, figuras como el exsenador PPD Felipe Harboe manifestaron su desconfianza, declarando el 10 de julio que no votará por Jara porque representa una “ideología de museo”. Esta visión es compartida por analistas como Alfredo Joignant, quien en una columna en El País el 4 de agosto, diagnosticó que la candidatura de Jara enfrenta una “batalla perdida contra la desconfianza” empresarial y de un electorado conservador.
La propia candidata ha navegado estas tensiones con ambigüedad calculada. Mientras su equipo económico la presentaba como socialdemócrata, ella misma se resistía a las etiquetas y, ante la presión para suspender su militancia en el PC como un gesto definitivo al centro, se plantó con firmeza el 3 de julio: “Cuando haya una decisión al respecto, seré yo quien responda”. Días después, en un pleno del Comité Central de su partido, reafirmó su identidad política llamando a construir una "mayoría social y política" desde sus filas.
La candidatura de Jara ha puesto en evidencia que la disputa política actual se libra tanto en los programas como en los símbolos. La acusación de Kast sobre la desaparición de la iconografía del estallido social en favor de la bandera chilena apunta a un esfuerzo consciente del comando por ampliar su base electoral. La respuesta de Jara con el iPhone va en la misma línea, pero desde una perspectiva de inclusión y no de renuncia.
Al declarar el derecho de los comunistas a poseer un iPhone, Jara desafía directamente la caricatura del militante anacrónico y desconectado de la modernidad. Es un intento por normalizar su ideología, presentándola como compatible con las aspiraciones individuales dentro de una sociedad de consumo. No es una renuncia al proyecto colectivo, sino una afirmación de que dicho proyecto no implica necesariamente la austeridad o el rechazo a los frutos del desarrollo económico.
Esta postura genera una disonancia cognitiva deliberada: ¿puede una comunista liderar una economía de mercado, garantizar la propiedad privada y, al mismo tiempo, aspirar a transformaciones profundas? ¿O es, como acusa la derecha, una fachada para un proyecto radical oculto?
Dos meses después de su triunfo en primarias, el proyecto de Jeannette Jara sigue en plena construcción y disputa. Su equipo económico trabaja para presentar un programa que dé garantías de estabilidad, mientras la candidata se esfuerza por mantener unida a una coalición diversa y movilizar a su base histórica.
La discusión ha pasado de si Chile está preparado para un gobierno del Partido Comunista a qué tipo de comunismo es el que Jara representa. La respuesta a esa pregunta definirá no solo sus posibilidades de llegar a La Moneda, sino también el futuro del espectro político de la izquierda chilena. El debate, por ahora, sigue abierto y su desenlace es incierto.