A fines de julio de 2025, en Ohio, Estados Unidos, nació Thaddeus Daniel Pierce. A primera vista, una noticia rutinaria. Sin embargo, su origen biológico data de 1994. Thaddeus se gestó a partir de un embrión que permaneció criopreservado por más de 30 años, mientras el mundo que lo esperaba cambiaba radicalmente. Hoy, a más de un mes del evento, la anécdota del "bebé más viejo del mundo" ha decantado para revelar su verdadera profundidad: este no es un relato sobre un récord, sino sobre la disolución de las fronteras temporales que daban por sentadas nuestras nociones de generación, hermandad y familia.
La historia tiene tres protagonistas centrales. Por un lado, Lindsey y Tim Pierce, quienes tras siete años intentando ser padres, optaron por la "adopción de embriones". Por otro, Linda Archerd, la mujer de 62 años que, junto a su entonces marido, creó cuatro embriones en 1994. Uno de ellos se convirtió en su hija, hoy una mujer de 30 años. Los otros tres quedaron en un estado de vida suspendida. Archerd pagó por su almacenamiento durante décadas, motivada por una convicción personal: "Siempre sentí que estas tres pequeñas esperanzas merecían vivir igual que mi hija", declaró a medios estadounidenses. Finalmente, Thaddeus, cuya existencia une estos dos mundos, convirtiéndose en el hermano biológico de una mujer que podría ser su madre por edad.
El caso de Thaddeus saca a la luz una realidad sistémica y silenciosa: solo en Estados Unidos, se estima que más de 1.5 millones de embriones se encuentran congelados. Este vasto archivo de potencial humano existe en un limbo legal y ético. ¿Son considerados personas, como dictaminó la Corte Suprema de Alabama en 2024, abriendo una crisis en las clínicas de fertilidad? ¿O son una propiedad biológica de sus progenitores? ¿O quizás una tercera categoría que aún no hemos definido?
Organizaciones como Nightlight Christian Adoptions, que facilitó el encuentro entre Archerd y los Pierce, enmarcan el proceso como una "adopción" que "salva vidas". Este lenguaje, cargado de implicancias morales, choca con una perspectiva puramente científica que los ve como un conjunto de células con potencial de desarrollo. El Dr. John David Gordon, de la clínica que realizó el procedimiento, planteó la pregunta clave: "Estas historias capturan la imaginación, pero también son una advertencia: ¿por qué tenemos este problema?". La pregunta apunta a la falta de un consenso social, legal y filosófico sobre el estatus de estos embriones, un debate que la tecnología ha forzado a la palestra.
El nacimiento de Thaddeus no es un hecho aislado, sino la manifestación más visible de una tendencia científica que desafía la linealidad del tiempo biológico. Mientras la noticia de Thaddeus circulaba, la comunidad científica debatía otros hitos que resuenan con ella. Investigaciones publicadas en EL PAÍS detallan cómo, a nivel celular, el envejecimiento es un proceso maleable que podría, teóricamente, ser revertido. Científicos como Juan Carlos Izpisúa han logrado rejuvenecer tejidos en ratones, demostrando que la edad biológica no es una flecha unidireccional.
Al mismo tiempo, técnicas como la donación mitocondrial, que ha permitido el nacimiento de bebés con el ADN de "tres padres genéticos" en el Reino Unido para evitar enfermedades hereditarias, demuestran que la propia definición de parentesco genético se está volviendo más compleja y fluida.
Estos avances nos obligan a una disonancia cognitiva constructiva: si podemos pausar el inicio de una vida por 30 años, rejuvenecer células o combinar material genético de tres personas, ¿qué significa realmente "ser contemporáneo"? ¿Qué tipo de vínculo une a Thaddeus con su hermana de 30 años? La ciencia ha creado un nuevo tipo de anacronismo familiar para el cual no tenemos lenguaje ni marcos de referencia.
La conversación va más allá de la Tierra. Mientras en nuestro planeta debatimos sobre embriones congelados, la ciencia ya se pregunta sobre la viabilidad de la gestación en el espacio. Como analiza un artículo de WIRED, los desafíos de la microgravedad y la radiación cósmica en el desarrollo fetal son inmensos. Sin embargo, la pregunta ya está instalada, porque la expansión de la humanidad parece ser una aspiración inevitable. Las cuestiones éticas que hoy nos plantea Thaddeus serán los problemas prácticos de las futuras generaciones de exploradores.
El nacimiento de Thaddeus Pierce, por tanto, ha dejado de ser una simple noticia. Se ha convertido en un espejo que nos devuelve preguntas incómodas pero fundamentales. La tecnología avanza a una velocidad exponencial, mientras nuestras leyes, ética y costumbres lo hacen de forma lineal. Thaddeus no es un "bebé del pasado"; es un ciudadano de un presente complejo que nos exige, como sociedad, iniciar una conversación profunda sobre los límites y las posibilidades de la vida humana. Un diálogo que en Chile, como en el resto del mundo, apenas comienza.
2025-08-03