Hoy, 6 de agosto de 2025, lo que comenzó hace más de un año como una audaz Oferta Pública de Adquisición (OPA) hostil del BBVA sobre el Banco Sabadell ha llegado a un punto de inflexión crítico. La junta de accionistas del Sabadell acaba de aprobar dos movimientos estratégicos que alteran fundamentalmente el tablero: la venta de su filial británica TSB al Banco Santander y el reparto de un dividendo extraordinario de 2.500 millones de euros. Esta jugada, largamente anunciada, no es solo una defensa; es un desafío directo que obliga al BBVA a tomar una decisión definitiva, mientras el gobierno español y la Comisión Europea observan desde trincheras opuestas. La historia ya no es sobre una simple fusión, sino sobre los límites del poder corporativo frente a la soberanía política y las tensiones inherentes al proyecto de integración europea.
La ofensiva del BBVA, lanzada en mayo de 2024, se basaba en una lógica de escala y eficiencia: crear un gigante bancario europeo y generar 850 millones de euros en sinergias a través de la integración de operaciones, cierre de oficinas y unificación de plataformas tecnológicas. Sin embargo, la dirección del Sabadell, liderada por su consejero delegado César González-Bueno, orquestó una defensa multifacética que ha resultado ser notablemente efectiva.
Primero, apeló al arraigo territorial y al riesgo de una menor competencia, ganando el apoyo de patronales, sindicatos y gobiernos autonómicos. Segundo, y más decisivo, desplegó una contraofensiva financiera. Presentó un plan estratégico en solitario que, según analistas, hace al banco más atractivo por sí mismo. La guinda del pastel fue la venta de TSB, una operación que no solo genera liquidez para un macrodividendo que endulza el oído de los accionistas, sino que también modifica la estructura del banco que el BBVA pretendía adquirir.
El resultado es tangible en el mercado: la acción del Sabadell cotiza hoy un 15% por encima del valor de la oferta del BBVA. En palabras de González-Bueno, "el tiempo nos ha dado la razón". Para los accionistas, aceptar la oferta actual del BBVA significaría una pérdida económica inmediata, una situación que pone al banco adquirente en una posición insostenible.
El factor que transformó esta OPA de un asunto de mercado a una cuestión de Estado fue la intervención del gobierno español. En junio, el Consejo de Ministros, liderado por el ministro de Economía Carlos Cuerpo, impuso una condición sin precedentes: el BBVA debería mantener al Sabadell como una entidad jurídica y patrimonialmente independiente durante un mínimo de tres años, prorrogables a cinco.
Esta medida, justificada en la protección de la competencia y el "interés general", es un golpe directo al corazón de la OPA. Sin la posibilidad de fusionar las estructuras, las sinergias de 850 millones de euros que BBVA prometía a sus inversores se desvanecen en el corto y mediano plazo. Como afirmó el CEO del Sabadell, con esta condición "las sinergias son cero" durante ese periodo, ya que cualquier inversión para la integración iría en detrimento de los resultados individuales del Sabadell, violando la autonomía de gestión impuesta.
La postura del gobierno refleja una preocupación más profunda, heredada de la crisis financiera de 2008: la excesiva concentración bancaria. En poco más de una década, España pasó de tener cerca de 50 entidades a apenas una decena, y la desaparición de otro actor clave como el Sabadell es vista con recelo por un amplio espectro político y social.
La intervención de Madrid no pasó desapercibida en Bruselas. El 17 de julio, la Comisión Europea abrió un procedimiento de infracción contra España, argumentando que la legislación nacional otorga al gobierno "poderes discrecionales y sin límites" para bloquear fusiones bancarias. Para la Comisión, esto no solo vulnera la libre circulación de capitales, sino que también socava las competencias del Banco Central Europeo (BCE) y el objetivo estratégico de la Unión Bancaria: fomentar la creación de bancos paneuropeos más grandes y resilientes a través de fusiones transfronterizas.
Este choque expone una de las grandes contradicciones del proyecto europeo. Mientras Bruselas aboga por la consolidación para competir globalmente, capitales como Madrid priorizan la estabilidad y competencia de sus mercados nacionales. La OPA del BBVA al Sabadell se ha convertido así en un caso de estudio sobre el pulso entre la integración supranacional y el proteccionismo estatal.
Con la aprobación de la venta de TSB y el dividendo extraordinario, la pelota está ahora exclusivamente en el tejado del BBVA. Las opciones sobre la mesa son pocas y complejas:
La decisión que tome el BBVA en los próximos días no solo sellará el destino de dos de los mayores bancos de España. También enviará una señal contundente sobre el equilibrio de poder real en la Europa del siglo XXI: un complejo campo de batalla donde las estrategias corporativas, las soberanías nacionales y las ambiciones continentales luchan por imponerse.