A principios de agosto de 2025, mientras una tensa calma se instalaba entre Israel e Irán tras semanas de ataques directos, en Chile el eco del conflicto seguía resonando con fuerza. Lejos de apagarse, la controversia ha madurado, revelando las profundas fracturas y las complejas identidades de las comunidades de la diáspora. Lo que comenzó como un gesto diplomático del gobierno de Gabriel Boric se transformó en un espejo de las tensiones globales, un debate nacional sobre política exterior, derechos humanos y el significado de ser chileno con raíces en Medio Oriente.
1. ¿Qué acción del gobierno chileno inició la escalada de tensión local?
El 28 de mayo de 2025, la Cancillería chilena, encabezada por Alberto van Klaveren, oficializó el retiro de los agregados militares de la embajada en Israel. La razón esgrimida fue la “gravísima situación humanitaria” en la Franja de Gaza y la “desproporcionada e indiscriminada operación militar” del ejército israelí. El gobierno calificó la medida como “una señal”, descartando una ruptura total de relaciones. Sin embargo, esta señal fue suficiente para desatar una tormenta política y comunitaria. La oposición, en voz de figuras como Evelyn Matthei, acusó un “uso político” del conflicto, mientras que desde el oficialismo, el Frente Amplio presionaba por medidas aún más drásticas.
2. ¿Cómo reaccionaron las comunidades de la diáspora en Chile?
La reacción fue inmediata y divergente, reflejando la dualidad de una historia compartida y un presente antagónico.
3. ¿Cómo evolucionó el conflicto en Medio Oriente y qué impacto tuvo en la postura de Chile?
La tensión escaló a un nivel sin precedentes el 13 de junio, cuando Israel lanzó ataques directos contra instalaciones nucleares y de misiles en Irán, argumentando una “amenaza existencial”. La Cancillería chilena manifestó su “profunda preocupación” y llamó a “cesar las hostilidades”. La guerra directa duró 12 días, hasta que se acordó un alto al fuego el 24 de junio. Durante este período, el portavoz de las Fuerzas de Defensa de Israel, Roni Kaplan, justificó la ofensiva como un “acto de supervivencia”. Irán, por su parte, expresó “serias dudas” sobre el respeto de Israel a la tregua e incluso su presidente denunció un intento de asesinato en su contra.
4. ¿El debate en Chile se mantuvo polarizado o surgieron nuevas perspectivas?
Si bien la polarización inicial fue la tónica, con el paso de las semanas emergieron voces que buscaron romper el binarismo. El punto de inflexión fue una columna de opinión publicada el 4 de agosto por la periodista Patricia Politzer y el abogado Gabriel Zaliasnik, ambos destacados miembros de la comunidad judía. Bajo el título “No podemos guardar silencio”, el texto representó una disonancia constructiva: junto con condenar la masacre de Hamás y defender el derecho de Israel a existir, criticaron duramente la respuesta militar israelí por su “costo humanitario desolador” y la violencia de colonos extremistas. “Apoyar a Israel no es callar, es tener el coraje de exigir un camino distinto”, afirmaron, abogando por la solución de dos Estados. Esta publicación evidenció que dentro de las propias comunidades existía un debate ético profundo, alejado de las posturas monolíticas que a menudo dominan la discusión pública.
5. ¿En qué estado se encuentra el tema actualmente?
El debate está lejos de estar cerrado. Ha evolucionado de una reacción a un evento diplomático a una reflexión nacional más profunda. La tregua en Medio Oriente no ha significado una tregua en Chile. Las acciones legales continúan, las posturas políticas siguen enfrentadas y las heridas en las comunidades de la diáspora permanecen abiertas. El conflicto ha obligado a Chile a mirarse al espejo y cuestionar cómo un país en el extremo sur del mundo gestiona las lealtades de sus ciudadanos, su rol en el escenario internacional y la delgada línea que separa la política exterior de las pasiones internas. La “guerra de los primos”, como se ha llegado a conocer, no se libra con misiles, sino con declaraciones, columnas y recursos legales, demostrando que la geografía es irrelevante cuando la identidad está en juego.