Hoy, a principios de agosto de 2025, las filas kilométricas que serpenteaban fuera de las tiendas del Costanera Center y otros centros comerciales del país hace dos meses son solo un recuerdo viral. La "Fiebre Labubu" que acaparó titulares y agotó en minutos cada reposición de las figuras coleccionables del artista hongkonés Kasing Lung, parece haberse extinguido. Sin embargo, bajo la superficie de la normalidad comercial, el fenómeno no ha muerto; ha mutado. En plataformas como Mercado Libre, grupos de Facebook y cuentas de Instagram dedicadas, los Labubu viven una segunda vida. Un muñeco que costaba 12.000 pesos en el retail ahora se transa comúnmente por 30.000, 40.000 o incluso más si se trata de una edición "secreta". La euforia inmediata se ha transformado en una microeconomía de reventa, donde la especulación, la nostalgia instantánea y la pasión del coleccionista convergen.
Para entender el presente, es necesario rebobinar a junio. El lanzamiento de la serie "The Monsters" de Pop Mart en Chile no fue un evento espontáneo, sino la culminación de una estrategia de marketing global perfectamente ejecutada. Al igual que con lanzamientos de zapatillas de edición limitada o la preventa de vehículos eléctricos asiáticos que registran cifras récord en minutos, el modelo se basa en la escasez programada. La oferta limitada frente a una demanda inflada por redes sociales creó un cóctel irresistible de urgencia y exclusividad.
El resultado fue un ritual de consumo moderno: jóvenes y adultos pernoctando fuera de las tiendas, transmisiones en vivo desde las filas, y la inevitable frustración de miles que se quedaron con las manos vacías. Este escenario no es nuevo, pero su protagonista, un duende de orejas largas y dientes prominentes, revela un cambio cultural más profundo. Labubu no es un personaje de Disney ni un superhéroe de Marvel. Su éxito es la prueba definitiva de que el eje del deseo juvenil y adulto ha virado hacia Asia.
El análisis de este consumo masivo revela motivaciones complejas y, a veces, contradictorias. Tras la fiebre, se pueden distinguir al menos tres arquetipos de participantes:
Dos meses después, el fenómeno Labubu ha dejado más que estanterías llenas y bolsillos más o menos abultados. Ha consolidado un nuevo paradigma en el consumo chileno. Primero, demostró que un producto cultural sin un anclaje tradicional en el país puede generar un impacto masivo si se alinea con las corrientes globales de la cultura pop. Segundo, normalizó la convivencia de un mercado primario (retail) y uno secundario (reventa) que operan en simultáneo y se retroalimentan.
El tema, lejos de estar cerrado, ha evolucionado. El debate ya no es dónde conseguir un Labubu, sino sobre la legitimidad de la reventa, la tensión entre los "verdaderos fans" y los "especuladores", y la sostenibilidad de un modelo de consumo basado en el hype constante. La pregunta que queda abierta es si la fiebre Labubu fue un evento aislado o el ensayo general para futuras olas de consumo impulsadas por estéticas y narrativas lejanas, pero que conectan de manera sorprendentemente íntima con los deseos y ansiedades locales. Lo que compramos, al parecer, dice tanto de lo que nos falta como de lo que anhelamos.