Han pasado casi dos meses desde que el vuelo AI171 de Air India se estrelló el 12 de junio, a solo 1.5 kilómetros de la pista del aeropuerto de Ahmedabad. La cobertura mediática inmediata, con sus imágenes de humo y desesperación, ha cesado. Ahora, en el silencio que sigue a la tragedia, comienza a emerger la verdadera historia, no desde los titulares, sino desde los minuciosos informes de los investigadores, el análisis de un video casero y el eco de las voces que sobrevivieron al estruendo.
La narrativa ya no es sobre el qué, sino sobre el porqué. Y la respuesta, lejos de ser simple, se perfila como una colisión de factores donde la tecnología, el error humano y el azar se entrelazan en los 30 segundos que duró el vuelo.
La historia del vuelo AI171 se cuenta hoy a través de tres perspectivas que el azar dispuso de manera brutal. Primero, la de Vishwash Kumar Ramesh, el único sobreviviente de entre 242 personas a bordo. Su testimonio inicial, aunque breve, es una pieza clave: "Treinta segundos después del despegue, se escuchó un fuerte ruido y el avión se estrelló". Esa simple frase ha orientado parte de la investigación hacia un fallo catastrófico y súbito.
En segundo lugar, está la historia de Bhoomi Chauhan, la mujer que, por un retraso de diez minutos en el tráfico de Ahmedabad, no pudo abordar el avión. Su relato, difundido días después del accidente, no aporta datos técnicos, pero sí una dimensión humana sobre la fragilidad de la vida y el rol del azar en el destino.
Pero la voz más inesperada y, quizás, la más crucial, es la de Aryan Asari, un adolescente de 17 años. Apasionado por los aviones, se encontraba en la terraza de la casa de su padre grabando despegues con su teléfono. Sin saberlo, capturó la secuencia completa del desastre. Su video, que se viralizó globalmente, es hoy una de las principales pruebas para los investigadores. En él se observa cómo el Boeing 787-8 Dreamliner, con el morro apuntando extrañamente hacia arriba, pierde altitud en lugar de ganarla, hasta desaparecer tras los edificios y dar paso a una bola de fuego. Para Aryan, lo que era una afición se convirtió en un trauma; para la investigación, en una evidencia irrefutable.
Con el video de Asari y los datos preliminares, los expertos de la India, Estados Unidos y Reino Unido barajan varias hipótesis que, probablemente, no son excluyentes entre sí.
La verdad definitiva sobre la secuencia de fallos se encuentra en las cajas negras. El 13 de junio, un día después del accidente, los equipos de rescate recuperaron una de ellas. El análisis del registrador de datos de vuelo (FDR) y del grabador de voz de la cabina (CVR) permitirá a los investigadores reconstruir con precisión cada parámetro del avión —velocidad, altitud, potencia de los motores, posición de los controles— y escuchar las conversaciones y alarmas en la cabina.
Este análisis es lento y meticuloso. Su resultado no solo explicará qué le ocurrió al vuelo AI171, sino que también tendrá profundas implicaciones para la industria.
Este accidente es el primer siniestro con víctimas mortales de un Boeing 787 Dreamliner desde su entrada en servicio en 2011. Este modelo, uno de los más modernos y tecnológicamente avanzados del mundo, se comercializó precisamente por su eficiencia y sus altos estándares de seguridad. La tragedia ha puesto bajo un intenso escrutinio tanto a Boeing como a GE Aerospace, el fabricante de los motores.
El informe final, que podría tardar más de un año, probablemente derivará en nuevas directivas de seguridad para las aerolíneas a nivel mundial, especialmente en lo que respecta a operaciones en condiciones de calor extremo y en aeropuertos con riesgos conocidos. Por ahora, el vuelo AI171 no ha terminado su viaje. Ha pasado de ser una tragedia en tiempo real a convertirse en un complejo caso de estudio del que depende, en parte, la seguridad de millones de futuros pasajeros. La pregunta que la investigación deberá responder es si estamos ante una tormenta perfecta de fallos impredecibles o ante una catástrofe que la aviación moderna debió haber sido capaz de evitar.