La NASA prioriza un reactor nuclear en la Luna:La pugna entre Trump y Musk deja a la agencia sin su cúpula científica y la reorienta hacia una estrategia de control territorial espacial

La NASA prioriza un reactor nuclear en la Luna:La pugna entre Trump y Musk deja a la agencia sin su cúpula científica y la reorienta hacia una estrategia de control territorial espacial
2025-08-06
Fuentes
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- La NASA, bajo nueva dirección política, acelera un plan para instalar un reactor nuclear en la Luna con fines geopolíticos, buscando adelantarse a China.

- Este giro estratégico es la consecuencia de una crisis institucional gatillada por la pugna entre Donald Trump y Elon Musk, que provocó la salida de directores clave y una rebelión científica interna.

- Los repetidos fallos técnicos de SpaceX y las amenazas de Musk debilitaron la colaboración público-privada, abriendo la puerta a una intervención política que hoy redefine el futuro espacial de EE.UU.

¿Una central nuclear en la Luna?

A principios de agosto de 2025, a más de dos meses de la escalada del conflicto, la noticia parece sacada de una novela de ciencia ficción con tintes de Guerra Fría. La NASA, bajo la dirección interina del Secretario de Transportes, Sean Duffy, ha puesto en marcha un plan acelerado para construir un reactor de fisión nuclear en la Luna antes de 2030. La justificación, expresada sin rodeos por Duffy, no es científica, sino geopolítica: “Estamos en una carrera con China”.

Una directiva interna filtrada a la prensa revela la verdadera dimensión de la estrategia. La instalación de un reactor permitiría a Estados Unidos crear una “zona de exclusión energética” por motivos de seguridad radiológica, controlando de facto áreas estratégicas del satélite. Este movimiento redefine la carrera espacial, transformándola de una de exploración a una de control territorial, un cambio radical para una agencia que, hasta hace poco, se enorgullecía de sus misiones científicas y de cooperación internacional. Pero, ¿cómo llegó la principal agencia espacial del mundo a este punto de inflexión?

Crónica de una órbita rota: la guerra de egos que desvió a la NASA

Para entender el presente, hay que retroceder a finales de mayo. La relación entre el presidente Donald Trump y el magnate Elon Musk, antes un pilar de la nueva era espacial estadounidense, implosionó. Musk, quien había ocupado un cargo como asesor de eficiencia en el gobierno, renunció por desacuerdos con los recortes presupuestarios impulsados por Trump. Lo que siguió fue una guerra pública de acusaciones en redes sociales.

El conflicto escaló rápidamente. A principios de junio, Musk amenazó con retirar la cápsula Dragon de SpaceX, el único vehículo estadounidense capaz de llevar astronautas y carga a la Estación Espacial Internacional. La respuesta de la Casa Blanca fue contundente y directa al corazón de la influencia de Musk en la política espacial. Trump retiró la nominación de Jared Isaacman, un astronauta privado y socio de Musk, como director de la NASA, calificando su elección de “inapropiada”. En su lugar, el 10 de julio, nombró a Sean Duffy, un abogado y exfigura de reality shows sin experiencia científica, como administrador interino. La NASA había sido intervenida políticamente.

La rebelión de los científicos

La designación de Duffy y la propuesta de la Casa Blanca de recortar a la mitad el presupuesto científico de la agencia —de 7.300 a 3.900 millones de dólares— provocaron un terremoto interno. El 22 de julio, casi 300 empleados y exempleados de la NASA, respaldados por una veintena de premios Nobel, publicaron la “Declaración Voyager”. En una carta abierta, denunciaron que las nuevas políticas “comprometen la seguridad humana, desperdician recursos públicos y socavan la misión central de la NASA”.

La protesta no fue solo simbólica. En los meses previos, la incertidumbre y la nueva dirección política ya habían provocado la renuncia de figuras clave. Laurie Leshin, directora del prestigioso Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL), dimitió en junio. Le siguió en julio Makenzie Lystrup, directora del Centro de Vuelo Espacial Goddard, el mayor centro de investigación de la agencia. La cúpula científica de la NASA estaba siendo desmantelada, ya sea por renuncia o por la presión de implementar recortes que consideraban destructivos.

El telón de fondo: un cohete que no despegaba

Mientras la batalla política se libraba en Washington, en Texas, el ambicioso proyecto de Musk, el cohete Starship, sufría reveses técnicos. El 27 de mayo, un prototipo explotó por tercera vez consecutiva en vuelo. Aunque Musk lo calificó de “gran mejora”, la seguidilla de fallos, que incluyó otra explosión en la plataforma de pruebas el 19 de junio, proyectaba una imagen de vulnerabilidad para SpaceX. El socio privado que prometía llevar a la humanidad a Marte de forma barata y eficiente mostraba sus grietas, debilitando la posición de Musk y, paradójicamente, facilitando la intervención de un gobierno ahora hostil que buscaba reducir su dependencia del magnate.

El futuro: ¿conquista o ciencia?

Hoy, 6 de agosto de 2025, la NASA se encuentra en una encrucijada. La visión de exploración científica que nos regaló las imágenes del telescopio James Webb y los rovers en Marte parece haber sido eclipsada por una agenda de competencia geopolítica y control de recursos. La pugna personal entre dos de las figuras más poderosas de Estados Unidos no solo dejó a la agencia a la deriva, sino que la reorientó hacia una órbita completamente nueva.

El debate ya no es si el futuro de la exploración espacial es público o privado, sino si su propósito será el conocimiento o la dominación. La comunidad científica resiste, el Congreso debate los presupuestos y la Casa Blanca presiona. La carrera por instalar un reactor nuclear en la Luna es solo el primer capítulo visible de esta nueva era, una que fue gatillada no por un descubrimiento astronómico, sino por un conflicto profundamente terrenal.

El tema ilustra cómo un conflicto entre figuras de poder político y corporativo puede generar consecuencias sistémicas en instituciones públicas clave, afectando la política científica y la carrera geoestratégica a largo plazo. La historia ha madurado lo suficiente para analizar las repercusiones de las decisiones políticas en la capacidad de innovación y ejecución de un programa nacional, mostrando una clara evolución desde las fallas técnicas y disputas personales hasta una crisis institucional con efectos visibles.