Ha pasado un mes desde que se apagaron las luces del estudio de TVN que acogió la undécima edición de los Premios Pulsar. Lejos del recuento inmediato de ganadores y de la crónica de la ceremonia del 6 de julio, la distancia temporal permite analizar el evento como lo que realmente fue: una compleja radiografía de la identidad sonora de un país en plena transformación. Los Pulsar 2025 no ofrecieron una respuesta única sobre qué es la música chilena hoy, sino que expusieron con claridad sus tensiones, diálogos y fracturas.
Si los premios son un mensaje que una industria se envía a sí misma, el de este año fue elocuente. Al otorgar los galardones más importantes —Álbum del Año y Mejor Álbum de Rap, Reggae & R&B para Ana Tijoux por su disco Vida, y Canción del Año y Mejor Álbum Pop para Gepe por UNDESASTRE—, el jurado y la SCD apostaron por la consolidación de la canción de autor con vocación universal. Ambos trabajos, aclamados por la crítica, representan una música que no teme a la fusión de estilos, a la complejidad lírica ni a la exploración personal. Son discos para escuchar con detención, un gesto que parece ir a contracorriente de la era del consumo rápido.
Esta línea se reforzó con el reconocimiento a Manuel García como Mejor Cantautor y a la virtuosa Pascuala Ilabaca como Intérprete del Año. En conjunto, estos premios dibujan un ideal de la música chilena: diversa en sus formas, pero unida por una raíz artesanal y un profundo sentido artístico. Es la imagen que la industria musical formal desea proyectar de sí misma.
Sin embargo, la misma ceremonia se encargó de mostrar la otra cara de la moneda. El premio a "Gata Only" de Floyy Menor y Cris MJ como la canción con mayor difusión digital no fue un dato anecdótico, sino la constatación de un fenómeno cultural que opera con lógicas distintas a las de la crítica especializada. Mientras los álbumes de Tijoux y Gepe requieren una escucha atenta, el éxito del género urbano se mide en miles de millones de reproducciones y su impacto es inmediato y masivo.
La presencia en el show de Jere Klein, el artista chileno más escuchado en Spotify en 2023, fue un gesto de reconocimiento ineludible hacia esta fuerza dominante. Aunque no se llevó los premios principales, su actuación simbolizó la tensión central de la noche: ¿cómo dialogan el circuito de la autoría y el de la viralidad? Los Pulsar no buscaron resolver esta pregunta, sino que la pusieron en escena, evidenciando una industria que funciona a dos velocidades y con dos lenguajes que rara vez se cruzan fuera de estas instancias ceremoniales.
Frente a esta fragmentación, los organizadores propusieron una narrativa de unidad a través de colaboraciones y homenajes que buscaron conectar puntos distantes del mapa musical chileno. El tributo a Tommy Rey, ícono de la cumbia fallecido en marzo, fue el momento más significativo. Ver a La Combo Tortuga, herederos de su sonido, junto a una voz melódica como la de Luis Jara, fue un intento por legitimar la cumbia como parte central del patrimonio sonoro nacional, más allá de su rol festivo.
En la misma línea, la unión en el escenario de dos generaciones de cantautores como Fernando Ubiergo y Manuel García, o la colaboración de Saiko con voces emergentes como Masquemusica y Karla Grunewaldt, funcionaron como postales de un posible linaje musical. Estos cruces, improbables en el día a día de la industria, sugieren un esfuerzo consciente por construir una memoria colectiva, un relato en el que el pop de los 90, la nueva canción chilena y el R&B contemporáneo pueden dialogar.
Un mes después, los Premios Pulsar 2025 se revelan no como un punto final, sino como el registro de un debate en pleno desarrollo. La música chilena es, a la vez, el bolero sofisticado de Catalina y Las Bordonas de Oro, el rock experimental de Electrodomésticos, la cumbia ranchera de Alanys Lagos y el trap global de sus nuevas estrellas. Los premios no lograron unificar estas escenas, pero sí las obligaron a mirarse a la cara por una noche. La identidad sonora del país no es una sola melodía, sino precisamente esa polifonía, a ratos disonante, que sigue buscando su armonía.