A finales de julio de 2025, el Sudeste Asiático contuvo la respiración. Cazas F-16 tailandeses bombardeaban territorio camboyano. Se reportaba el uso de municiones de racimo. Más de 130.000 civiles huían de sus hogares. Todo apuntaba al inicio de una guerra a gran escala, alimentada por una disputa fronteriza centenaria. Pero, casi tan rápido como empezó, el conflicto se detuvo. En menos de cuatro días, los enemigos acérrimos estaban sentados a la mesa de negociación.
La pregunta no es por qué pelearon, sino por qué pararon tan rápido. La respuesta define un posible nuevo paradigma para la gestión de conflictos en el siglo XXI.
El enfrentamiento no surgió de la nada. Las fronteras mal definidas de la era colonial, especialmente en torno a templos antiguos como Preah Vihear y Ta Muen Thom, han sido una herida abierta durante décadas. Cada cierto tiempo, la herida se infecta. En esta ocasión, una serie de incidentes menores, como tiroteos y la explosión de una mina terrestre, se encontraron con un entorno político volátil en Tailandia. El resultado fue una escalada militar clásica.
Ambos gobiernos recurrieron a una retórica nacionalista, acusándose mutuamente de agresión. La lógica era la del siglo XX: la soberanía se defiende con fuerza. El uso de armamento avanzado, como ataques aéreos y cohetes contra zonas residenciales, demostró que ninguna de las partes estaba dudando. Por un momento, pareció que el orgullo nacional arrastraría a la región a un conflicto prolongado, similar a los que se han visto en otras partes del mundo.
El punto de inflexión fue la velocidad de la respuesta diplomática, impulsada por tres factores clave que no existían en disputas anteriores:
Este evento no es un simple alto al fuego. Es una señal de cómo podrían gestionarse las tensiones futuras en la región. Se abren tres escenarios posibles.
El patrón de "escalada rápida, desescalada forzada" se convierte en la nueva norma. Los países usan demostraciones de fuerza cortas y controladas para ganar influencia en la mesa de negociación, sabiendo que ASEAN intervendrá para evitar una guerra total. El objetivo no es la conquista, sino reajustar el equilibrio de poder. Es una forma de estabilidad pragmática, aunque cínica, que evita guerras prolongadas pero no resuelve las disputas de raíz.
El acuerdo actual es solo una pausa. Las causas fundamentales del conflicto —las fronteras sin demarcar y el nacionalismo político— siguen intactas. Una futura crisis política en Bangkok o Phnom Penh podría ser la excusa perfecta para reavivar las hostilidades. El legado de las municiones de racimo y la desconfianza militar persistente hacen que la frontera siga siendo un polvorín. En este escenario, el modelo ASEAN demuestra ser solo un parche temporal.
Si en un futuro conflicto ASEAN no logra actuar con la misma rapidez, el vacío podría ser llenado por Estados Unidos o China, convirtiendo una disputa local en un tablero de su propia rivalidad. La mención del presidente estadounidense sobre su rol en el alto al fuego fue un recordatorio de este interés externo. La región podría pasar de gestionar sus propios problemas a convertirse en un escenario de tensiones geopolíticas importadas, un riesgo que los líderes de ASEAN buscan evitar a toda costa.
En definitiva, la "Guerra de los Tres Días" puede ser recordada no por los combates, sino por cómo se detuvo. Marcó el triunfo del pragmatismo económico y la diplomacia regional sobre el fervor nacionalista. El Sudeste Asiático parece haber encontrado una fórmula para apagar incendios rápidamente. La gran pregunta a futuro es si logrará también eliminar el combustible que los provoca.