La bandera rota se queda en el museo: Dos meses después, la controversia por la obra de Janet Toro decantó de escándalo político a un debate de fondo sobre qué une y qué divide a los chilenos

La bandera rota se queda en el museo: Dos meses después, la controversia por la obra de Janet Toro decantó de escándalo político a un debate de fondo sobre qué une y qué divide a los chilenos
2025-08-07
Fuentes
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- A más de dos meses de la polémica, la intervención artística de una bandera en el Bellas Artes pasó de escándalo viral a un debate de fondo sobre identidad.

- La controversia expuso la lucha por el significado de los símbolos patrios, enfrentando la libertad de expresión con una visión conservadora del patriotismo.

- La firmeza del museo y el contexto histórico del arte chileno revelan que la tensión no es nueva, sino un reflejo persistente de las fracturas sociales del país.

La calma después de la tormenta digital

Hoy, a principios de agosto de 2025, la exposición “Intimidad radical” de la artista Janet Toro en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) se acerca a su fin. Las dos banderas chilenas intervenidas que desataron una tormenta mediática y política a fines de mayo siguen allí, colgadas en silencio. La furia de las redes sociales se ha disipado y los oficios parlamentarios han sido archivados. Lo que queda no es el ruido del escándalo, sino el eco de una pregunta fundamental: ¿qué representa la bandera de Chile hoy? La distancia temporal ha permitido que la controversia decante, revelando no un simple acto de provocación, sino un profundo síntoma de las fracturas que atraviesan la identidad nacional.

Crónica de una polémica anunciada

El punto de ignición fue la viralización de imágenes de la obra “La Bandera en los tiempos de la indignación I y II” (2019). En una, la estrella solitaria aparece recortada, como si cayera al vacío; en la otra, el lienzo está rayado. Creadas en el clímax del estallido social de 2019, las piezas eran, en palabras de su autora, una respuesta artística a un “contexto político y social urgente”.

Sin embargo, en el Chile de 2025, la reacción fue inmediata y polarizada. El diputado Cristián Araya (Republicano) ofició a la ministra de las Culturas, acusando un “ultraje” al emblema patrio. Un pequeño grupo de manifestantes llegó al museo a expresar su descontento. Para este sector, la intervención no era arte, sino una profanación, un ataque a un símbolo de unidad y orden que consideran amenazado desde octubre de 2019.

La respuesta del mundo del arte y la cultura fue igualmente contundente, pero en sentido contrario. Janet Toro defendió su trabajo como una reflexión crítica y no como un “acto arbitrario”. La curadora de la muestra, Cecilia Fajardo-Hill, y la directora del MNBA, Varinia Brodsky, respaldaron la exhibición, apelando a la libertad de expresión como un pilar democrático. Argumentaron que el arte tiene el derecho y el deber de interpelar la historia y sus símbolos.

El debate se enriqueció con la intervención de figuras como la actriz Patricia Rivadeneira, quien en 1992 protagonizó una performance similarmente controvertida. “La polémica le sirve al arte. El arte tiene que molestar”, declaró a fines de mayo, recordando que estas tensiones no son nuevas. De hecho, la historia del arte chileno está plagada de ejemplos, desde el Premio Nacional José Balmes pintando banderas en los 70 hasta el poema “La Bandera de Chile” de Elvira Hernández en dictadura. La controversia de 2025 no fue un hecho aislado, sino el último capítulo de un largo diálogo entre el arte crítico y el poder simbólico.

Dos visiones de país en un solo lienzo

Lo que el paso de las semanas ha dejado claro es que la discusión nunca fue solo sobre arte. La bandera intervenida se convirtió en un lienzo donde dos visiones de Chile proyectaron sus miedos y aspiraciones.

  1. La bandera como reflejo de una herida: Para la artista y quienes defienden la obra, la intervención simboliza un país quebrado, una democracia con deudas y una estrella (el poder centralizado) que se desprende de su base social. Es una bandera que acoge el dolor y la “indignación” de 2019, que no busca la belleza ni la unidad forzada, sino testimoniar una fractura. Desde esta perspectiva, exigirle al símbolo que permanezca impoluto es negar las crisis que la sociedad ha vivido.
  1. La bandera como bastión de unidad: Para los críticos, el emblema es la encarnación de la patria, una entidad sagrada e inmutable cuyo respeto es la base del orden y la convivencia. Intervenirla es un acto de división, una continuación simbólica de la violencia del estallido. Esta visión, fuertemente arraigada en sectores conservadores, ve en la defensa de los símbolos una forma de restaurar un sentido de certeza y orgullo nacional en un país que perciben como moral y políticamente a la deriva.

El museo, por su parte, tomó una decisión crucial: no cedió a la presión política. Al mantener la obra, el MNBA se posicionó como un espacio para el disenso y la reflexión, no como un guardián de dogmas. La afluencia masiva de público durante el fin de semana de la polémica —más de 25,000 personas para el Día de los Patrimonios frente a la decena de manifestantes— sugiere que la ciudadanía, más que escandalizarse, mostró un profundo interés por encontrarse y debatir en los espacios culturales.

Un debate abierto

La exposición termina el 7 de septiembre. Las banderas serán desmontadas, pero la discusión que abrieron permanecerá. El episodio demostró que en el Chile post-estallido, los grandes símbolos nacionales ya no tienen un significado único e indiscutido. Son territorios en disputa.

La controversia no se resolvió con un ganador. En cambio, funcionó como un espejo que nos devolvió una imagen compleja: la de una sociedad que aún no se pone de acuerdo sobre cómo narrar su pasado reciente y, por lo tanto, cómo imaginar su futuro. La bandera rota de Janet Toro no es la causa de la división, sino su más honesto y punzante retrato.

La historia permite un análisis profundo sobre la tensión entre la libertad de expresión artística y el respeto a los símbolos nacionales, un debate que se intensificó en un contexto de alta polarización social. El paso del tiempo ha decantado las reacciones iniciales, permitiendo examinar las consecuencias culturales y políticas del evento, la respuesta de las instituciones y la evolución de la percepción pública. Ofrece una narrativa completa con un punto de ignición claro, un desarrollo conflictivo y un estado actual de reflexión, ideal para explorar las fracturas de la identidad colectiva contemporánea.