El Activismo Cambió de Causa: El Clima ya no es la Única Emergencia

El Activismo Cambió de Causa: El Clima ya no es la Única Emergencia
2025-08-07
Fuentes
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- El intento de la Flotilla de la Libertad, con Greta Thunberg, marcó el fin del activismo de causa única.

- El futuro del activismo se debate entre tres modelos: la fragmentación polarizada, la super-causa interseccional o las alianzas estratégicas.

- Los movimientos sociales ahora deben elegir entre amplitud de base y coherencia ideológica, un dilema que definirá su efectividad en la próxima década.

El viaje de Greta Thunberg a bordo de la Flotilla de la Libertad en junio de 2025 no logró romper el bloqueo de Gaza. Pero sí rompió otra cosa: el modelo de activismo del siglo XXI. El fracaso de la misión humanitaria se convirtió en un catalizador inesperado que obligó a los movimientos sociales a enfrentar una pregunta incómoda: ¿pueden las causas converger sin devorarse entre sí? Lo que vimos no fue solo un incidente naval, sino la primera prueba de estrés para el futuro de la protesta en un mundo de crisis interconectadas.

Fase 1: La Colisión

El 8 de junio, cuando la marina israelí interceptó el velero Madleen, se encontraron dos mundos. Por un lado, el movimiento climático global, personificado en Thunberg, con un mensaje enfocado, científicamente respaldado y con amplia aceptación transversal. Por otro, el conflicto palestino-israelí, una de las disputas geopolíticas más polarizantes y complejas del planeta. La imagen de la activista climática detenida por razones ajenas al CO2 fue un cortocircuito simbólico.

Para el gobierno israelí, la acción fue simple: Thunberg era una herramienta de una organización que buscaba violar un bloqueo de seguridad. El ministro de Defensa, Israel Katz, la calificó de "antisemita", enmarcando su participación como un apoyo a Hamás. Para los organizadores de la flotilla y sus simpatizantes, la presencia de Thunberg era una demostración de solidaridad universal: la lucha por la justicia humana y la justicia climática son inseparables.

Pero para el resto del mundo, la situación fue más confusa. Donantes del movimiento ecologista se preguntaron si su dinero ahora financiaba posturas sobre Medio Oriente. Medios de comunicación que daban una cobertura favorable a las huelgas climáticas ahora titulaban sobre terrorismo y bloqueos navales. El activismo climático, que había logrado mantenerse relativamente por encima de la refriega política partidista, fue arrastrado directamente a ella.

Fase 2: La Fragmentación

El resultado inmediato fue una división. Dentro del propio movimiento ambientalista, se abrieron dos frentes. El ala más tradicional y pragmática argumentó que el episodio fue un error estratégico catastrófico. Sostienen que alinear la causa climática con un conflicto tan divisivo aliena a potenciales aliados en el centro político y en el mundo corporativo, indispensables para lograr cambios de política a gran escala. Su temor es que la urgencia del cambio climático quede sepultada bajo el peso de otras agendas.

En el otro extremo, una nueva generación de activistas, principalmente jóvenes del Sur Global, celebró la acción de Thunberg como un paso necesario y tardío. Para ellos, el cambio climático no es un problema abstracto de emisiones, sino una consecuencia directa de sistemas de opresión, colonialismo y violencia. Desde su perspectiva, es imposible luchar por el planeta sin defender a las comunidades más vulnerables, ya sea por la subida del nivel del mar en Bangladesh o por un bloqueo en Gaza. La neutralidad, para ellos, es complicidad.

Esta fractura no fue solo discursiva. Se tradujo en debates internos en ONGs, en la retirada de financiamiento y en una guerra de narrativas en redes sociales que debilitó la cohesión del frente climático justo cuando la crisis planetaria se acelera.

Fase 3: La Reconfiguración - Tres Futuros para el Activismo

El viaje de Thunberg a Gaza no destruyó el activismo, pero lo forzó a evolucionar. A partir de este punto de inflexión, se perfilan tres escenarios probables para los movimientos sociales en la próxima década.

  1. El Futuro de la Fragmentación y la Competencia: En este escenario, las causas se aíslan. Los movimientos se vuelven más puros ideológicamente, pero más pequeños y menos influyentes. El activismo climático se repliega a un discurso estrictamente científico para recuperar su base amplia, mientras que los movimientos de derechos humanos acusan a los ecologistas de indiferencia. Gobiernos y corporaciones explotan esta división, negociando con cada grupo por separado y neutralizando la presión colectiva. El resultado es una pérdida de poder generalizada.
  1. El Futuro de la "Super-Causa" Interseccional: Este es el camino que defienden los activistas más radicales. Los movimientos por la justicia climática, la descolonización, los derechos LGTBQ+, el feminismo y la justicia económica se fusionan en una única plataforma. Argumentan que todas las injusticias emanan de la misma estructura de poder. Este "super-movimiento" sería ideológicamente coherente y tendría un enorme potencial transformador. Sin embargo, su radicalismo lo haría un blanco fácil para la criminalización y su complejidad interna podría hacerlo colapsar por disputas de liderazgo y prioridades. Sería potente pero frágil.
  1. El Futuro de las Alianzas Estratégicas y Fluidas: Este es el modelo más pragmático y probable. Los movimientos mantienen su identidad y sus objetivos específicos, pero construyen coaliciones temporales y tácticas en torno a objetivos comunes. Por ejemplo, grupos ecologistas se alían con movimientos indígenas para detener un oleoducto, pero no necesariamente adoptan toda su agenda política. Este modelo permite flexibilidad y construir mayorías puntuales. Su debilidad es que carece de una visión transformadora a largo plazo y puede ser acusado de oportunismo. Es un modelo de resiliencia, no de revolución.

Lo que el Madleen dejó claro es que la era del activismo de nicho ha terminado. La decisión que enfrentan ahora los movimientos no es si deben conectarse, sino cómo. El dilema es profundo: ¿se busca la máxima amplitud posible, aunque eso implique diluir el mensaje? ¿O se busca la máxima coherencia ideológica, a riesgo de quedar reducido a una minoría testimonial? El fracasado intento de llegar a Gaza fue, en realidad, el exitoso lanzamiento de la pregunta que definirá la próxima generación de cambio social.

Esta historia representa la intersección de dos de los movimientos globales más significativos del siglo XXI: el ambientalismo y la lucha por los derechos humanos en zonas de conflicto. La participación de una figura icónica en un escenario geopolítico complejo permite analizar la evolución del activismo, la convergencia de causas y los riesgos de la fragmentación del mensaje. El evento, ya concluido en su fase aguda, ha madurado lo suficiente para examinar sus consecuencias a largo plazo en la percepción pública y las estrategias de los movimientos sociales, ofreciendo una narrativa rica en tensiones, dilemas éticos y futuros posibles para la acción ciudadana global.