El pasado 10 de julio, durante una cumbre con líderes africanos, el presidente Donald Trump elogió al mandatario de Liberia, Joseph Boakai, por su "hermoso inglés". Luego le preguntó dónde lo había aprendido. La anécdota sería cómica si no fuera trágica. El inglés es el idioma oficial de Liberia, un país fundado en el siglo XIX por esclavos liberados de Estados Unidos. Este lapsus no es un simple error, es el síntoma más claro de una nueva doctrina de poder que opera desde Washington: la diplomacia del desconocimiento deliberado.
No se trata de falta de información. Se trata de una demostración de que la historia, los contextos y las viejas alianzas ya no importan. Lo único que cuenta es la voluntad de poder del presente.
Este patrón de ignorar la realidad establecida es consistente y estratégico. En junio, Trump desautorizó públicamente a su propia Directora de Inteligencia Nacional sobre el programa nuclear de Irán y contradijo al Jefe del Estado Mayor Conjunto, el General Dan Caine, quien negó que existiera una "invasión" en la frontera sur. La opinión de los expertos, ya sean militares o de inteligencia, es secundaria a la narrativa presidencial.
Esta estrategia, descrita por analistas como una conducción "a bandazos", convierte la imprevisibilidad en un arma. Las amenazas de aranceles, como las que se ciernen sobre los países que no se alinean, no son meramente herramientas económicas. Son, como lo definió el embajador chileno Juan Gabriel Valdés en mayo, parte de un rediseño de la seguridad estadounidense. Un rediseño que abandona compromisos lejanos para centrarse en el control férreo del continente americano y en relaciones puramente transaccionales con el resto del mundo. El "consejo" a Macri de "conquistar Chile" o la presión sobre el gobierno de Boric por su postura ante Israel son piezas del mismo rompecabezas: o estás conmigo en mis términos, o te conviertes en un obstáculo a remover.
El caso de Liberia es el ejemplo perfecto. Mientras Trump ignoraba su historia compartida, su administración presionaba al país y a otras naciones africanas para que aceptaran deportados venezolanos. El mensaje es brutalmente claro: tu pasado no te da ningún crédito; tu valor se mide por tu utilidad actual.
Si esta doctrina tiene éxito, el mapa mundial se reconfigurará. No veremos un imperio tradicional, sino un sistema de hub-and-spoke (centro y radios) con Washington en el centro. Las relaciones multilaterales se marchitarán, reemplazadas por una red de acuerdos bilaterales donde Estados Unidos dicta las condiciones a países aislados y con poco poder de negociación.
En este futuro, regiones como América Latina y África se convierten en tableros de juego para la reafirmación del poder estadounidense. Para Chile, la disyuntiva será permanente: ceder en soberanía comercial y política exterior para mantener el favor de Washington o arriesgarse a sanciones y presiones constantes. La lealtad no se basará en valores compartidos, sino en una obediencia forzada y continuamente evaluada.
Existe una alternativa. La estrategia de Trump podría acelerar el declive de Estados Unidos. El ataque sistemático a sus propias instituciones —la ciencia, la diplomacia, las fuerzas armadas— puede erosionar su poder desde adentro. Las advertencias de seis premios Nobel en agosto sobre un daño de décadas al poderío científico del país son una señal de alarma crítica. Un país que desprecia el conocimiento pierde su capacidad de innovar y liderar.
En este escenario, el desdén por los aliados y las normas internacionales crea un vacío que otros actores, como China y el bloque BRICS, llenan con rapidez. El mundo no se vuelve más pacífico, sino que entra en una fase de caos multipolar. El antiguo hegemón se convierte en una fuerza disruptiva e impredecible, mientras nuevas alianzas se consolidan para crear sistemas económicos y de seguridad alternativos, al margen de la influencia estadounidense.
El futuro inmediato no depende de si Trump aprende o no geografía. Depende de si las instituciones de la principal potencia mundial pueden resistir el asalto de su propio líder. El lapsus sobre Liberia no fue la causa de nada, pero sí el indicador más nítido del futuro al que nos empujan.
2025-07-21