Hace apenas dos meses, el relato dominante en la industria automotriz chilena era el de una expansión sin precedentes. En mayo, Ma Lei, alto ejecutivo de Dongfeng Motors, definía a Chile como un “benchmarking” para la estrategia de la compañía en América Latina, un mercado abierto y amigable donde probar su ofensiva de productos. En julio, la marca JAECOO lanzaba su modelo 5, un SUV compacto cargado de tecnología, con atributos como “modo karaoke” y diseño pet friendly, simbolizando una estrategia de conquista basada en la innovación y la adaptación al consumidor local. La invasión silenciosa parecía imparable y beneficiosa.
Sin embargo, a principios de agosto, las cifras de BYD, el gigante global de la electromovilidad, encendieron las alarmas. La compañía admitió dificultades para cumplir sus ambiciosas metas de ventas para 2025, a pesar de agresivas rebajas de precios. Este hecho no es un traspié aislado, sino el primer síntoma visible en Chile de una profunda crisis de sobreoferta y consolidación que se gesta en China y que amenaza con devorar a sus propios protagonistas.
La raíz del problema no está en las vitrinas de Santiago, sino en la escala industrial de China. Un informe de la consultora AlixPartners, publicado en julio, proyectó un escenario brutal: de las 129 marcas de vehículos electrificados que compiten hoy en el gigante asiático, solo unas 15 sobrevivirán para 2030. La causa es una hipercompetencia que ha desatado una guerra de precios descarnada, con márgenes de ganancia mínimos y fábricas operando al 50% de su capacidad.
Este fenómeno se ve exacerbado por tensiones geopolíticas. Medidas como el alza de aranceles al 50% sobre el acero y el aluminio impuesta por la administración Trump en Estados Unidos a principios de junio, aunque no apuntan directamente a los autos, son parte de una tendencia proteccionista que cierra mercados clave. Como consecuencia, el excedente de producción chino se redirige con mayor fuerza hacia mercados abiertos como el chileno, intensificando la competencia local a niveles insostenibles.
Las marcas, en una lucha por la supervivencia, se ven forzadas a exportar o morir, transformando a Chile en un campo de batalla donde las ofertas agresivas son la principal munición.
Mientras la viabilidad económica de muchas marcas está en duda, la calidad de sus productos ha experimentado una mejora exponencial, desafiando antiguos prejuicios. Un reporte de julio de la prestigiosa Euro NCAP, el máximo organismo de seguridad vehicular en Europa, fue categórico: la seguridad de los autos chinos no solo ha igualado, sino que en varios casos “es mejor que la de otros” fabricantes tradicionales. Modelos de marcas como BYD, Geely y MG obtuvieron la máxima calificación de cinco estrellas, demostrando que el estigma de “malo y barato” es parte del pasado.
Esta disonancia genera una encrucijada para el consumidor chileno. Por un lado, nunca antes había tenido acceso a vehículos tan avanzados tecnológicamente, seguros y a precios tan competitivos. Por otro, la posibilidad de adquirir un automóvil de una marca que podría desaparecer en pocos años es un riesgo real, con implicancias directas en garantías, disponibilidad de repuestos y servicio técnico a largo plazo.
El escenario ha cambiado drásticamente. La fase de la “invasión silenciosa”, caracterizada por la novedad y el optimismo, ha concluido. Ahora comienza una etapa de consolidación forzada, una suerte de selección natural donde solo las marcas con mayor respaldo financiero, eficiencia operativa y una estrategia clara de posventa podrán sobrevivir en el competitivo mercado chileno.
El debate ya no se centra en cuántas marcas chinas llegarán, sino en cuáles permanecerán. Para el consumidor, la decisión de compra se ha vuelto más compleja: ya no basta con evaluar el precio, el equipamiento o el diseño. La pregunta fundamental hoy es otra: ¿quién respaldará este vehículo en cinco o diez años más? La respuesta a esa pregunta definirá a los verdaderos ganadores y perdedores de esta reconfiguración del mercado automotor.