A principios de agosto de 2025, Jair Bolsonaro, el hombre que hasta hace poco ostentaba el poder máximo en Brasil, se encuentra confinado en su residencia en Brasilia. No es una decisión súbita, sino el capítulo más reciente de un tenso pulso entre el poder político y el judicial que ha mantenido en vilo al gigante sudamericano. Lo que comenzó hace un mes con la imposición de una tobillera electrónica ha escalado a un arresto domiciliario que no solo redefine el futuro del expresidente, sino que también traza una nueva línea sobre los límites del poder y la impunidad en la región.
Para entender el presente, es necesario retroceder a julio. El magistrado del Supremo Tribunal Federal (STF), Alexandre de Moraes, instructor de la causa por el presunto intento de golpe de Estado de 2023, impuso a Bolsonaro una serie de medidas cautelares. Entre ellas, el uso de una tobillera electrónica, la prohibición de salir del país y, crucialmente, la veda para utilizar redes sociales, ya fuera de manera directa o a través de terceros.
La respuesta de Bolsonaro fue la que caracteriza su estilo: el desafío. En un acto ante simpatizantes en la Cámara de Diputados, exhibió el dispositivo en su tobillo como un “símbolo de la máxima humillación” y una prueba de la persecución en su contra. Sin embargo, el punto de quiebre fue su insistencia en comunicarse con su base. Mensajes y discursos suyos comenzaron a aparecer en las redes sociales de sus hijos y aliados políticos.
El 4 de agosto, el juez De Moraes consideró que la paciencia institucional se había agotado. En su fallo, que ordenó el arresto domiciliario, argumentó que Bolsonaro demostró un “flagrante desacato a las medidas cautelares” y continuó con una “conducta ilícita de intentar coaccionar al Supremo Tribunal Federal y obstruir la justicia”. La defensa del exmandatario presentó un recurso de inmediato, alegando que él “no tiene control sobre terceros que compartan contenido” y que no se le había prohibido dar entrevistas. La batalla legal, lejos de terminar, entraba en una nueva fase.
La decisión judicial activó de inmediato tres crisis simultáneas con consecuencias aún en desarrollo.
Desde una perspectiva, el tribunal actúa como el contrapeso necesario para frenar a un actor político que, según las acusaciones, buscó “abolir de manera violenta el Estado de derecho”. Desde la otra, se argumenta que se están utilizando interpretaciones legales expansivas para neutralizar a un adversario político que aún goza de un inmenso apoyo popular.
Hoy, 7 de agosto, el tablero sigue en movimiento. La defensa de Bolsonaro lucha por revertir el arresto, sus aliados en el Congreso mantienen la presión y el gobierno de Lula navega en aguas turbulentas, intentando equilibrar la política interna y las relaciones exteriores.
El caso Bolsonaro ya no es solo sobre un hombre; es un estudio sobre la fortaleza de las instituciones frente al populismo, la politización de la justicia y la influencia de las alianzas ideológicas globales en la política nacional. Brasil, una vez más, se convierte en un laboratorio donde se disputa el futuro de la democracia en América Latina. El resultado de este pulso definirá no solo el destino de un caudillo, sino el equilibrio de poder en la república para los años venideros.