A poco más de un mes de que las primarias del 29 de junio definieran a los principales contendores para la elección presidencial, el debate público no parece centrarse en las propuestas de futuro. Por el contrario, la campaña ha virado hacia el pasado, convirtiéndose en un campo de batalla donde los legados de los expresidentes Sebastián Piñera, Michelle Bachelet y Ricardo Lagos son el principal capital en disputa. Lo que hace 60 o 90 días eran apariciones puntuales o gestos aislados, hoy se revela como una estrategia cohesionada para validar, anclar o atacar las candidaturas emergentes. La pregunta ya no es solo quién gobernará Chile, sino qué versión de su historia reciente definirá su porvenir.
En un escenario de alta fragmentación política y desconfianza ciudadana, las narrativas del futuro resultan complejas de construir. Anclar las candidaturas en figuras y períodos reconocibles ofrece un atajo simbólico. Para los comandos, es más eficiente evocar la estabilidad de Lagos, la protección social de Bachelet o la gestión de Piñera, que articular un proyecto nuevo desde cero. Estos legados funcionan como marcas que transmiten un conjunto de valores e ideas de forma inmediata a un electorado que busca certezas en medio de la incertidumbre. La elección, por tanto, se está transformando en un referéndum sobre los modelos de país que estos expresidentes encarnaron.
Tras el fallecimiento del expresidente Sebastián Piñera, su familia ha desplegado una calculada estrategia para moldear su memoria histórica. Lejos de la confrontación política, la Fundación Piñera Morel, liderada por su viuda Cecilia Morel y su hija Magdalena, ha enfocado sus esfuerzos en áreas como la cultura, con iniciativas como el fondo concursable “La Cultura Llega a la Gente”.
Esta labor de "poder blando" fue complementada por una entrevista que Magdalena Piñera concedió en julio, donde delineó cuidadosamente las tres facetas del legado de su padre: el académico de Harvard que optó por un liberalismo distinto al de los "Chicago Boys", el empresario innovador que trajo las tarjetas de crédito y transformó Ladeco en una aerolínea de talla mundial, y el político con vocación de diálogo que buscó acuerdos. Esta narrativa busca activamente desplazar el recuerdo del estallido social de 2019 y las críticas a su segundo mandato, para instalar una imagen de estadista, gestor eficiente y hombre de consensos. Un capital político que la derecha, ya sea con Evelyn Matthei o José Antonio Kast, necesita para proyectar capacidad de gobierno.
Michelle Bachelet no es candidata, pero su sombra se proyecta con fuerza sobre la campaña. Durante mayo y junio, mantuvo una estudiada prescindencia de cara a las primarias del oficialismo. Sus apariciones se limitaron a llamados genéricos a la participación y a fortalecer su perfil internacional en foros sobre democracia. Sin embargo, su promesa de apoyar a quien resultara ganador la convirtió en el trofeo más valioso.
Tras el triunfo de la candidata comunista Jeannette Jara, la expectativa por "la foto" con Bachelet se volvió un tema central en el oficialismo. Como se reportó a mediados de julio, el comando de Jara aguardaba con expectación su regreso a Chile. El respaldo de Bachelet no es solo un gesto; es la transferencia de un capital simbólico invaluable. Representa la conexión con un electorado femenino y popular, y la legitimación de una candidata del Partido Comunista ante los sectores más moderados de la centroizquierda. Bachelet juega un rol de validadora, un puente entre el socialismo democrático tradicional y la nueva izquierda que hoy lidera la coalición.
Cuando Ricardo Lagos anunció su retiro de la vida pública en 2024, parecía el cierre definitivo de una era. Sin embargo, su reaparición para votar en las primarias del 29 de junio fue un acto de alto impacto simbólico. Acompañado de su hijo, el senador Ricardo Lagos Weber, su presencia en el local de votación reactivó su legado: el de la Concertación, los grandes acuerdos, la estabilidad económica y la modernización del Estado.
Su figura emerge como un contrapunto a la polarización actual. Para un sector del electorado de centro, huérfano de representación, Lagos simboliza un modelo de gobernabilidad pragmática que contrasta tanto con la derecha de Kast como con la izquierda de Jara. Su regreso, aunque sea testimonial, introduce una tensión en el propio oficialismo, recordando que existe otra tradición, la de los "30 años", que no ha dicho su última palabra y cuyo peso electoral aún está por verse.
Estos legados no solo se usan para construir, sino también para destruir. La columna de opinión "Volver la vista atrás", publicada en La Tercera a principios de julio, es el ejemplo más claro de esta dinámica. Utilizando una referencia literaria, el texto ataca directamente a la candidata Jeannette Jara, no por sus propuestas, sino vinculando su militancia comunista a los "dogmas totalitarios" y a las dictaduras de Cuba o Venezuela.
Esta estrategia convierte la historia en un arma arrojadiza. El objetivo es deslegitimar al adversario evocando los miedos y traumas del pasado. Así, la contienda electoral se desplaza desde el debate de políticas públicas hacia una lucha por la interpretación histórica, donde se busca que el electorado vote no por un programa, sino en contra de un fantasma. La elección se redefine como una disyuntiva existencial sobre el alma democrática del país, un terreno donde las emociones y los prejuicios pesan más que los datos. El debate, lejos de estar resuelto, se intensificará en los meses venideros, obligando a cada candidato a definirse no solo por lo que propone, sino por el pasado que elige defender, reinterpretar o combatir.
2025-07-07