A dos meses de que una serie de eventos sacudieran la política francesa, el verano ofrece una calma engañosa. Lo que comenzó como un goteo de incidentes personales y culminó con un drástico anuncio económico ha madurado hasta convertirse en una crisis de gobernabilidad de dos cabezas para el presidente Emmanuel Macron. A continuación, desglosamos en formato de preguntas y respuestas las claves para entender por qué el otoño en Francia se anticipa como uno de los más turbulentos de los últimos años.
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La erosión comenzó a finales de mayo, con un video que se viralizó globalmente. A su llegada a Vietnam, las cámaras de Associated Press captaron a la primera dama, Brigitte Macron, sujetando bruscamente el rostro de su esposo en un gesto que fue interpretado como una bofetada. Aunque el Elíseo lo calificó de "broma" y "momento de complicidad", el episodio fue explotado por medios como Russia Today y generó un intenso debate. La percepción de tensión no se disipó. El 8 de julio, al aterrizar en el Reino Unido, otro video mostró a Brigitte ignorando la mano que el presidente le ofrecía para bajar del avión, un momento incómodo que el diario La Tercera tituló como "otro drama presidencial".
Estos episodios, aunque menores en apariencia, se sumaron a un frente más complejo: la lucha contra la desinformación. El 23 de julio, El País informó que la pareja presidencial demandó en Estados Unidos a la influencer de ultraderecha Candace Owens por difundir la teoría conspirativa de que Brigitte Macron nació hombre. Esta acción legal, sin precedentes para un jefe de Estado en ejercicio, se produjo después de que un tribunal francés absolviera a las creadoras originales del bulo. En conjunto, estos eventos han forzado a la presidencia a una postura defensiva, desviando capital político para gestionar crisis de imagen que van desde lo trivial hasta lo difamatorio, proyectando una imagen de vulnerabilidad en un momento crítico.
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El 15 de julio, el Primer Ministro François Bayrou, en un discurso solemne titulado "La hora de la verdad", anunció un plan de recortes de 44.000 millones de euros para 2026. La justificación: una deuda pública que supera los 3,3 billones de euros, equivalente al 114% del PIB. Bayrou, según recogió El País, usó un tono dramático, afirmando que Francia es "adicta al gasto público" y evocando el fantasma de la Grecia rescatada.
Las medidas son drásticas y afectan a toda la sociedad:
El plan busca reducir el déficit del 5,4% al 4,6% el próximo año, con el objetivo de cumplir las normas europeas en 2029. Sin embargo, representa un giro radical respecto al "cueste lo que cueste" de la pandemia y pone en evidencia, como analiza el economista Jean Pisani-Ferry, que la estrategia de Macron de fiar el equilibrio fiscal al crecimiento del empleo no funcionó, pues los trabajos creados fueron mayoritariamente de baja cualificación y escaso aporte fiscal.
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La respuesta ha sido un rechazo unánime y contundente, logrando una insólita unidad en el fragmentado parlamento francés. Como informó El País el 16 de julio, toda la oposición, desde La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon hasta el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen, ha amenazado con presentar una moción de censura si el gobierno intenta aprobar el presupuesto por decreto.
El gobierno de Macron se encuentra en una posición de extrema debilidad. Sin mayoría parlamentaria, la aprobación del presupuesto pende de un hilo, y la amenaza de una moción de censura que haga caer al gobierno de Bayrou es más real que nunca.
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El escenario está servido para un otoño de alta tensión. La crisis de gobernabilidad de Macron es doble: por un lado, una autoridad personal debilitada por incidentes que han mermado su imagen de control y solemnidad; por otro, una crisis política y económica que le obliga a impulsar una agenda de austeridad sin contar con el apoyo político ni social para hacerlo.
El debate presupuestario de septiembre será el campo de batalla. La pregunta ya no es solo si el plan de Bayrou será aprobado, sino si su gobierno sobrevivirá al intento. Francia se enfrenta a su propio espejo: el de un Estado de bienestar deteriorado, una creciente desigualdad social y una parálisis política que dificulta la implementación de reformas estructurales consideradas ineludibles por los economistas. La historia, lejos de estar cerrada, apenas ha comenzado su capítulo más crítico.