El agua de Santiago ya no es un recurso garantizado: La advertencia sobre los glaciares del Maipo fue solo el primer síntoma de una vulnerabilidad sistémica

El agua de Santiago ya no es un recurso garantizado: La advertencia sobre los glaciares del Maipo fue solo el primer síntoma de una vulnerabilidad sistémica
2025-08-07
Fuentes
es.wired.com elpais.com cooperativa.cl cambio21.cl www.latercera.com web.senapred.cl www.prensa-latina.cu www.biobiochile.cl www.df.cl

- Una advertencia científica en junio reveló la alta susceptibilidad de colapso de glaciares en el Cajón del Maipo, la principal reserva hídrica de la capital.

- La fragilidad del sistema se hizo tangible cuando un corte de agua programado dejó a más de 500,000 personas sin suministro, funcionando como un simulacro de una crisis mayor.

- El problema local es un reflejo de una tendencia global de agotamiento de aguas subterráneas y glaciares, lo que transforma el riesgo en un desafío estratégico ineludible.

A principios de junio de 2025, una noticia de carácter científico encendió una alerta silenciosa: un estudio de la Universidad de Chile, publicado en el Journal of South American Earth Sciences, advertía sobre la “alta susceptibilidad” de remociones en masa en 70 glaciares del Cajón del Maipo. La información, aunque de tono preventivo y no alarmista, apuntaba a una amenaza latente para las comunidades del sector y, por extensión, para la seguridad hídrica de Santiago. Dos meses después, esa advertencia ha dejado de ser un dato aislado para convertirse en la pieza central de un rompecabezas que revela la profunda vulnerabilidad de la metrópolis. La pregunta ya no es si el sistema puede fallar, sino cómo se están conectando sus distintas fragilidades.

¿Qué nos advirtieron realmente los glaciares?

El estudio geológico fue categórico. Glaciares como El Morado, Loma Larga, Muñiri y Mesoncito, ubicados en la cuenca del río Volcán, no solo son atractivos turísticos, sino también masas de hielo inestables. El glaciar El Morado, por ejemplo, perdió en la última década una cascada de hielo que actuaba como pilar estabilizador, aumentando el riesgo de un colapso que podría provocar el rebalse de su laguna. En otros, como Loma Larga, el peligro es un avance súbito que podría represar ríos y generar aluviones.

La investigación no hablaba de un colapso inminente, sino de una probabilidad creciente catalizada por el cambio climático. Felipe Ugalde, autor principal del estudio, lo definió como una situación “especialmente crítica” por la capacidad del hielo de desplazarse a largas distancias, afectando directamente a localidades como Baños Morales y Lo Valdés. El mensaje de fondo era claro: las torres de agua de Santiago, sus glaciares, están estructuralmente comprometidas. Esta advertencia científica, difundida por medios como BioBioChile el 6 de junio, sentó la base para reevaluar una seguridad que se daba por sentada.

¿Cómo se sintió la fragilidad en la ciudad?

Menos de tres semanas después de la advertencia científica, la vulnerabilidad hídrica dejó de ser una hipótesis académica para convertirse en una experiencia cotidiana. Entre el 20 y el 22 de junio, un corte de agua programado por Aguas Andinas afectó a más de 500,000 personas en seis comunas de la Región Metropolitana. La causa no fue un desastre natural, sino una obra de progreso: el traslado de una matriz de agua para la construcción de la Línea 7 del Metro.

Aunque la suspensión fue planificada y comunicada, con 69 puntos de abastecimiento alternativo, el evento funcionó como un simulacro no intencionado de lo que podría ocurrir ante una emergencia real. Las imágenes de vecinos haciendo filas con bidones y la paralización de actividades en amplios sectores de Santiago, Lo Prado, Quinta Normal, Cerro Navia, Pudahuel y Estación Central, demostraron la dependencia absoluta de una infraestructura que, como se vio, puede ser interrumpida por razones diversas. La pregunta que quedó flotando fue: si esto ocurre por una obra planificada, ¿está la ciudad preparada para una interrupción abrupta y prolongada causada por un evento como el que advierten los geólogos?

¿Quién gestiona el riesgo y es suficiente?

La respuesta a la vulnerabilidad hídrica parece fragmentada. Por un lado, Aguas Andinas, la empresa sanitaria, enfoca sus esfuerzos en la gestión operativa y la concienciación ciudadana. A finales de julio, lanzó la campaña “Cuidar la alcantarilla suena bien”, destinada a evitar que residuos sólidos colapsen la red de saneamiento, de la cual se extrajeron 4.000 toneladas de basura en 2024. Esta iniciativa, aunque necesaria, aborda las consecuencias del uso del agua, no la seguridad de su fuente.

Por otro lado, los organismos públicos como SENAPRED y el Ministerio de Obras Públicas actúan principalmente en la coordinación y respuesta ante emergencias, como los sistemas frontales que a mediados de junio dejaron a miles de hogares sin luz y causaron daños en la zona centro-sur. Su rol es fundamentalmente reactivo.

Aquí emerge una disonancia: mientras la ciencia advierte sobre un riesgo estratégico y de largo plazo en las fuentes de agua, las respuestas institucionales y corporativas se concentran en la gestión del día a día y en la mitigación de emergencias inmediatas. La conversación sobre la protección de las cuencas y la adaptación de la infraestructura a un futuro con menos agua y glaciares inestables aún no se traduce en políticas públicas o planes de inversión de la misma magnitud que el riesgo advertido.

¿Es Santiago una isla o parte de un problema global?

La advertencia del Cajón del Maipo no es un caso aislado. Datos satelitales recientes, publicados por medios como WIRED a principios de agosto, confirman que el planeta vive un agotamiento acelerado de sus aguas subterráneas y glaciares. Un estudio basado en 22 años de mediciones de la NASA revela que la pérdida de agua en acuíferos ya contribuye más al aumento del nivel del mar que el deshielo de Groenlandia y la Antártida juntos.

Los Andes forman parte de uno de los cuatro grandes “corredores de sequía” identificados a nivel mundial, donde el deshielo acelerado se combina con la sobreexplotación de acuíferos. Lo que ocurre en el Cajón del Maipo es, por tanto, la manifestación local de una crisis planetaria. Esta perspectiva obliga a elevar el debate más allá de la gestión de la emergencia o la mantención de la infraestructura. La seguridad hídrica de Santiago ya no depende solo de cañerías y plantas de tratamiento, sino de decisiones estratégicas que aborden el cambio climático y la gestión de ecosistemas a una escala mucho mayor.

El tema, lejos de estar cerrado, ha madurado. La alerta científica de junio fue el prólogo. Los eventos posteriores demostraron que la vulnerabilidad no es teórica. La discusión ahora se desplaza hacia un territorio más complejo: reconocer que el agua garantizada es parte del pasado y que construir la resiliencia futura es el desafío más crítico para la capital de Chile.

La advertencia sobre el riesgo crítico de colapso de glaciares en el Cajón del Maipo, emitida a principios de junio, ha madurado hasta convertirse en un tema de análisis significativo. Este evento no es un incidente aislado, sino el punto focal de una narrativa más amplia y en evolución sobre la seguridad hídrica de una metrópolis de millones de habitantes. La historia conecta advertencias científicas con respuestas de gestión corporativa, los impactos tangibles de la fragilidad de la infraestructura (cortes de agua) y el contexto más amplio del agotamiento global de los recursos. Permite un análisis profundo de las consecuencias, las responsabilidades públicas y privadas, y los desafíos estratégicos a largo plazo para la capital, trascendiendo el ciclo de noticias inmediato para abordar una vulnerabilidad sistémica.