La votación de la Junta Nacional de la Democracia Cristiana el 27 de julio de 2025 no fue un simple acuerdo electoral. Fue el acta de defunción de un proyecto político. Al decidir, por 167 votos contra 97, apoyar la candidatura presidencial de la comunista Jeannette Jara, el partido que dominó el centro político chileno durante el siglo XX optó por la supervivencia parlamentaria a costa de su identidad. La renuncia inmediata de su presidente, Alberto Undurraga, y la rebelión pública de sus figuras históricas y económicas no son síntomas de una crisis, sino la crónica de una implosión anunciada.
El triunfo de Jara sobre Carolina Tohá en las primarias oficialistas fue el catalizador. Obligó a la DC a confrontar una contradicción insalvable: su ADN anticomunista contra su necesidad pragmática de un pacto electoral para no desaparecer legalmente. La decisión tomada no resuelve el dilema, lo magnifica. Hoy, más que un partido, la DC es un campo de ruinas del que emergen tres caminos posibles, ninguno de los cuales contempla la continuidad del partido tal como lo conocimos.
En este futuro, el pacto con la coalición de Jara funciona. La DC logra los cupos parlamentarios que, según algunas versiones, motivaron el polémico acuerdo. El partido sobrevive legalmente, liderado por el ala pragmática de Francisco Huenchumilla. Sin embargo, su rol cambia para siempre. Se convierte en un socio minoritario y funcional a un gobierno de izquierda, aportando una fachada de moderación y votos clave en el Congreso.
Su identidad se diluye por completo. Las bases históricas y los cuadros técnicos más liberales, como Alejandro Micco o Carlos Massad, se marginan o abandonan el partido. La DC deja de ser un proyecto con ideas propias para transformarse en un apéndice del nuevo oficialismo. Su capacidad de influir en políticas públicas se reduce a negociar cuotas de poder marginales. Sobrevive como marca, pero muere como idea.
Este escenario se activa si el pacto electoral fracasa o si las tensiones ideológicas se vuelven insostenibles. La facción identitaria, liderada por figuras como Undurraga y respaldada por históricos como Frei, Zaldívar y Goic, concreta la ruptura. Abandonan la DC en masa, denunciando la "traición" a sus principios.
Se produce una diáspora de democratacristianos que buscan un nuevo hogar político. Podrían confluir con otros movimientos de centro, como Demócratas, o intentar fundar una nueva colectividad. La DC oficial, reducida a su mínima expresión y atada a la suerte de Jara, se vuelve irrelevante. La verdadera disputa por el futuro del centro político se traslada fuera de la sede de la Alameda. El éxito de esta refundación dependerá de su capacidad para articular un proyecto coherente y conectar con un electorado que se siente huérfano, compitiendo directamente con la centroderecha por ese espacio.
Este es el futuro más caótico. El partido no se parte en dos bloques claros, sino que se desangra lentamente. La pugna interna paraliza la campaña. Los votantes, confundidos y decepcionados, castigan a la DC en las urnas. Algunos siguen la orden del partido y votan por Jara, otros se abstienen, y un número significativo opta por candidaturas de centro o derecha.
El resultado es el peor posible: el pacto electoral no rinde los frutos esperados y el partido no alcanza el umbral mínimo para mantener su existencia legal. La Democracia Cristiana desaparece del mapa político formal. Sus militantes se dispersan sin un liderazgo claro, siendo absorbidos individualmente por otras fuerzas políticas. No hay una muerte digna ni una refundación heroica, solo una desintegración desordenada que deja un vacío y un recuerdo de lo que alguna vez fue la principal fuerza política de Chile.
Independientemente del escenario que se materialice, la tendencia dominante es clara: la Democracia Cristiana como proyecto autónomo y eje del sistema político chileno ha terminado. La decisión de apoyar a Jara fue la consecuencia final de décadas de pérdida de identidad y relevancia electoral. El partido se vio forzado a elegir entre sus principios y su existencia, y al intentar salvar la segunda, aceleró la muerte de los primeros. El centro político chileno ha quedado abierto. La pregunta ya no es qué hará la DC, sino quién ocupará el enorme espacio que deja su implosión.