Agosto de 2025. Los titulares sobre el "agujero" financiero de Viña del Mar se han enfriado, pero sus consecuencias son ahora parte de la realidad cotidiana de la ciudad. A pocos kilómetros, el lento deterioro de Valparaíso continúa, una crisis menos vinculada a una auditoría específica y más a un declive sostenido, visible en cada fachada derruida y local cerrado. Dos meses después de que estallaran los informes de Contraloría, la Región de Valparaíso se enfrenta a una pregunta incómoda: ¿están sus dos ciudades más icónicas al borde de un colapso no solo financiero, sino también de confianza y gobernabilidad?
La historia en Viña del Mar explotó a principios de junio con un devastador informe de la Contraloría. El documento reveló un perjuicio patrimonial que supera los $15.700 millones en la Corporación Municipal de Viña del Mar (CMVM), principalmente por deudas previsionales impagas a trabajadores de la educación y la salud, con atrasos de hasta 600 días.
La reacción política fue inmediata y polarizada, abriendo una profunda grieta sobre la responsabilidad de la crisis.
Mientras en Viña el debate se centra en cifras y responsabilidades políticas específicas, en Valparaíso la crisis es más difusa pero igualmente palpable. No es un forado contable, sino un lento hundimiento urbano y social. A fines de junio, la carta de Eduardo Dib Maluk, director ejecutivo de Destino Valparaíso, resonó con fuerza al calificar el estado de la ciudad puerto como una "vergüenza nacional".
El diagnóstico ciudadano es lapidario. Un estudio de la Fundación P!ensa ya había revelado el cierre de casi 400 comercios, mientras que el abogado Juan Carlos Manríquez llegó a denunciar un "ecocidio" ante la Unesco por el "grave deterioro" del Barrio Puerto, que ha provocado una "migración forzada" de sus habitantes. La postal de la "Joya del Pacífico" se desvanece entre la delincuencia, la suciedad y los edificios patrimoniales abandonados, un lamento que contrasta con la nula mención del problema en la última Cuenta Pública presidencial.
Más allá de la pugna política y los diagnósticos técnicos, la crisis tiene un rostro humano. En Viña, son los miles de profesores y funcionarios de la salud cuyas cotizaciones no fueron pagadas, afectando su futuro previsional y su tranquilidad presente. En Valparaíso, son los comerciantes que bajaron sus cortinas para siempre y los residentes que abandonan un centro histórico que ya no ofrece calidad de vida. La crisis no es abstracta; se vive en la incertidumbre de un trabajador y en la persiana cerrada de un local que antes daba vida a una calle.
¿Son estos casos aislados de mala gestión? Los datos sugieren un problema más profundo. Un informe de la Fundación P!ensa de mediados de junio ya advertía sobre el incumplimiento generalizado en la realización de los Consejos de Seguridad en 12 municipios de la región, con alcaldes y concejales ausentándose a sus propias obligaciones legales.
Este patrón de debilidad institucional plantea una disonancia cognitiva constructiva: mientras el discurso público avanza hacia una mayor descentralización y entrega de atribuciones a los municipios, la realidad en terreno muestra a gobiernos locales sobrepasados por sus responsabilidades actuales. ¿Cómo entregar más poder a instituciones que luchan por cumplir con lo básico? La pregunta, lanzada por la investigadora Francisca Undurraga, sigue sin respuesta y resuena con fuerza en el Congreso y en los pasillos de los gobiernos regionales.
Dos meses después, el debate sigue abierto y las soluciones no parecen cercanas. En Viña del Mar, la batalla legal y política por la rendición de cuentas determinará si la responsabilidad se asigna al pasado o al presente. En Valparaíso, la sociedad civil y el sector privado claman por una intervención coordinada que frene la decadencia, un grito que hasta ahora choca con la "desidia de una autoridad tras otra".
Ambas ciudades, patrimonio cultural y afectivo de Chile, enfrentan un punto de inflexión. La crisis no es solo de números rojos o de fachadas sucias. Es una crisis de gobernanza y, sobre todo, de confianza. La pregunta que queda flotando en el aire de la bahía es si sus líderes y sus ciudadanos serán capaces de reconstruirla antes de que sea demasiado tarde.
2025-06-27