Hace apenas unos meses, la inteligencia artificial generativa era un tema de fascinación tecnológica, una promesa de productividad y creatividad sin precedentes. Hoy, en agosto de 2025, el debate ha madurado bruscamente. La discusión ya no gira en torno a lo que la IA podría hacer, sino a lo que está haciendo: reconfigurar el poder, erosionar la confianza y convertirse en un arma de primer orden en la arena política global. Casos de alto perfil de suplantación y desinformación, ocurridos entre junio y julio, han dejado de ser anécdotas para revelar un patrón. Mientras tanto, el reciente lanzamiento de GPT-5 por parte de OpenAI confirma que la aceleración tecnológica no se detiene, haciendo que la necesidad de comprender y actuar sea más urgente que nunca.
La transición de la IA de herramienta a arma se ha vuelto innegable. A principios de julio, un informe de La Tercera detalló cómo un impostor utilizó software de IA para clonar la voz y el estilo de escritura del Secretario de Estado de EE.UU., Marco Rubio, contactando a ministros de relaciones exteriores y otras altas autoridades. El objetivo, según el Departamento de Estado, era manipular a funcionarios para obtener acceso a información. El experto en forense digital Hany Farid advirtió sobre la alarmante facilidad de estos ataques: “Solo se necesitan de 15 a 20 segundos de audio”.
Este tipo de operación, antes reservada para agencias de inteligencia sofisticadas, se ha democratizado. Pero la amenaza no es solo la suplantación con fines de espionaje, sino también la degradación del debate público. Como analizó BioBioChile, la viralización de un video falso, generado por IA, que mostraba a Donald Trump arrestando a Barack Obama —difundido desde la propia cuenta del presidente estadounidense— marcó un punto de inflexión. El acto fue calificado no como una simple caricatura, sino como una “degradación” de la investidura presidencial y una normalización de la falsedad como herramienta de campaña. Este fenómeno se inserta en un campo de batalla más amplio por la influencia narrativa, donde actores estatales como Rusia, a través de medios como RT que recientemente iniciaron transmisiones en Chile, buscan ofrecer “perspectivas diferentes” en un ecosistema mediático ya polarizado, según reportó El Siglo.
Irónicamente, a medida que los modelos de IA se vuelven más potentes, también exhiben nuevas y sutiles vulnerabilidades. El lanzamiento de GPT-5, cubierto por El País, promete capacidades asombrosas: un procesamiento de información exponencialmente mayor y la habilidad de generar aplicaciones completas de forma autónoma. Sin embargo, esta complejidad esconde riesgos. Investigadores de seguridad demostraron recientemente, según un reporte de WIRED, cómo un simple documento “envenenado” en Google Drive podía ser utilizado para que ChatGPT filtrara datos privados del usuario sin su consentimiento, mediante una técnica de “inyección indirecta”.
Esta fragilidad inherente choca con la velocidad con que la sociedad y las empresas están adoptando estas herramientas. Meta, por ejemplo, ya está probando el uso de asistentes de IA en sus entrevistas de contratación para programadores, como informó WIRED. La medida busca reflejar el nuevo entorno laboral, pero genera preocupación entre ingenieros veteranos sobre la formación de una generación de profesionales dependientes de una tecnología cuyos fallos y sesgos no comprenden a cabalidad, convirtiéndose en meros “apuntadores” de código.
Frente a este panorama, los intentos de regulación avanzan con una lentitud que contrasta con el ritmo de la innovación. La Unión Europea ha sido pionera con su Ley de IA, un ambicioso marco que busca imponer normas sobre transparencia, derechos de autor y seguridad. No obstante, como señaló WIRED, su implementación enfrenta la resistencia de las grandes tecnológicas y la dificultad de crear reglas que no queden obsoletas antes de entrar en vigor. El código de conducta inicial es voluntario, una “mano tendida a Bruselas” que las empresas pueden o no aceptar.
Mientras las potencias globales debaten marcos regulatorios, otras naciones evalúan su propia posición. En Chile, una carta en el Diario Financiero calificaba como “modesta” la inversión estatal en supercómputo, advirtiendo el riesgo de construir “catedrales sin fieles” si no se articula una política de desarrollo tecnológico más amplia que conecte la academia con la industria. Este debate local refleja un dilema global: el riesgo de que los países que no invierten estratégicamente se conviertan en meros consumidores de una tecnología definida por intereses extranjeros, ya sean corporativos o estatales.
El desafío fundamental que plantea la IA no es técnico, sino profundamente humano. En una columna publicada por La Tercera, académicos de la Universidad Católica analizaron la reciente intervención del Papa León XIV, quien comparó la revolución de la IA con la revolución industrial del siglo XIX, planteándola como una “nueva cuestión social” que exige una respuesta desde la doctrina social de la Iglesia. El llamado es a evaluar la tecnología no por su eficiencia, sino por su impacto en la “dignidad humana, la justicia y el trabajo”.
Esta perspectiva resuena con debates más terrenales. Ante la pregunta de si la IA reemplazará a los docentes, una columna en el Diario Financiero argumentaba que la tecnología no puede sustituir la empatía, la inspiración ni el fomento del pensamiento crítico, roles esenciales de un educador. La propuesta es ver la IA no como un reemplazo, sino como una “aliada” para docentes empoderados.
El tema está lejos de estar cerrado. La realidad sintética ya no es una distopía de ciencia ficción, sino un componente activo de nuestro ecosistema informativo y político. La batalla por la verdad se libra ahora en múltiples frentes: en el desarrollo de algoritmos más seguros, en la creación de leyes ágiles y efectivas, y, sobre todo, en la formación de una ciudadanía crítica capaz de navegar un mundo donde ver, oír y leer ya no es garantía de creer. La pregunta ya no es si la IA cambiará la política, sino cómo las democracias se adaptarán para sobrevivir en la era de la verdad negociable.
2025-08-08