La confirmación de la condena y el arresto domiciliario de Cristina Fernández de Kirchner (CFK) no es solo el epílogo de una causa judicial. Es el punto de inflexión que cierra un ciclo de dos décadas en la política argentina. El 10 de junio de 2025, la Corte Suprema selló el destino legal de la exmandataria, pero abrió un abanico de futuros inciertos para el país. Con la figura más gravitante de la política reciente neutralizada electoralmente, el poder comienza a reordenarse. Se perfilan tres escenarios de evolución que definirán el futuro del peronismo, del gobierno de Javier Milei y de la estabilidad social.
La reacción inmediata del kirchnerismo y sus bases ha sido construir una épica. Desde el balcón de su departamento en Recoleta, convertida en un púlpito político, CFK se proyecta como una "presa política" y una "proscripta". Su defensa, que ya acude a tribunales internacionales, refuerza la narrativa del lawfare. Esta estrategia tiene un objetivo claro a corto plazo: unificar al peronismo de cara a las elecciones legislativas de octubre.
La imagen de la líder perseguida funciona como un aglutinante poderoso. Dirigentes que hasta hace meses marcaban distancia, como Sergio Massa, ahora cierran filas. Las masivas movilizaciones, como la del 18 de junio en Plaza de Mayo, demuestran que la capacidad de convocatoria sigue intacta. El politólogo Facundo Nejamkis señala que las divisiones internas del peronismo "se vean mitigadas o reducidas, y se produzca un alineamiento alrededor de su figura".
El factor de incertidumbre es si esta mística del martirio puede traducirse en votos sin ella en la boleta. El peronismo apuesta a que el sentimiento de injusticia movilice a su electorado. Sin embargo, esta unidad es frágil y táctica. Depende de la capacidad de CFK para mantener su centralidad desde el encierro y de la reacción de un electorado más amplio, que puede ver el fallo no como una proscripción, sino como un acto de justicia.
Una vez pasadas las elecciones legislativas, la épica del martirio podría dar paso a una realidad más pragmática: la lucha por el poder. El peronismo, un movimiento estructurado en torno a liderazgos fuertes, se enfrenta a un vacío que nadie puede llenar por completo. Aquí emerge el fantasma de Carlos Menem, cuyo poder se diluyó tras su arresto domiciliario. Como advierten analistas, el liderazgo a distancia tiene fecha de caducidad.
Dos figuras se perfilan como los herederos más probables. Por un lado, Axel Kicillof, gobernador de la provincia de Buenos Aires, el principal bastión electoral del peronismo y representante del ala más dura del kirchnerismo. Por otro, Sergio Massa, excandidato presidencial que representa un peronismo más moderado y con mejores vínculos con sectores económicos. La tensión entre ambos definirá el futuro del movimiento.
El resultado de las legislativas de 2025 será el primer punto de inflexión. Un buen desempeño podría fortalecer la estrategia del "cristinismo sin Cristina" y dar aire a Kicillof. Un mal resultado aceleraría la diáspora y la búsqueda de un nuevo liderazgo, favoreciendo a figuras como Massa. Este escenario proyecta una fragmentación inevitable del peronismo. El senador disidente Juan Carlos Romero lo resume: "después que termine el duelo por la condena a Cristina (...) el kirchnerismo va a ir desapareciendo de la gravitación".
Para el gobierno de Javier Milei, la condena a CFK es una victoria con un costo estratégico. Durante su ascenso y primeros meses de gobierno, el "anticristinismo" fue el principal combustible de su discurso y el cemento que unía a su diversa base de votantes. Ahora, Milei se queda sin su enemiga perfecta. Como señala la politóloga Lara Goyburu, para los votantes de Milei se refuerza la idea de un gobierno que cumple su promesa de "terminar con el kirchnerismo". Pero, ¿qué viene después?
El gobierno debe pasar de una agenda de confrontación con un adversario claro a una de construcción. El silencio estratégico inicial de la Casa Rosada tras el fallo sugiere que no tenían un plan B. Ahora, la polarización deberá reenfocarse hacia "la casta" en general, los sindicatos o los gobernadores. El riesgo es que estos nuevos enemigos no tengan la misma capacidad de movilización que la figura de Cristina Kirchner.
La decisión crítica para Milei será si puede transformar su liderazgo de oposición en un liderazgo de gestión. Si la economía no mejora y la conflictividad social aumenta, la ausencia de CFK como pararrayos podría exponer al gobierno a un desgaste más rápido. El éxito de su mandato ya no dependerá de contra quién lucha, sino de qué es capaz de construir.
En síntesis, Argentina ha entrado en una nueva fase política. El fin del ciclo de Cristina Kirchner no garantiza estabilidad. Por el contrario, abre una etapa de reacomodo de fuerzas, con un peronismo obligado a reinventarse en medio de una guerra interna y un gobierno que debe aprender a gobernar sin el fantasma que lo legitimaba. La tendencia dominante es hacia una mayor fragmentación del poder, con riesgos de inestabilidad, pero también con la oportunidad latente de una renovación política profunda.