Hace dos meses, entre junio y julio de 2025, el sector aéreo chileno proyectaba una imagen de éxito rotundo. Latam Airlines no solo anunciaba vuelos diarios a Australia y millonarias operaciones de recompra de acciones, sino que se consolidaba como el papel más transado de la bolsa local, desplazando al gigante del litio, SQM. En paralelo, el Ministerio de Obras Públicas presentaba un plan maestro para triplicar la capacidad del Aeropuerto de Santiago para 2050, con una tercera pista y un tren ligero. El mensaje era claro: Chile despegaba hacia el futuro, consolidándose como un hub continental.
Sin embargo, mientras los titulares financieros celebraban, una realidad distinta se vivía en los pasillos del mismo aeropuerto. A mediados de junio, en plena temporada alta de vacaciones de invierno, los 74 tótems de autoatención para el control migratorio, operados por la Policía de Investigaciones (PDI), fueron suspendidos. La razón oficial: una "actualización técnica programada". El resultado: largas filas y la vuelta al control manual, evidenciando una desconexión fundamental entre la ambición global y la capacidad operativa en casa. La historia, ya madura, no es sobre un fallo técnico puntual, sino sobre dos Chiles que conviven en un mismo terminal aéreo: uno que mira al mundo y otro que tropieza con sus propios pies.
El primer semestre de 2025 fue un período de consolidación para la aviación comercial chilena, dejando atrás definitivamente las turbulencias de la pandemia. Los hitos son elocuentes:
Contrasta fuertemente con este panorama de éxito la experiencia del pasajero frente a los servicios que dependen del Estado. La suspensión de los tótems de control migratorio de la PDI, informada el 8 de julio por diversos medios, fue la culminación de una serie de problemas que se arrastraban desde su implementación a inicios de 2024.
Desde su puesta en marcha, los usuarios reportaron un sistema lento, poco intuitivo y propenso a fallas. La decisión de realizar una "actualización" en pleno período de alta demanda generó preocupación en la industria. Nuevo Pudahuel, la concesionaria del aeropuerto, se desmarcó indicando que el control migratorio es "responsabilidad exclusiva de la PDI" y sugirió mirar "soluciones tecnológicas como las que operan en aeropuertos cercanos".
La PDI, por su parte, defendió la medida como una "necesidad técnica que no podía postergarse", asegurando que se reforzó la atención manual para mitigar el impacto. Sin embargo, el episodio dejó en evidencia una fragilidad sistémica. ¿De qué sirve una inversión millonaria en tecnología si esta no es funcional ni confiable? La situación expone una aparente falta de planificación y coordinación, donde la promesa de agilizar los procesos terminó generando el efecto contrario.
Este no es un hecho aislado. El 3 de julio se conoció que SKY Airline se querelló por primera vez contra un pasajero por una falsa amenaza de bomba, un evento que, si bien es de otra naturaleza, subraya la sensibilidad de las operaciones aeroportuarias y cómo cualquier falla, humana o técnica, puede generar un caos significativo. Cuando la infraestructura base ya es precaria, la resiliencia del sistema completo disminuye.
La situación actual plantea una pregunta incómoda: ¿Cómo es posible que las aerolíneas y los operadores privados alcancen estándares de eficiencia y planificación de clase mundial, mientras un servicio estatal clave en el mismo espacio físico muestra deficiencias tan notorias? La respuesta parece apuntar a una descoordinación estructural entre el dinamismo del sector privado y la capacidad de ejecución del sector público.
El debate sobre la ampliación del aeropuerto y la llegada del Metro, proyectos de largo aliento, se vuelve paradójico. Como señaló la columnista Natalia Piergentili en un análisis sobre la política chilena, a veces se corre el riesgo de perder la voz y la conexión con la realidad inmediata por enfocarse en grandes relatos. La aviación chilena parece enfrentar un dilema similar: cumplir con las metas financieras no basta cuando la experiencia fundamental del viaje se deteriora en la puerta de entrada y salida del país.
El tema, por tanto, sigue abierto. La reanudación del funcionamiento de los tótems migratorios será una prueba clave, pero el problema de fondo persiste. La discusión ya no es si Chile puede competir a nivel global, sino si su aparato estatal puede modernizarse al mismo ritmo que sus empresas para sostener esas ambiciones.