A principios de agosto, una reunión en el Palacio Nacional de Ciudad de México entre la presidenta Claudia Sheinbaum y altos ministros de Canadá marcó un giro impensado hace apenas un mes. Lo que comenzó a mediados de julio como una disputa comercial focalizada —la reactivación de un arancel del 17% sobre el tomate mexicano por parte de Estados Unidos— ha escalado hasta reconfigurar las alianzas en Norteamérica. La política de presión de Washington, diseñada para aislar y disciplinar a sus socios, ha provocado un efecto contrario: el nacimiento de un frente común entre México y Canadá para defender la integridad del bloque comercial regional.
Este nuevo escenario no es un accidente, sino la consecuencia directa de una serie de jugadas tácticas que, vistas con la distancia de 30 días, revelan una narrativa de resiliencia y adaptación estratégica.
El 14 de julio, la administración de Donald Trump desempolvó una antigua disputa de 1996 sobre supuesto dumping para imponer un arancel del 17% a las exportaciones de tomate mexicano, un mercado de 2.800 millones de dólares anuales. La medida, justificada por el secretario de Comercio estadounidense, Howard Lutnick, como una protección a los agricultores locales, fue calificada por México como una decisión “injusta” y de “motivos políticos”. El gobierno de Sheinbaum, a través de su secretario de Economía, Marcelo Ebrard, apostó inicialmente por una estrategia de “cabeza fría” y diálogo, subrayando la calidad del producto mexicano y el inevitable impacto en los precios para el consumidor estadounidense.
Sin embargo, la presión no cesó. Durante las semanas siguientes, Washington mantuvo la amenaza de elevar los aranceles generales del 25% al 30% para todas las exportaciones mexicanas fuera del T-MEC, vinculando la sanción a la cooperación en la lucha contra el fentanilo y la migración. Expertos como Adolfo Laborde, del CIDE, advertían que la estrategia de cautela mexicana se estaba desgastando sin obtener resultados tangibles.
El punto de inflexión llegó el 31 de julio. Tras intensas negociaciones, México logró una prórroga de 90 días, evitando el alza arancelaria. En un movimiento que alteró el equilibrio regional, Trump justificó el trato diferenciado hacia México por las “complejidades y ventajas de la frontera”, mientras que, casi simultáneamente, elevaba los aranceles a Canadá del 25% al 35%. La táctica de “divide y vencerás” había creado una asimetría clara: México obtenía un respiro condicionado, y Canadá recibía el castigo.
La visión estadounidense: La administración Trump ha utilizado los aranceles no como un fin, sino como una herramienta de negociación multifacética, desdibujando las líneas entre comercio, seguridad y migración. Su enfoque transaccional y bilateralista busca maximizar la ventaja en cada interacción, incluso a riesgo de debilitar el marco trilateral del T-MEC, un acuerdo que el propio Trump ha calificado como una “renegociación” pendiente.
La evolución mexicana: El gobierno de Sheinbaum transitó de una postura defensiva a una proactiva. Al asegurar la prórroga y ver a su otro socio comercial en una posición más precaria, México ganó un inesperado poder de negociación. La crisis del tomate se convirtió en la palanca para posicionarse como un interlocutor indispensable, no solo para Washington, sino también para Ottawa.
El dilema canadiense: La decisión de Trump dejó a Canadá en una posición de clara desventaja. Su primer ministro, Mark Carney, expresó su “decepción” y reafirmó su compromiso con el T-MEC. Esta postura contrasta con la de finales de 2024, cuando se especulaba con una negociación bilateral entre Canadá y EE. UU., dejando a México de lado. Ahora, la realidad ha impuesto una nueva estrategia: buscar en México el aliado necesario para defender el bloque norteamericano. Como señala Ignacio Martínez Cortés, de la UNAM, las autoridades canadienses buscarán “un mayor apoyo respecto al bloque comercial” para no quedar fuera de cualquier nuevo acuerdo que surja entre México y EE. UU.
La situación está lejos de estar resuelta. El plazo de 90 días otorgado a México culmina en octubre, coincidiendo con el inicio de las mesas de trabajo para la revisión formal del T-MEC. Lo que comenzó como una “guerra del tomate” ha evolucionado hacia un cuestionamiento fundamental sobre la naturaleza de la asociación en Norteamérica. La pregunta ya no es si México puede resistir la presión de Estados Unidos, sino cómo México y Canadá redefinirán su relación para enfrentar conjuntamente un entorno de creciente incertidumbre proteccionista. El eje comercial de la región, que por 30 años fue un triángulo estable, hoy se rearticula sobre una nueva línea bilateral forjada por la necesidad.