Han pasado más de 60 días desde que el 25 de junio de 2025, el Palacio de La Moneda se convirtió, simbólicamente, en el hogar de una cuna. El nacimiento de Violeta Boric Carrasco, la primera hija del Presidente Gabriel Boric y su pareja, Paula Carrasco, no fue solo un evento familiar que capturó la atención mediática; fue un acontecimiento que, con el paso de las semanas, ha revelado profundas tensiones y transformaciones en la sociedad chilena. La noticia, que marcó el primer nacimiento de un hijo de un mandatario en ejercicio en 95 años —desde que Carlos Ibáñez del Campo fuera padre en 1930—, dejó de ser una anécdota histórica para convertirse en un caso de estudio sobre el liderazgo en el siglo XXI.
La expectación pública comenzó a crecer a mediados de junio, con visitas de la pareja al Hospital Clínico de la Universidad de Chile que eran seguidas de cerca por la prensa. La frase del Presidente, “No pasa nada todavía”, se convirtió en un mantra de la espera. Finalmente, el nacimiento fue confirmado. En sus primeras declaraciones, un emocionado Boric habló de una “alegría inconmensurable” y de su profunda admiración por su pareja, un gesto que fue interpretado no solo como el de un padre primerizo, sino como una declaración política sobre el rol de las mujeres y la importancia del proceso de maternidad.
El verdadero punto de inflexión no fue el nacimiento en sí, sino la decisión del Presidente de ejercer su derecho al postnatal de cinco días, un beneficio legal para todos los padres trabajadores en Chile. Esta acción, sin precedentes para un Jefe de Estado en el país, activó un debate inmediato: ¿Puede un país ser gobernado a distancia, aunque sea por un breve período? ¿Es un signo de debilidad o de modernidad?
Desde La Moneda, la estrategia fue la normalización. La ministra vocera (s), Aisén Etcheverry, aseguró que el equipo de gobierno estaba preparado para sostener la gestión y que el Presidente se mantendría “siempre conectado” mediante teletrabajo, sin necesidad de nombrar un vicepresidente. Medios como Diario Financiero analizaron los protocolos de comunicación y seguridad implementados, tratando el postnatal presidencial como un desafío logístico y de gestión.
Para sus adherentes, la decisión fue un poderoso acto de ejemplaridad, una invitación a que más hombres ejerzan su corresponsabilidad. Para los sectores más escépticos, generó interrogantes sobre la dedicación que exige la primera magistratura. Sin embargo, la ausencia de crisis durante esos cinco días demostró en la práctica que la institucionalidad podía adaptarse, abriendo la puerta a futuras discusiones sobre la flexibilidad laboral incluso en los cargos más altos del Estado.
El evento también instaló un debate sobre los modelos de masculinidad. Históricamente, el poder político en Chile ha estado asociado a una figura masculina distante, cuya vida privada permanece en un segundo plano hermético. La exposición pública de la paternidad de Boric —desde el anuncio con la ecografía hasta su presencia en el parto y la inscripción de su hija en el Registro Civil de Independencia— rompió con ese molde.
La académica Yanira Zúñiga, en una columna en La Tercera, destacó cómo Boric describió su paternidad a través de la experiencia de la maternidad, señalando que “la paternidad se construye por reflejo”. Este enfoque, que humaniza al líder y lo muestra vulnerable y admirado ante un proceso que no controla, contrasta con el arquetipo del poder autoritario.
Esta nueva forma de ejercer el poder genera una disonancia constructiva: ¿Es posible ser un padre presente y un presidente eficaz simultáneamente? La respuesta a esta pregunta sigue abierta. El gesto de Boric desafía a la ciudadanía y a la clase política a reevaluar qué cualidades se valoran en un líder: ¿la disponibilidad 24/7 o la capacidad de integrar las distintas dimensiones de la vida humana como un reflejo de la sociedad que gobierna?
Más allá de La Moneda, el nacimiento de Violeta Boric actuó como un catalizador de conversaciones latentes en la sociedad chilena. La paternidad presidencial se convirtió en un espejo de las aspiraciones y frustraciones de miles de familias que luchan por conciliar trabajo y crianza.
El debate se instaló en múltiples frentes:
Dos meses después, el tema ha madurado. La anécdota del nacimiento ha dado paso a un análisis más profundo sobre las estructuras sociales y políticas de Chile. La paternidad del Presidente no resolvió los problemas de conciliación ni cambió de la noche a la mañana la cultura machista, pero sí los instaló en el centro del debate público con una visibilidad inédita. La historia de la cuna en La Moneda no está cerrada; ha evolucionado hacia una pregunta colectiva sobre qué tipo de sociedad y qué tipo de liderazgos se quieren construir para las futuras generaciones.