A comienzos de agosto, lo que debía ser un acto de consolidación política se convirtió en un símbolo de las complejidades de nacer en un escenario polarizado. La proclamación de Evelyn Matthei como candidata presidencial del partido Demócratas, agendada y preparada, fue pospuesta. Oficialmente, la razón fue la necesidad de afinar los últimos detalles del acuerdo parlamentario con Chile Vamos. Extraoficialmente, la pausa reflejó un mes de vértigo político y las tensiones inherentes a un partido que, en poco más de 30 días, pasó de luchar por su existencia legal a negociar su lugar en uno de los dos grandes bloques que disputarán el poder.
Hace poco más de un mes, la conversación en Demócratas era otra. La urgencia se centraba en el 10 de julio, fecha límite impuesta por el Servicio Electoral (Servel) para reunir las firmas necesarias y constituirse como partido a nivel nacional. La timonel y carta presidencial de la colectividad, Ximena Rincón, declaraba a inicios de mes que la meta estaba al alcance: "En total, en Magallanes nos faltan 90 firmas. En otras 120 y en otra 140. Menos de 350, de hecho".
El objetivo era claro: lograr la autonomía para levantar una candidatura presidencial propia y competir desde el centro. Sin embargo, la propia Rincón adelantaba el plan B: “Si no logramos candidatura presidencial, obviamente hay que tomar definiciones”. La existencia como partido era la primera batalla, pero la guerra por la relevancia política se libraría inmediatamente después.
Demócratas logró el objetivo. El 11 de julio, el senador Matías Walker confirmaba con optimismo que se estaban ingresando las firmas. Pero mientras la colectividad celebraba su nacimiento legal, el tablero político nacional se reconfiguraba drásticamente. El triunfo de Jeannette Jara (PC) en las primarias del oficialismo actuó como un catalizador.
Para un partido que se define de centro, la emergencia de una candidata del Partido Comunista en un polo y la consolidación de José Antonio Kast en el otro extremo del espectro, dejaba un espacio reducido y riesgoso para una tercera vía. Fuentes del partido reconocen que este resultado “cambió radicalmente el escenario”. El pragmatismo comenzó a imponerse sobre la aspiración de una candidatura propia, que corría el riesgo de volverse testimonial y, peor aún, irrelevante.
Con la candidatura de Rincón perdiendo fuerza internamente, las conversaciones con Chile Vamos, que ya venían gestándose, se intensificaron. El objetivo era doble: un pacto parlamentario que les asegurara escaños y un acuerdo presidencial que les diera influencia en un eventual gobierno. Walker, que semanas antes había puesto como “límite” una lista con “los extremos”, vio en la alianza con la UDI, RN y Evópoli una vía para materializar su proyecto de centro, diferenciándose del pacto que el Partido Republicano sellaba con otras fuerzas.
El acercamiento requirió gestos. A principios de agosto, Evelyn Matthei publicó una carta ofreciendo disculpas por sus dichos de abril sobre el golpe de Estado de 1973, una declaración que había generado distancia con Demócratas, partido con fuertes raíces en la ex Concertación. El senador Walker agradeció públicamente el gesto, calificándolo de “noble”. La mesa para el acuerdo estaba servida.
La decisión de la cúpula, sin embargo, no fue unánime ni silenciosa. La postergación del acto de proclamación del 8 de agosto fue la manifestación de un descontento que circulaba en las bases. En grupos de WhatsApp de los consejeros generales del partido, algunos dirigentes expresaron su malestar por enterarse de las decisiones “por la prensa” y por la falta de una discusión profunda sobre el apoyo a Matthei. “Salir proclamando a alguien solo por cumplir un hito sin convicción nos mata como centro. Yo preferiría se diera libertad de acción”, reclamó un dirigente.
Esta tensión expone el dilema fundamental de Demócratas y de cualquier fuerza emergente: ¿se construye una identidad sólida desde las bases, aunque tome más tiempo y arriesgue la irrelevancia inicial, o se opta por el pragmatismo de los pactos para asegurar poder e influencia desde el primer día? La directiva optó por lo segundo.
La historia de Demócratas en el último mes es la crónica de un realismo político acelerado. El partido nació con la vocación de ser una bisagra, un actor de negociación, y su primera gran decisión ha sido honrar ese principio, incluso a costa de su propia carta presidencial. El debate sobre los detalles del pacto parlamentario sigue abierto, demostrando que la negociación es un proceso continuo. La pregunta que queda en el aire es si, al pactar para sobrevivir, el partido logrará construir el proyecto de centro que prometió o si su identidad se diluirá en la pragmática búsqueda de la relevancia.