El Gobierno mueve sus piezas en el Alto Mando:Más que un cambio de nombres, una operación para restaurar la confianza en las Fuerzas Armadas

El Gobierno mueve sus piezas en el Alto Mando:Más que un cambio de nombres, una operación para restaurar la confianza en las Fuerzas Armadas
2025-08-09
Fuentes
www.prensa-latina.cu www.biobiochile.cl cooperativa.cl cooperativa.cl www.latercera.com cooperativa.cl cambio21.cl
  • Los nombramientos en la Armada y el Estado Mayor Conjunto no son rutina, sino una respuesta política a una crisis de confianza sistémica.
  • La desconfianza se nutre de una mezcla de herencias no resueltas de la dictadura y escándalos contemporáneos de probidad y cultura institucional.
  • Los nuevos mandos enfrentan el desafío de alinear a las instituciones con las exigencias de transparencia del poder civil, mientras gestionan las tensiones internas.

El tablero de ajedrez cívico-militar: una jugada a dos meses

Hace más de 60 días, entre el 6 y el 18 de junio, La Moneda ejecutó dos movimientos clave en el Alto Mando de las Fuerzas Armadas. El vicealmirante Fernando Cabrera Salazar asumió como nuevo comandante en jefe de la Armada y el general de Aviación Leonardo Romanini Gutiérrez fue designado como jefe del Estado Mayor Conjunto (EMCO). En el flujo inmediato de noticias, estos cambios se presentaron como parte del ciclo natural de relevos. Hoy, con la distancia que ofrece el tiempo, emerge una narrativa más compleja: no fue un mero acto administrativo, sino una operación estratégica del poder ejecutivo para intervenir en una crisis de confianza que corroe la relación entre la ciudadanía, el gobierno y sus instituciones armadas.

La relevancia de estos nombramientos no reside en los nombres, sino en el contexto que los forzó. La decisión presidencial de Gabriel Boric se lee ahora como el clímax de una tensión acumulada, un intento de reconfigurar desde la cúpula a instituciones cuya legitimidad se ha visto erosionada por una confluencia de factores: el peso de un pasado que no termina de pasar y un presente marcado por fallas de probidad y choques culturales.

La anatomía de una desconfianza: entre Pinochet y el acoso

Para entender la jugada de La Moneda, es necesario descomponer las capas de esta crisis. No se trata de un hecho aislado, sino de una acumulación de eventos que, vistos en conjunto, pintan un cuadro de desgaste institucional.

  • La sombra persistente de 1973: A principios de julio, la Corte de Apelaciones de Temuco confirmó sentencias contra exmilitares por la ejecución de dos civiles en octubre de 1973. Este goteo incesante de fallos judiciales por violaciones a los derechos humanos mantiene viva una herida que una parte de la sociedad y el poder político considera abierta, mientras que sectores dentro de las FF.AA. la perciben como un juicio anacrónico. Esta dualidad genera una disonancia cultural permanente entre el mundo civil y el militar.
  • Símbolos que dividen: A fines de mayo, la polémica por la venta de souvenirs alusivos a Augusto Pinochet en la Escuela Militar durante el Día de los Patrimonios obligó a la ministra de Defensa, Adriana Delpiano, a calificar el hecho como “inapropiado”. Este incidente, aunque menor en apariencia, reveló la persistencia de una cultura interna que choca frontalmente con el relato oficial del Estado y la sensibilidad de una porción mayoritaria de la ciudadanía y del propio gobierno.
  • La probidad en entredicho: Aunque casos como el del exjefe de la brigada de delitos sexuales de la PDI de Copiapó, denunciado por acoso sexual en junio, pertenecen a la policía civil, resuenan en el universo uniformado. Reflejan un problema más amplio de accountability y cultura interna en instituciones jerárquicas y masculinizadas. Estos se suman a un historial de casos de corrupción en las Fuerzas Armadas que, si bien no están en el primer plano hoy, conforman el telón de fondo de la desconfianza pública.

La respuesta: ¿un nuevo liderazgo para nuevos tiempos?

Frente a este escenario, los nombramientos de Cabrera y Romanini adquieren un cariz de intervención deliberada. El Presidente Boric, al ejercer su prerrogativa, no solo escogió a las más altas antigüedades, sino que validó perfiles técnicos y profesionales que se ajustan a la visión de un mando moderno, subordinado al poder civil y con énfasis en la gestión. El general Romanini, con un magíster en Administración de Empresas y experiencia internacional, fue calificado por la ministra Delpiano como “una persona muy preparada”. Por su parte, el almirante Cabrera, ingeniero en Armas y con estudios en Francia y Estados Unidos, asumió el mando con un discurso centrado en la “excelencia” y el “compromiso profesional” de sus subordinados.

El mensaje implícito de La Moneda es claro: se busca un liderazgo que no solo gestione lo operativo, sino que también sea capaz de dialogar con un poder político que exige mayores estándares de transparencia y una ruptura simbólica con las inercias del pasado. La propia ministra de Defensa, al confirmar que se preparaba un informe para diversificar la compra de armas a Israel, reforzaba esta imagen de un poder civil que toma las riendas en materias tradicionalmente reservadas al ámbito militar.

Un debate abierto: el futuro de las relaciones cívico-militares

Los cambios en el Alto Mando no cierran el debate; lo reabren en una nueva etapa. Las ceremonias de cambio de mando, con sus ritos y discursos, marcan el inicio de un periodo de prueba para los nuevos líderes.

  • La perspectiva del Gobierno: Se ha dado un paso fundamental para reafirmar la autoridad civil y promover una cultura de probidad. La expectativa es que los nuevos mandos implementen políticas internas que prevengan nuevos escándalos y alineen a las instituciones con los valores democráticos contemporáneos.
  • La perspectiva institucional (inferida): Las Fuerzas Armadas se adaptan a las directrices del poder político. El discurso de despedida del almirante saliente, Juan Andrés de la Maza, al aconsejar a su sucesor que “cuide” y “escuche” a su gente, puede interpretarse como un recordatorio de que el liderazgo militar debe mantener la cohesión y la moral interna, un equilibrio delicado frente a las presiones externas.
  • La perspectiva ciudadana: Existe una observación expectante. ¿Se traducirán estos cambios en una mayor transparencia en el uso de los recursos? ¿Habrá una condena más enérgica desde dentro de las instituciones a las violaciones de derechos humanos pasadas y presentes? ¿O será, una vez más, un cambio de rostros sin una transformación de fondo?

El relevo silencioso ya ocurrió. Las piezas están en sus nuevas posiciones en el tablero. Ahora comienza la partida real, cuyo resultado definirá si estos nombramientos fueron el inicio de una reconciliación de las Fuerzas Armadas con la sociedad chilena del siglo XXI o simplemente una tregua temporal en una crisis de confianza que sigue latente.

La serie de nombramientos en el alto mando militar, ocurridos hace más de 60 días, ha madurado lo suficiente como para ser analizada no como una formalidad burocrática, sino como una respuesta estratégica del poder civil a una crisis sistémica de confianza en las instituciones armadas y de orden. La historia permite conectar eventos aparentemente aislados —casos de corrupción, crímenes y fallas operativas— con las decisiones presidenciales, revelando una narrativa sobre el intento de restaurar la autoridad y la probidad. Las consecuencias, como los primeros lineamientos de los nuevos mandos y la persistencia de los desafíos institucionales, ya son visibles, ofreciendo un panorama completo para un análisis profundo sobre las relaciones cívico-militares en un contexto de alta tensión social y política.