Agosto de 2025. Lo que comenzó hace meses como una respuesta militar al ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 se ha metamorfoseado en un dilema existencial para Israel y una catástrofe sin fin para Gaza. La noticia que ha madurado en las últimas semanas no es sobre bombardeos o avances tácticos, sino sobre una implosión política. El 7 de agosto, el gabinete de seguridad de Benjamín Netanyahu aprobó un plan para la ocupación militar total de la Ciudad de Gaza, una decisión que, lejos de proyectar fuerza, ha expuesto una profunda y peligrosa fractura en el corazón del poder israelí.
La ofensiva ya no se narra en el frente de batalla, sino en los pasillos del poder en Tel Aviv y en las calles de una Gaza donde la vida se mide en calorías y la muerte acecha en las filas para recibir ayuda. La guerra se ha convertido en un laberinto político y humanitario, y la decisión de Netanyahu amenaza con sellar las pocas salidas que quedaban.
El principal opositor al plan de ocupación total no proviene de la arena internacional, sino del propio estamento militar israelí. El jefe del Ejército, Eyal Zamir, un antiguo aliado de Netanyahu, se ha erigido como la voz más crítica contra una estrategia que considera una "trampa". Durante la tensa reunión del gabinete, Zamir advirtió que la operación para desplazar a un millón de personas de Ciudad de Gaza sería un desastre humanitario y operativo, un pantano que podría costar la vida de los 20 rehenes israelíes que se estima siguen vivos y desgastar a un ejército que ya muestra signos de fatiga.
Según reportes de medios israelíes, la tensión escaló a tal punto que Zamir sugirió irónicamente que, si se procedía con el plan, el gobierno debería "retirar el regreso de los cautivos como objetivo de la guerra", evidenciando la contradicción insalvable de la propuesta. Su contrapropuesta, basada en incursiones selectivas y el control de rutas estratégicas, fue desestimada por una mayoría de ministros alineados con la extrema derecha de la coalición de Netanyahu, para quien la guerra prolongada parece ser también una estrategia de supervivencia política.
Esta división no es menor. Revela un choque fundamental de visiones: un gobierno que busca una victoria ideológica y total, y un ejército que advierte sobre las consecuencias prácticas y morales de una ocupación indefinida. La obediencia militar está garantizada, pero la fisura en la confianza entre el poder político y el militar es ya una herida abierta.
Mientras en Israel se debate la estrategia, en Gaza se vive la consecuencia. La crisis humanitaria ha superado todos los umbrales. La desnutrición, como documentó un exhaustivo informe de WIRED a fines de julio, ha dejado de ser una estadística para convertirse en una condición biológica que marcará a generaciones. Los médicos reportan heridas que no cicatrizan por falta de nutrientes, niños con edemas por falta de proteínas y un sistema inmunitario colapsado que convierte cualquier infección en una amenaza mortal. Los efectos epigenéticos, advierten los científicos, podrían transmitirse a los hijos y nietos de los supervivientes.
Buscar comida es, literalmente, un acto suicida. Los centros de distribución de ayuda, gestionados por una controvertida fundación respaldada por Israel y EE.UU. que sustituyó a la ONU, se han convertido en lo que los gazatíes llaman "trampas de la muerte". Más de 1.300 personas han muerto en sus alrededores desde mayo, según cifras de la ONU, a menudo por disparos de las fuerzas israelíes. El 7 de agosto, Suleiman Al-Obaid, leyenda del fútbol conocido como el "Pelé palestino", fue asesinado a balazos mientras esperaba alimentos para su familia. Su muerte simboliza el destino de miles de civiles anónimos.
Los testimonios recogidos por medios como El País y la BBC pintan un cuadro de desesperación absoluta. "¿A dónde nos vamos? ¿Nos lanzamos al mar?", se preguntaba una mujer desplazada. Otros, hastiados de huir, afirman que prefieren "morir en casa con dignidad". La crisis se extiende a las 350.000 personas con enfermedades crónicas que, sin acceso a medicamentos ni tratamiento, se han convertido en las víctimas invisibles del conflicto.
El plan de ocupación ha terminado de aislar a Israel. La decisión de Alemania, un aliado histórico por razones que se hunden en la memoria del Holocausto, de suspender la exportación de armas "hasta nuevo aviso" es un punto de inflexión sísmico. Reino Unido, Francia y otros aliados europeos han aumentado la presión, amenazando con reconocer un Estado palestino si la ofensiva no cesa.
En el otro lado, Hamás reafirmó el 2 de agosto su postura inamovible: no depondrá las armas hasta que se establezca un Estado palestino independiente y soberano. Esta condición, rechazada de plano por el actual gobierno israelí, mantiene las negociaciones para una tregua en un punto muerto. El plan de Netanyahu, que contempla una "administración civil alternativa que no sea ni Hamás ni la Autoridad Palestina", parece una fantasía política frente a la realidad de un territorio devastado y sin estructuras de gobernanza viables.
Dos meses después de que la narrativa se desplazara del combate a la catástrofe, el conflicto ha entrado en una nueva y quizás más peligrosa etapa. El plan de ocupación no ofrece una solución, sino la promesa de un conflicto de baja intensidad, una ocupación permanente y una crisis humanitaria cronificada. La pregunta que resuena, como planteaba la escritora Gioconda Belli, es cómo se ha llegado a este punto de crueldad y pérdida de compasión.
Israel se enfrenta a su propio reflejo en el espejo roto de Gaza. La decisión de avanzar hacia la ocupación total no solo determinará el futuro de los palestinos, sino que también definirá el carácter moral y político del Estado israelí para las décadas venideras. El laberinto no tiene salida aparente, y cada paso hacia adentro parece alejar más la posibilidad de paz, seguridad o simple humanidad.
2025-08-08