Hace apenas dos o tres meses, el debate público se centraba en las horas de pantalla y sus efectos abstractos sobre la concentración. Hoy, 9 de agosto de 2025, la conversación ha madurado forzosamente. La ansiedad generada en el entorno digital ha desbordado la pantalla y se ha materializado en un producto de consumo: estimulantes de nueva generación que prometen un alivio rápido a la fatiga crónica. Lo que eran dos fenómenos observados por separado —la adicción digital y las nuevas tendencias de consumo— hoy se revelan como las dos caras de una misma moneda: la anatomía de una crisis generacional que se vive en las aulas, los hogares y, ahora, en los quioscos.
Para entender el auge de las bolsitas de cafeína, primero hay que mirar la pantalla. Expertos como el médico Javier Albares han sido categóricos: "Estamos criando a una generación zombi". La comparación de la adicción a las pantallas con la cocaína, que sonaba hiperbólica, hoy encuentra un sólido respaldo neurocientífico. Las resonancias magnéticas de personas con adicción digital muestran una alteración en el sistema de recompensa cerebral idéntica a la de consumidores de sustancias. Cada like, cada video corto, cada notificación, es una microdosis de dopamina que entrena al cerebro para desear una estimulación constante y de bajo esfuerzo.
Las consecuencias, que antes se medían en métricas de salud mental, hoy son un diagnóstico clínico. La psiquiatra Abigail Huertas advierte que este "secuestro de la atención" está directamente relacionado con la aparición más temprana e intensa de depresión, ansiedad y conductas de autolesión, especialmente en mujeres jóvenes. El aislamiento, que a menudo se percibe como una elección —el adolescente encerrado en su pieza—, es en realidad un mecanismo de escape, una huida de la interacción social que genera inseguridad. Como señala la psicóloga Irene Ampuero, la tecnología ofrece un refugio inmediato que, paradójicamente, profundiza la soledad y la desconexión del mundo real.
Este ciclo de hiperestimulación seguido de agotamiento mental y emocional deja un vacío. Un cerebro fatigado pero ansioso, que duerme mal y rinde menos. En Chile, las cifras son elocuentes: según datos discutidos en el reciente Congreso Jóvenes Futuro, los adolescentes chilenos pasan cerca del 40% de su día frente a pantallas. El resultado es una generación con "brainrot" (pudrición cerebral), un término acuñado por los propios jóvenes para describir la sensación de saturación mental.
Es en este contexto de fatiga y necesidad de rendimiento que irrumpen las bolsitas de cafeína. Promocionadas por influencers en TikTok como una ayuda para el gimnasio o para "salvar" los exámenes, estos pequeños sobres se colocan entre la encía y el labio, liberando una dosis de cafeína que puede equivaler a dos tazas de café directamente en el torrente sanguíneo. Su discreción las hace invisibles para padres y profesores, convirtiéndolas en la herramienta de automedicación perfecta.
Expertos como el Dr. Rob van Dam, de la Universidad George Washington, alertan sobre el peligro. La rápida absorción y la alta concentración facilitan una sobredosis, que en adolescentes puede provocar taquicardia, ansiedad aguda e incluso convulsiones. Más allá del riesgo físico inmediato, Bini Suresh, de la Asociación Dietética Británica, advierte sobre un peligro más profundo: la normalización del consumo de estimulantes. Si la ansiedad y el cansancio se "solucionan" con una dosis química, se anulan otras estrategias más saludables como el descanso, el deporte o la socialización.
El fenómeno actúa como un acelerante de una crisis preexistente. En Chile, según la última Encuesta Nacional de Actividad Física, 7 de cada 10 niños y adolescentes son sedentarios. La falta de movimiento, agravada por el encierro digital, no solo impacta la salud física —con tasas de malnutrición por exceso entre las más altas del mundo—, sino que también atrofia la capacidad de gestionar emociones y estrés a través del cuerpo.
La maduración de este problema ha obligado a una respuesta institucional. El Congreso Jóvenes Futuro, organizado con el apoyo de la Comisión Desafíos del Futuro del Senado, no fue solo un evento para jóvenes, sino una señal de que el poder político reconoce la urgencia. Figuras como el exsenador Guido Girardi y el ministro de Ciencia, Aldo Valle, han puesto sobre la mesa la necesidad de una "gobernanza de los sistemas algorítmicos" y una regulación que proteja el bienestar de las personas, especialmente de los menores.
El debate, sin embargo, muestra dos enfoques que no se excluyen, sino que se complementan:
La historia de la ansiedad juvenil ha evolucionado. Ya no se trata de un debate sobre si las pantallas son "buenas" o "malas". El tema está en una nueva etapa, donde las consecuencias son visibles, medibles y se comercializan en un sobre. La pregunta que queda abierta no es para los adolescentes, sino para la sociedad adulta: ¿Cómo se responde a una generación que ha aprendido a consumir soluciones químicas para un problema emocional y existencial creado, en gran parte, por las herramientas que nosotros mismos les entregamos? La respuesta definirá no solo su salud, sino su capacidad para conectar, crear y participar en el mundo real.