A fines de julio de 2025, las sirenas de tsunami volvieron a sonar en la costa chilena. Un potente terremoto de magnitud 8.8 en la península de Kamchatka, Rusia, activó las alertas en toda la cuenca del Pacífico. En Chile, miles de personas evacuaron las zonas costeras con una calma y orden que ya son sello nacional. La escena recordaba la respuesta ejemplar observada en mayo, tras el sismo 7.5 en Magallanes. Ambos eventos reforzaron una idea arraigada en el imaginario colectivo: Chile, un país forjado por catástrofes, está preparado. La ciudadanía confía en sus instituciones y en su propia cultura sísmica.
Sin embargo, a poco más de dos meses de que se encendiera una controversia técnica, la tranquilidad de la evacuación oculta una vulnerabilidad sistémica que sigue sin resolverse. Mientras la población miraba el mar, expertos y autoridades sostenían un debate de fondo sobre la fiabilidad de una de las piezas clave del sistema de alerta: las boyas de detección de tsunamis en aguas profundas.
La discusión pública comenzó a fines de mayo, cuando un reportaje de La Tercera, basado en datos obtenidos por Transparencia, expuso un deterioro crónico y fallas operativas en la red de cinco boyas DART (Deep-ocean Assessment and Reporting of Tsunamis) que administra el Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada (SHOA). Estos instrumentos, anclados en el lecho marino, son los únicos capaces de medir directamente el paso de una ola de tsunami en océano abierto, enviando información crucial para confirmar o descartar una amenaza.
La respuesta institucional no tardó en llegar. En una carta al director, la Armada de Chile defendió la robustez del Sistema Nacional de Alarma de Maremotos (SNAM). El argumento central fue que las boyas “no son esenciales para emitir alertas de tsunami”. Según la Armada, el sistema se basa principalmente en la información sísmica y modelos numéricos, apoyados por la red de mareógrafos costeros. Las boyas DART, afirmaron, son una “herramienta de confirmación” para tsunamis lejanos y Chile, además, se beneficia del acceso a una red internacional de más de 50 boyas.
La postura de la Armada generó un contrapunto inmediato en la comunidad científica. Expertos en geofísica y gestión de desastres, como el sismólogo Luis Donoso, aclararon la función estratégica de estos instrumentos. Si bien los datos sísmicos permiten modelar un posible tsunami, las boyas DART validan si esa predicción se corresponde con la realidad física del océano. Miden la perturbación real de la columna de agua, un dato que los sismógrafos no pueden proporcionar.
Su rol es fundamental por dos razones:
La directora ejecutiva del Instituto para la Resiliencia ante Desastres (Itrend), Catalina Fortuño, advirtió en una columna en CIPER sobre el riesgo de la autocomplacencia. Aunque Chile es un referente mundial en normativa sísmica, esta confianza puede enmascarar deficiencias en otras áreas. La degradación de la infraestructura de monitoreo, como las boyas, es un ejemplo de cómo la preparación puede debilitarse silenciosamente.
Este debate técnico no ocurre en el vacío. Geólogos y sismólogos, como los consultados por BioBioChile en junio, recuerdan constantemente la existencia de una “laguna sísmica” en el extremo norte de Chile y el sur de Perú. En esta zona no ha ocurrido un terremoto de gran magnitud desde 1877, acumulando una cantidad de energía que podría liberarse en un evento superior a 8.5 grados. Un escenario así pondría a prueba todas las capacidades del país, y la precisión de la alerta temprana sería determinante para salvar vidas.
El reciente tsunami generado en Rusia, aunque de bajo impacto en las costas chilenas —con perturbaciones máximas de 2.5 metros en Boyeruca—, sirvió como un recordatorio. Demostró que el sistema de evacuación funciona, pero también que la amenaza transpacífica es real. La pregunta que queda abierta es si la confianza ciudadana está respaldada por una infraestructura técnica a toda prueba.
Hoy, a inicios de agosto, el tema sigue vigente en círculos especializados. Un coloquio internacional organizado por la Universidad de Chile se prepara para analizar, entre otros casos, las lecciones del terremoto de Rusia. La controversia sobre las boyas DART ha evolucionado de una denuncia mediática a una discusión estratégica sobre la gestión del riesgo en Chile.
La cuestión ya no es si las boyas funcionan o no, sino cuál es su rol en un sistema de alerta moderno y si el país está invirtiendo lo suficiente para mantenerlas. La cultura sísmica es el software social que ha demostrado ser exitoso, pero su eficacia depende también del hardware que lo alimenta. ¿Es sostenible una seguridad que depende más de la memoria y la costumbre que de la precisión de sus instrumentos de medición? La respuesta a esa pregunta definirá la verdadera resiliencia de Chile ante la próxima gran ola.