Lo que comenzó a fines de julio de 2025 como una dura ofensiva de Evelyn Matthei contra José Antonio Kast no fue solo un error táctico. Fue la manifestación de una fractura estructural que hoy define a la derecha chilena. La candidata de Chile Vamos acusó al Partido Republicano de orquestar una “campaña asquerosa” con videos alterados que insinuaban un deterioro de su salud. Calificó a sus líderes de “matones” y amenazó con acciones judiciales. La apuesta era clara: pintar a Kast como un actor antidemocrático y consolidarse como la única opción viable y moderada del sector.
El resultado fue el opuesto. La ofensiva fracasó en menos de 72 horas. La resistencia no vino del adversario, sino de su propio sector. Dirigentes de Chile Vamos, temerosos de una guerra civil que solo beneficiaría a la candidata de izquierda, Jeannette Jara, presionaron para bajar la intensidad. La propia vocera de Matthei, Paula Daza, expresó públicamente su deseo de no judicializar el conflicto. Forzada a retroceder, Matthei “suspendió” la denuncia, en un gesto que fue leído como una derrota. Kast, por su parte, mantuvo una estudiada calma, valoró el gesto y llamó a la unidad contra el “verdadero adversario”. No necesitó defenderse; su rival lo fortaleció.
El episodio dejó al descubierto que en Chile ya no existe una, sino dos derechas con proyectos incompatibles. La tregua actual es solo una pausa táctica, no una reconciliación estratégica.
La dinámica actual proyecta tres posibles escenarios para el futuro inmediato del sector, con consecuencias directas para la elección presidencial y la gobernabilidad del país.
Chile Vamos cede ante la realidad electoral. La campaña de Matthei no logra despegar y las directivas de los partidos se ven forzadas a negociar un pacto parlamentario y un apoyo en segunda vuelta en los términos de Kast. La derecha se unifica bajo el liderazgo de facto de los republicanos, adoptando una agenda más dura en seguridad, inmigración y valores. El costo es la marginación del ala más liberal de Chile Vamos y la renuncia a un proyecto de centroderecha.
Las negociaciones fracasan. Las dos derechas compiten con listas parlamentarias separadas y candidatos presidenciales hasta el final. Esta división de votos podría debilitar su representación conjunta en el Congreso, dificultando la gobernabilidad de un eventual gobierno del sector. En el peor de los casos para ellos, la fragmentación podría dejar a la derecha fuera del balotaje, entregando una ventaja decisiva a la izquierda. Un apoyo en segunda vuelta no sería automático, sino el resultado de una tensa y costosa negociación.
La tensión interna se vuelve insostenible. El ala más conservadora de RN y la UDI, junto a parlamentarios pragmáticos, rompe con la coalición y se alía formalmente con el Partido Republicano. Chile Vamos sobrevive como un bloque de centroderecha más pequeño y testimonial, similar al destino de la Democracia Cristiana. Este escenario redibujaría el mapa político chileno de forma permanente, consolidando un sistema de tres tercios con un polo de derecha dura, uno de izquierda y un centro debilitado.
En definitiva, la guerra de julio no fue el inicio de un conflicto, sino la confirmación de uno que venía gestándose por años. La pregunta ya no es si las derechas se unirán, sino bajo qué proyecto y a qué costo. Por ahora, todas las señales indican que el centro de gravedad se ha desplazado irreversiblemente hacia José Antonio Kast.