A mediados de agosto de 2025, el escenario electoral chileno se muestra más complejo y fragmentado que nunca. Lo que parecía una contienda predecible entre la candidata del oficialismo, Jeannette Jara, y la abanderada de Chile Vamos, Evelyn Matthei, ha sido alterado por la consolidación de tres candidaturas que operan fuera de los márgenes tradicionales: las de Johannes Kaiser (Partido Nacional Libertario), Franco Parisi (Partido de la Gente) y Marco Enríquez-Ominami (Independiente). A más de dos meses de sus primeras irrupciones, su impacto ya no es una anécdota, sino una fuerza medible que está redefiniendo las reglas del juego, capitalizando el descontento y obligando a los bloques hegemónicos a una incómoda re-evaluación estratégica.
Johannes Kaiser ha hecho de la provocación su principal herramienta política. Su discurso, abiertamente favorable al régimen militar y hostil hacia la izquierda, alcanzó un punto crítico a principios de julio, cuando declaró en una entrevista que apoyaría un nuevo golpe de Estado “si se repitiese la situación de 1973”. La afirmación no solo generó un rechazo transversal, sino que se tradujo en acciones concretas: diputados del Partido Comunista, Acción Humanista y el Partido Socialista presentaron denuncias en su contra ante el Servel y un requerimiento de remoción ante el Tribunal Constitucional. La respuesta de Kaiser fue redoblar la apuesta, acusando al PS de usar “las mismas tácticas de Maduro para eliminar a su competencia”.
Su estrategia de confrontación también apunta a sus rivales directas. Calificó a Jeannette Jara como “Bachelet con esteroides”, una frase que provocó la reacción de la ministra de la Mujer, Antonia Orellana, quien señaló que Kaiser “siempre denigra a las mujeres”. Incluso sus potenciales aliados, como el presidente de Republicanos, Arturo Squella, tomaron distancia, advirtiendo que la frase “podría interpretarse como ataque personal y eso no contribuye”. Para Kaiser, sin embargo, la controversia es el objetivo: moviliza a su base más dura y fuerza a la derecha tradicional a definirse frente a él.
Franco Parisi, por su parte, cultiva un perfil de outsider que habla “el idioma de la gente”. Su campaña se ha caracterizado por propuestas de impacto directo, como dar autonomía a los municipios para decidir sobre las contribuciones, y por un estilo comunicacional que bordea lo soez. Su frase en un foro sobre minería —“Ojalá que (los mineros) se compren una camioneta más grande, ojalá que enchulen a la vieja si quieren”— generó pifias en el acto, pero reforzó su imagen de candidato incorrecto y alejado de la élite.
Sus movimientos son calculados. A principios de agosto, nombró como vocero a Pablo Maltés, pareja de la diputada Pamela Jiles, consolidando una alianza estratégica para capturar un voto anti-sistema. Este enfoque le ha traído roces, como la “parada de carros” que recibió en vivo de la periodista Karen Doggenweiler por referirse a ella a través de su marido. Sin embargo, para el electorado de Parisi, estos episodios no son debilidades, sino pruebas de su autenticidad frente a un establishment que perciben como hipócrita.
En su quinta postulación presidencial, Marco Enríquez-Ominami representa la persistencia. Tras quedar fuera de las primarias del oficialismo, logró reunir en tiempo récord las más de 36.000 firmas necesarias para inscribir su candidatura independiente, demostrando que aún cuenta con una base de apoyo. MEO se posiciona como una alternativa a los “extremos”, buscando ocupar un centro político que los bloques tradicionales han dejado huérfano.
Su estrategia es la de un actor que busca incidir en el debate. Su participación en programas como “Sin Filtros” junto a Kaiser y Parisi le permite interpelar directamente a sus rivales y al mismo tiempo, con ironía, distanciarse de ellos, como cuando llamó al espacio “fachistán”. Enríquez-Ominami juega a ser el adulto en la sala, un rol que, si bien ha perdido fuerza con los años, todavía resuena en un sector del electorado que anhela estabilidad sin renunciar a una agenda de cambios.
La irrupción de estas tres figuras no es inocua. Para las candidaturas de Jara y Matthei, representa un desafío constante. No solo arriesgan una fuga de votos que podría ser decisiva en primera o segunda vuelta, sino que se ven forzadas a reaccionar a una agenda marcada por las provocaciones de sus contendores. Encuestas como la de Descifra ya analizan la competitividad de MEO y Parisi, evidenciando que el fenómeno es tomado en serio.
En un nivel más profundo, la consolidación de estas candidaturas es el síntoma de una conversación que la política tradicional no ha sabido o no ha querido tener. El sistema de bloques, heredero de la transición, parece incapaz de procesar las ansiedades ciudadanas en temas de seguridad, economía y probidad. Kaiser, Parisi y MEO, cada uno a su manera, llenan ese vacío. La pregunta que queda abierta es si esta fragmentación es una fiebre pasajera o el rasgo definitorio de una nueva, y mucho más volátil, etapa de la política chilena.