La Política Cambia el Sabor de los Productos: Cómo la Presión Presidencial Redefine lo que Consumimos

La Política Cambia el Sabor de los Productos: Cómo la Presión Presidencial Redefine lo que Consumimos
2025-08-11
Fuentes
elpais.com cincodias.elpais.com es.wired.com elpais.com www.df.cl

- Un anuncio presidencial forzó a Coca-Cola a modificar su producto, sentando un precedente sobre la influencia política en el mercado.

- Las marcas se están convirtiendo en campos de batalla ideológicos, donde la elección de ingredientes es una declaración política.

- El futuro del consumo se proyecta fragmentado, con productos diseñados para apelar a identidades políticas específicas.

A mediados de julio de 2025, un hecho aparentemente trivial ocurrió. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció que había convencido a Coca-Cola de usar "azúcar de caña REAL" en su bebida para el mercado estadounidense. Días después, la compañía confirmó que lanzaría una nueva línea con este ingrediente. Este evento no trata sobre refrescos. Es una señal clara de cómo el poder político está empezando a dictar las características de los productos que consumimos, moviendo la contienda ideológica del congreso al pasillo del supermercado.

Fase 1: El Precedente (Presente – 2026)

Lo que vimos no fue una simple reformulación. Fue la creación de un producto-símbolo. La "Coca-Cola con azúcar de caña" nace de la voluntad política, no de una estrategia de mercado tradicional. Su existencia responde a la campaña "Make America Healthy Again", liderada por el Secretario de Salud Robert F. Kennedy Jr., y alinea a la marca con una narrativa nacionalista y de "pureza" de ingredientes.

Este precedente obliga al resto del mundo corporativo a reaccionar. La decisión de Coca-Cola no solo validó la intervención presidencial, sino que también expuso la tensión entre poderosos lobbies: el del maíz, que pierde terreno, y el del azúcar de caña (concentrado en estados políticamente clave como Florida), que gana. Para otras empresas, la pregunta ahora es si deben alinearse con la administración de turno para obtener ventajas o resistir y arriesgarse a ser un objetivo político. La gestión de riesgo ahora incluye el "riesgo de tuit presidencial".

Fase 2: La Normalización (2027 – 2030)

Si esta tendencia se consolida, entraremos en una fase de normalización. Las corporaciones podrían desarrollar estrategias de "alineamiento político proactivo". No es difícil imaginar escenarios donde esto se expande a otras industrias:

  • Automotriz: Fabricantes que promocionan sus vehículos no por su eficiencia, sino por el origen "patriótico" de sus componentes, en sintonía con políticas proteccionistas.
  • Alimentación: Cadenas de supermercados que crean secciones de productos que cumplen con las directrices nutricionales de un partido político específico, mientras marginan los que no.
  • Tecnología: Empresas de software que publicitan su compromiso con ciertos valores cívicos o de seguridad nacional definidos por el gobierno.

El marketing evolucionará. El foco se desplazará de las características del producto a su identidad ideológica. El carro de la compra se convierte, literalmente, en una papeleta de voto. Las empresas no solo venderán un producto, sino una afiliación. Esto podría ser rentable a corto plazo para quienes elijan el bando ganador, pero crea una dependencia peligrosa de los ciclos políticos.

Fase 3: El Futuro Sistémico (2030 en adelante)

A largo plazo, la línea entre el Estado y el mercado se difumina aún más. El consumo se transforma en un acto de lealtad política. Este escenario presenta dos futuros plausibles y divergentes.

El primer futuro es de polarización sistémica. El mercado se fractura en ecosistemas de consumo ideológicos. Habrá marcas "rojas" y marcas "azules", y la neutralidad será vista con sospecha. El "favoritismo regulatorio" podría volverse la norma: las leyes y aranceles se diseñarían para beneficiar a las empresas "leales" y castigar a las disidentes. La innovación se vería amenazada, ya que cualquier desarrollo de producto sería evaluado primero por su viabilidad política y después por su mérito comercial. Las disputas comerciales internacionales se agudizarían, ya que la fórmula de un producto podría ser interpretada como una agresión o una alianza geopolítica.

El segundo futuro, más optimista, es el de una reacción pendular. Un segmento significativo de consumidores podría rechazar esta politización y generar una demanda por productos genuinamente "apolíticos". Esto crearía una oportunidad para nuevas marcas o para aquellas que logren proyectar una neutralidad creíble. Sin embargo, en un entorno tan cargado, mantenerse neutral es un desafío. La ausencia de una postura puede ser interpretada como una postura en sí misma.

El caso de Coca-Cola es más que una anécdota. Es el primer capítulo de una nueva era donde la pregunta al consumir ya no es solo "¿qué quiero?", sino "¿de qué lado estoy?". La estabilidad del mercado y la libertad de elección del consumidor dependerán de cómo las empresas y los ciudadanos respondan a esta nueva realidad.

La historia demuestra la capacidad de una figura política para influir directamente en las decisiones de una corporación global, alterando un producto icónico. Este evento sirve como un caso de estudio sobre la intersección del poder político, el marketing populista y la cultura de consumo, permitiendo analizar cómo las marcas navegan la polarización y cómo las preferencias personales de los líderes pueden convertirse en estrategias comerciales con consecuencias globales.