Lo que comenzó en mayo de 2025 como una tendencia tierna en redes sociales, hoy, tres meses después, es un fenómeno completamente distinto. Labubu, el muñeco de plástico con dientes y orejas de conejo, ya no es solo un accesorio para mochilas. Su historia revela cómo se construye valor en el siglo XXI.
El modelo fue simple y efectivo. El artista Kasing Lung diseñó el personaje en 2015. En 2019, la empresa china Pop Mart lo masificó usando una estrategia clave: las cajas misteriosas. Nadie sabía qué versión del muñeco compraba hasta abrir el paquete. Este elemento de azar transformó la compra en un evento, un ritual perfecto para ser grabado y compartido en TikTok e Instagram. El "unboxing" se convirtió en contenido viral.
Influencers, desde estrellas globales del K-Pop hasta figuras locales como Michelle Carvalho, lo adoptaron. El muñeco se volvió un símbolo de estatus y pertenencia. La demanda no respondía a una necesidad, sino al miedo a quedarse fuera de la conversación cultural. El precio en Chile, entre $30.000 y $50.000, ya era una señal de que no era un juguete común.
El valor de Labubu dejó de tener relación con su costo de producción. Pasó a ser un activo especulativo. Su precio se rige por la misma lógica que las zapatillas de edición limitada o los NFT: escasez artificial y demanda colectiva. Se creó un mercado secundario donde los modelos más raros se revendían por múltiplos de su valor original.
Este mercado se alimenta de una "nostalgia instantánea". La gente siente nostalgia por un objeto que se volvió popular hace apenas semanas. Es un ciclo de consumo acelerado. La conversación dejó de ser sobre la ternura del muñeco y pasó a ser sobre su potencial de reventa.
La reacción de la influencer Lisandra Silva en julio fue un punto de inflexión. Al atribuirle pesadillas y "malas energías", demostró la intensa carga emocional que los dueños proyectaban en el objeto. Ya sea por amor o por miedo, el muñeco había trascendido su materialidad. Era un fetiche cultural con un valor simbólico y, cada vez más, económico.
El robo de 7.000 dólares en muñecos Labubu en Los Ángeles a principios de agosto es la validación final de su estatus como mercancía. Cuando un objeto se convierte en objetivo de un robo planificado, deja de ser un simple coleccionable. Ingresa oficialmente al mercado negro.
Este hecho confirma que el valor especulativo de Labubu es lo suficientemente alto y líquido como para justificar un riesgo criminal. La ternura del muñeco se enfrenta ahora a la dura realidad de la delincuencia. El fenómeno completó su ciclo: de objeto de deseo a bien transable y, finalmente, a botín.