La declaración de culpabilidad de Ovidio Guzmán López en una corte de Chicago el pasado julio no cerró un capítulo en la historia del narcotráfico. Lo abrió. Lejos de ser la estocada final a la dinastía de "El Chapo", la caída de uno de sus herederos más visibles ha acelerado una violenta y profunda reconfiguración del poder criminal en el continente. Las señales son claras: una guerra interna por el control del Cártel de Sinaloa, una alianza sin precedentes entre facciones rivales y el uso de la cooperación judicial como arma estratégica. Estos factores dibujan tres escenarios probables para el futuro del crimen organizado.
El primer futuro posible es la consolidación. La alianza estratégica entre la facción de "Los Chapitos" del Cártel de Sinaloa y sus antiguos enemigos, el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), ya fue confirmada por la DEA. Su objetivo es claro: crear una organización hegemónica que controle la producción y distribución de drogas sintéticas, principalmente fentanilo, a escala global.
Esta fusión, si tiene éxito, operaría más como una corporación multinacional que como un cartel tradicional. Combinaría el conocimiento logístico y las redes internacionales de Los Chapitos con la disciplina militar y la brutalidad expansiva del CJNG. A corto plazo, esto implicaría una escalada de violencia para eliminar a los remanentes de la facción de Ismael "El Mayo" Zambada y a otros competidores menores. A mediano plazo, podría establecer una "pax mafiosa" en los territorios bajo su control, reduciendo la violencia caótica para optimizar el negocio.
Para los Estados, esta corporación criminal representaría un desafío de una nueva magnitud. Su capacidad económica y de fuego le permitiría negociar con actores estatales corruptos desde una posición de fuerza, consolidando su control sobre vastas regiones de México y Centroamérica. La crisis del fentanilo en Estados Unidos, lejos de disminuir, se intensificaría bajo una cadena de suministro más eficiente y centralizada.
El segundo escenario es la fragmentación. La historia del narcotráfico es una historia de traiciones. La alianza Chapitos-CJNG, nacida de la conveniencia, podría colapsar por el peso de la desconfianza histórica y las ambiciones personales. La información que Ovidio Guzmán provea a las autoridades estadounidenses podría ser utilizada para decapitar selectivamente el liderazgo de esta nueva mega-estructura, generando vacíos de poder.
En este futuro, el panorama criminal no se consolida, sino que se pulveriza. El conflicto se multiplicaría en decenas de guerras regionales entre células más pequeñas y autónomas, cada una luchando por el control de "plazas" locales, rutas de trasiego y mercados de extorsión. La violencia se volvería más anárquica e impredecible, afectando a la población civil de manera más directa y caótica.
Para los gobiernos, combatir este escenario sería logísticamente una pesadilla. No habría un enemigo central que atacar, sino una hidra de múltiples cabezas. La estrategia de "kingpin" (atacar a los líderes) se volvería ineficaz, y la violencia se enquistaría a nivel local, haciendo casi imposible la gobernabilidad en múltiples zonas del país.
El tercer futuro es el más complejo y cínico. En este escenario, la información de Ovidio Guzmán y otros cooperantes no se utiliza para erradicar el narcotráfico, sino para gestionarlo. Estados Unidos y México podrían usar esta inteligencia para elegir ganadores y perdedores, favoreciendo a la facción que consideren "el mal menor" o la más dispuesta a colaborar en ciertos términos.
Bajo este modelo, la alianza Chapitos-CJNG podría ser tolerada e incluso protegida indirectamente, siempre y cuando cumpla con ciertas reglas no escritas: limitar la violencia más espectacular, no atacar intereses estratégicos estadounidenses o turísticos, y colaborar en la eliminación de grupos más radicales o incontrolables. El objetivo no sería la paz, sino la previsibilidad.
Esta dinámica profundizaría la simbiosis entre el crimen organizado y ciertas estructuras del Estado, creando un "narco-estado híbrido". La línea entre la seguridad pública y la gestión de mercados ilícitos se volvería borrosa. Sería un equilibrio frágil, donde el Estado renuncia a su monopolio de la violencia a cambio de una estabilidad superficial, pero que a largo plazo haría irreversible la captura de las instituciones.
Ninguno de estos escenarios es excluyente. Lo más probable es una combinación del primero y el tercero: el intento de formar una corporación criminal dominante cuya supervivencia dependerá de una negociación constante y tácita con actores estatales, mediada por la inteligencia obtenida de sus propios miembros caídos. La era del capo carismático ha terminado. El futuro pertenece a las alianzas corporativas, la guerra por la información y una peligrosa coexistencia con el Estado.
2025-07-22