A poco más de tres meses de las elecciones, el panorama político de la derecha chilena es radicalmente distinto al que sus líderes proyectaban. Lo que hasta junio eran llamados a la unidad para asegurar una mayoría en el Congreso y potenciar una candidatura presidencial única, hoy, 12 de agosto de 2025, es una fractura expuesta. La inscripción de dos pactos parlamentarios separados —Chile Vamos por un lado, y la alianza "Cambio por Chile" (Republicanos, Nacional Libertarios y Social Cristianos) por otro— no es solo una decisión electoral; es la consolidación de dos proyectos políticos que, por ahora, se ven irreconciliables. La pregunta que resuena en el sector no es si ganarán, sino quién ganará la batalla interna y a qué costo.
El quiebre no fue sorpresivo. Las primeras fisuras se hicieron visibles el 11 de junio, cuando el exalcalde de La Florida, Rodolfo Carter, una figura de alto perfil mediático y hasta entonces militante UDI, anunció su incorporación a la campaña presidencial del republicano José Antonio Kast. Carter, quien buscaba un cupo senatorial por Valparaíso, acusó a Chile Vamos de cerrarle las puertas y de una "comedia de equivocaciones" al descartar primarias presidenciales. Su movimiento no fue aislado: siguió a su hermano, el diputado Álvaro Carter, y fue sucedido el 8 de agosto por su sucesor en la alcaldía, Daniel Reyes, quien oficializó su apoyo a Kast, rompiendo definitivamente con el conglomerado que lo llevó al poder municipal.
Estos movimientos individuales fueron el preludio de la decisión estratégica que cambiaría el escenario. El mismo 8 de agosto, el Partido Republicano, junto a los partidos Nacional Libertario de Johannes Kaiser y Social Cristiano, inscribió formalmente su propio pacto parlamentario. La justificación, en palabras del presidente republicano Arturo Squella, es matemática y estratégica: "La manera de competir (...) es con dos listas". Sostienen que esta fórmula permite movilizar a un espectro más amplio de votantes, desde el centro-derecha de Chile Vamos hasta la derecha más dura que ellos representan, maximizando así la cosecha de escaños.
La decisión de Republicanos generó una reacción inmediata y de profunda preocupación en Chile Vamos. El presidente de la UDI, Guillermo Ramírez, fue categórico el 10 de agosto: "Lamentablemente si llegamos a perder el Congreso va a ser por falta de unidad". Para la coalición tradicional, la movida de Kast es una apuesta arriesgada que prioriza el proyecto presidencial republicano por sobre el objetivo común de controlar el Parlamento. El senador UDI Juan Antonio Coloma lamentó que se cerrara la puerta a una lista única, considerándola una "gran oportunidad" para dar estabilidad al país.
Desde la otra vereda, la respuesta es un contragolpe. Republicanos y sus aliados no solo defienden su estrategia, sino que apuntan a las propias debilidades de Chile Vamos. Arturo Squella y la diputada Sara Concha (Partido Social Cristiano) han señalado que los llamados a la unidad de sus exsocios fueron meramente "comunicacionales" y que, a la hora de negociar, "nunca estuvieron tan disponibles". Acusan a Chile Vamos de estar más preocupados de sus propias negociaciones internas que de construir una alianza amplia.
La crítica republicana no carece de fundamento. Mientras lamentan la fragmentación, los partidos de Chile Vamos (UDI, RN, Evópoli) han enfrentado una ardua y dilatada negociación para sellar su propio pacto con el partido Demócratas. A días del cierre de inscripciones, el acuerdo sigue entrampado, con un nudo principal: la candidatura senatorial por Aysén del diputado Miguel Ángel Calisto.
Calisto, actualmente desaforado por una investigación de fraude al Fisco, es la carta de Demócratas para la región. Sin embargo, en Chile Vamos existen serias aprensiones sobre el costo político de apoyar a un candidato en su situación judicial. Este punto ha retrasado la proclamación oficial de Demócratas a la candidatura de Evelyn Matthei, evidenciando que la construcción de alianzas es un desafío complejo en todo el espectro.
El debate está lejos de cerrarse. La derecha chilena ha optado por un camino de alto riesgo. La estrategia de las dos listas podría, como esperan los republicanos, sumar más escaños al atraer a votantes con distintas sensibilidades. Pero también podría, como teme Chile Vamos, provocar una dispersión de votos que termine beneficiando a sus adversarios de la centro-izquierda.
Lo que es seguro es que la batalla por el Congreso se ha convertido también en una lucha por la hegemonía dentro de la derecha. El resultado electoral no solo definirá la gobernabilidad del próximo período presidencial, sino que también podría marcar el inicio de un reordenamiento permanente en un sector que hoy compite, antes que nada, contra sí mismo.