La derecha se partió en dos: La carrera presidencial que fracturó al sector y redefinió su futuro político

La derecha se partió en dos: La carrera presidencial que fracturó al sector y redefinió su futuro político
2025-08-12
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  • La competencia presidencial entre Evelyn Matthei y José Antonio Kast dejó de ser una contienda interna para convertirse en el epicentro de una fractura política que dividió al sector en dos proyectos.
  • El debate estratégico se estancó entre la unidad pragmática, defendida por figuras históricas para asegurar gobernabilidad, y la diferenciación ideológica, impulsada por el ala republicana para consolidar su identidad.
  • Las consecuencias ya son visibles: transfuguismo de figuras políticas, una fallida negociación parlamentaria y una hostilidad abierta que pone en duda la capacidad del sector para construir una mayoría estable.

La calma antes de la tormenta

Hace apenas tres meses, el escenario político para la derecha chilena parecía despejado. Con un gobierno de izquierda en su fase final y un electorado inclinado hacia el cambio, la única interrogante parecía ser cuál de sus figuras lideraría un retorno casi seguro a La Moneda. Hoy, esa pregunta ha implosionado, llevándose consigo la aparente cohesión del sector. La disputa por la hegemonía presidencial entre Evelyn Matthei (Chile Vamos) y José Antonio Kast (Partido Republicano) ha escalado de una competencia electoral a una fractura estructural, transformando un bloque político en un archipiélago de facciones rivales cuyas consecuencias se sentirán mucho más allá de la elección de noviembre.

Dos polos, un campo de batalla

Lo que comenzó como una carrera con una clara favorita, Evelyn Matthei, se convirtió en una lucha de dos polos con centros de gravedad distintos. Mientras la candidata de Chile Vamos representaba a la derecha institucional, con experiencia de gobierno y una red de partidos tradicionales (UDI, RN, Evópoli), José Antonio Kast consolidó una base que, en palabras del politólogo Cristóbal Rovira, percibe a esa derecha tradicional como “cobarde” y “carente de valores”.

El punto de inflexión ocurrió en junio. Las encuestas comenzaron a mostrar un empate técnico, encendiendo las alarmas en Chile Vamos. Para julio, Kast ya lideraba en varios sondeos, un vuelco que no solo reflejó un cambio en la opinión pública, sino que aceleró un reordenamiento de fuerzas. Figuras como el diputado Álvaro Carter y su hermano, el exalcalde Rodolfo Carter, migraron desde la órbita de la UDI hacia el proyecto republicano. Más significativo aún fue el quiebre dentro de Renovación Nacional, donde figuras históricas como Carlos Larraín y el senador Alejandro Kusanovic hicieron público su respaldo a Kast, generando una crisis interna que obligó al partido a tomar medidas disciplinarias.

La guerra de trincheras: de la política a la querella

La tensión ideológica se materializó en frentes concretos. Un ejemplo fue el debate sobre la eliminación de las contribuciones. Republicanos instaló el tema y la UDI presionó para que Matthei, quien en el pasado calificó la medida como “regresiva”, la incorporara a su programa. El episodio retrató a un Chile Vamos reactivo, forzado a competir en un terreno discursivo definido por su principal rival.

Pero la disputa no tardó en desbordar el debate de ideas. A fines de julio, la campaña de Matthei anunció la presentación de una querella por lo que calificó como una “campaña sucia” en redes sociales, con noticias falsas sobre su salud mental, atribuyendo su origen al entorno republicano. La respuesta no se hizo esperar: el Partido Social Cristiano, aliado de Kast, acusó a la candidata de “desesperación”. El conflicto había cruzado el umbral de la rivalidad política para instalarse en la hostilidad abierta.

El dilema parlamentario: la unidad imposible

La consecuencia más tangible de esta fractura es la imposibilidad de articular una estrategia parlamentaria común. Figuras históricas de la UDI, como el exministro Víctor Pérez, advirtieron tempranamente que competir en listas separadas era “una ingenuidad” que arriesgaba una victoria presidencial a una derrota legislativa, entregando el control del Congreso a la izquierda.

Sin embargo, el llamado a la unidad pragmática chocó con la estrategia de diferenciación ideológica de Republicanos, que priorizó consolidar su propio pacto electoral, “Derecha Unida”, junto a socialcristianos y libertarios. La puerta a una lista única quedó sellada. La única concesión posible, promovida por actores como Rodolfo Carter, es un “pacto por omisión” en las cuatro circunscripciones senatoriales binominales para no regalar escaños. “Sería un suicidio no hacerlo”, sentenció Carter, evidenciando que la coordinación es vista más como una medida de supervivencia que como un proyecto común.

Esta división ha debilitado a los partidos tradicionales. Evópoli, por ejemplo, vio su bancada de diputados desintegrarse, obligando a sus dos últimos militantes en la Cámara, Francisco Undurraga y Jorge Guzmán, a integrarse administrativamente al comité de Demócratas y Amarillos.

El pragmatismo de las élites y un futuro incierto

El reordenamiento no ha sido solo político. El mundo empresarial, históricamente más cercano a la derecha tradicional de Chile Vamos, ha dado muestras de un giro pragmático. Una cena privada a principios de agosto entre Kast y un grupo de importantes empresarios reveló que, aunque preocupados por la división parlamentaria, el sector ya dialoga con quien las encuestas perfilan como el más probable ganador. Este movimiento ha acentuado la presión sobre la campaña de Matthei, que debió sumar a figuras de peso como el senador Juan Antonio Coloma y el empresario Juan Sutil para reforzar su estructura y mensaje.

Coloma lo resumió así: “Para ganar y gobernar bien hay que tener ideas, pero también un espíritu de aunar visiones y esa es la ventaja de Matthei sobre Kast”. Por su parte, el presidente de Evópoli, Juan Manuel Santa Cruz, fue más directo sobre un eventual gobierno republicano: “Me dolería la guata gobernar con Kast”, aunque admitió que lo haría para evitar un triunfo de la izquierda.

El sector ha dejado de ser un continente para convertirse en un archipiélago. La elección presidencial definirá cuál de sus islas se erigirá como la nueva capital política. Sin embargo, la profundidad de las heridas, la desconfianza instalada y la fragmentación estratégica anticipan que, para quien resulte vencedor, ganar la presidencia podría ser la parte más sencilla. El verdadero desafío será gobernar un territorio fracturado por su propia batalla interna.

El tema permite analizar la evolución de un bloque político que ha pasado de una aparente cohesión a una fragmentación visible, impulsada por la competencia presidencial. La historia muestra las tensiones entre la unidad pragmática y las disputas ideológicas, cuyas consecuencias a largo plazo, como la dificultad para formar mayorías parlamentarias y la redefinición de identidades partidarias, ya son evidentes. Ofrece una narrativa completa sobre la descomposición de un proyecto colectivo y el surgimiento de nuevos liderazgos y facciones, reflejando un cambio estructural en el panorama político.

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