
Un episodio que reaviva tensiones. En la tarde del domingo 9 de noviembre, la Policía de Investigaciones (PDI) concretó la detención y expulsión de dos ciudadanos colombianos que se encontraban en situación irregular en Chile y que además contaban con antecedentes penales en su país de origen.
Las autoridades chilenas han defendido la expulsión como una medida necesaria para garantizar la seguridad. El prefecto Pablo Garaimella, jefe del departamento de policía internacional metropolitano, destacó que "este trabajo obedece a una coordinación con Colombia, y permitió a los detectives llevar a cabo esta expulsión". Desde esta perspectiva, la medida es vista como un acto de protección hacia la ciudadanía, buscando evitar que personas con antecedentes penales operen dentro del territorio nacional.
Sin embargo, organizaciones de derechos humanos y sectores sociales han manifestado preocupación por el enfoque punitivo y la falta de garantías para los migrantes. Argumentan que la expulsión sin un debido proceso o sin considerar las condiciones de vulnerabilidad puede constituir una violación a los derechos fundamentales.
En el espectro político, la noticia ha generado debates encontrados. Algunos sectores conservadores y de derecha han aplaudido la acción como un paso firme contra la delincuencia ligada a la migración irregular. Para ellos, la prioridad es fortalecer los controles fronterizos y acelerar procesos de expulsión para preservar el orden público.
Por otro lado, partidos de izquierda y movimientos sociales advierten sobre el riesgo de estigmatizar a toda la comunidad migrante por los actos de unos pocos. Insisten en que la mayoría de los migrantes contribuyen positivamente al país y que la seguridad debe abordarse con políticas inclusivas y respeto a los derechos humanos.
El caso también refleja una realidad común en la región: la migración irregular y la delincuencia no son fenómenos exclusivos de Chile, sino que forman parte de dinámicas transnacionales. La coordinación entre policías de distintos países es un avance en la cooperación internacional, pero también pone sobre la mesa la necesidad de abordar las causas estructurales que llevan a estas situaciones, como la pobreza, la violencia y la falta de oportunidades en los países de origen.
En las comunidades migrantes en Chile, la expulsión de Durán y Balanta ha generado temor y desconfianza hacia las autoridades, dificultando la integración y la convivencia social. Además, la cobertura mediática del caso ha sido objeto de críticas por reproducir discursos que pueden alimentar la xenofobia.
Este episodio confirma que la tensión entre seguridad y migración irregular seguirá siendo un desafío para Chile y la región. La expulsión de migrantes con antecedentes penales es un mecanismo legítimo desde el punto de vista legal y de seguridad, pero su aplicación debe equilibrarse con el respeto a los derechos humanos y la garantía de procesos justos.
La cooperación internacional, como la mostrada entre Chile y Colombia, es un paso positivo para enfrentar la delincuencia transnacional. Sin embargo, sin políticas migratorias claras, integrales y humanitarias, estos casos seguirán generando polarización y conflictos sociales.
Finalmente, la sociedad chilena enfrenta la necesidad de reflexionar sobre cómo construir un modelo de convivencia que no solo proteja la seguridad, sino que también promueva la inclusión y el respeto a la diversidad, evitando caer en simplificaciones que alimenten la división y la exclusión.