
En la primera quincena de noviembre de 2025, Chile enfrentó una sucesión de fenómenos meteorológicos que dejaron una huella profunda en la región sur y centro del país.
En la Región Metropolitana y zonas precordilleranas, las tormentas trajeron lluvias intermitentes, truenos y relámpagos que sorprendieron a sectores urbanos poco acostumbrados a este tipo de eventos en primavera. En el sur, especialmente en La Araucanía y Los Lagos, la situación fue más grave: la combinación de tormentas eléctricas con vientos tornádicos y granizos causó daños a viviendas, infraestructura rural y afectó el suministro eléctrico en varias comunas.
Las reacciones ante este episodio meteorológico fueron diversas y reflejaron las tensiones sociales y políticas en torno a la gestión de riesgos y la adaptación al cambio climático.
Por otro lado, sectores de la oposición política criticaron la falta de inversión en infraestructura resiliente y la comunicación preventiva.
En contraste, autoridades del gobierno destacaron la labor conjunta entre la DMC, SENAPRED y municipalidades, resaltando que no se registraron víctimas fatales y que el sistema de alertas funcionó adecuadamente para minimizar riesgos mayores.
Las tormentas y vientos extremos afectaron principalmente a zonas rurales y sectores precordilleranos, donde la infraestructura es más precaria. Se reportaron cortes de electricidad prolongados, caída de árboles y daños en cultivos, lo que generó preocupación entre agricultores y pequeños empresarios.
En la Región Metropolitana, aunque los daños materiales fueron menores, la interrupción del transporte y las complicaciones en el suministro eléctrico evidenciaron la fragilidad urbana frente a fenómenos climáticos inesperados.
Este episodio se inscribe en un contexto más amplio de creciente inestabilidad climática en Chile y América Latina. La recurrencia de bajas segregadas y tormentas eléctricas severas en primavera, junto a la aparición de vientos tornádicos, plantea desafíos inéditos para la planificación territorial y la gestión de riesgos.
Entre las verdades ineludibles, destaca que la inversión en sistemas de alerta temprana y en infraestructura resiliente es insuficiente frente a la magnitud de los eventos que se avecinan. Además, la pluralidad de voces —desde autoridades regionales hasta organizaciones ciudadanas— revela la necesidad de una estrategia inclusiva que contemple las particularidades locales y fomente la cultura de prevención.
En definitiva, la temporada de tormentas eléctricas y vientos extremos de noviembre 2025 no solo sacudió el paisaje chileno, sino que también agitó el debate sobre cómo Chile enfrentará su futuro climático, en un escenario donde la incertidumbre y la urgencia se entrelazan con la esperanza de una gestión más informada y participativa.