
La COP30, celebrada en Belém, Brasil, se ha convertido en un escenario donde convergen no solo la crisis climática global, sino también las tensiones políticas, económicas y sociales que configuran el futuro de la acción ambiental internacional.
Esta ausencia, lejos de ser un mero detalle protocolar, simboliza la ruptura de la "era dorada" de la diplomacia climática multilateral, en palabras de expertos como Christiana Figueres y Joss Garman. La COP30 se desarrolla bajo la sombra del negacionismo climático promovido desde Washington, que ha revertido políticas de energías limpias y apostado por los combustibles fósiles como motor económico.
En contraste, China se posiciona como la superpotencia mundial en tecnologías limpias, dominando la producción global de paneles solares, baterías y turbinas eólicas. Este liderazgo tecnológico ha impulsado un crecimiento económico significativo, transformando la agenda climática en una competencia estratégica entre las dos mayores potencias.
Este choque de intereses deja a Europa y a potencias emergentes como India y Brasil en una posición ambivalente, atrapadas entre la necesidad de avanzar en la transición energética y la urgencia de proteger industrias estratégicas. La Unión Europea, por ejemplo, enfrenta el dilema de proteger su industria solar frente a las importaciones chinas sin sacrificar sus objetivos climáticos.
Brasil, país anfitrión, ha impulsado iniciativas como el Fondo para la Conservación de los Bosques Tropicales, que busca reemplazar la lógica de donaciones por inversiones a largo plazo en la protección de ecosistemas vitales. Sin embargo, la crítica de organizaciones ambientalistas a la política extractivista del gobierno de Lula da Silva, que autorizó nuevas extracciones petroleras en la Amazonía, añade una tensión palpable al encuentro.
En términos de resultados, la cumbre enfrenta el desafío de avanzar en cinco ejes clave: la transición justa para abandonar combustibles fósiles, la lucha contra la deforestación, la financiación climática, la adaptación a impactos ya inevitables y el fortalecimiento del multilateralismo. Sin embargo, la falta de compromisos claros de muchos países y la incertidumbre sobre la participación activa de Estados Unidos generan dudas sobre la capacidad de la COP para cumplir sus objetivos.
Finalmente, la COP30 refleja una verdad incómoda: la lucha contra el cambio climático ya no es solo un asunto ambiental, sino un campo de batalla geopolítico y económico donde las decisiones de hoy definirán si la humanidad logra o no evitar una catástrofe irreversible.
El proceso multilateral sigue siendo un espacio necesario para coordinar esfuerzos, pero el futuro de la acción climática dependerá cada vez más de acuerdos bilaterales, inversiones estratégicas y la voluntad política de actores nacionales y privados, en un mundo donde el tiempo para actuar se agota rápidamente.